Este domingo se celebra San Pedro y San Pablo, fiesta introducida desde los orígenes de la Iglesia y reunificada por Pablo VI en una misma fiesta como era originariamente. 

En la Basílica de San Pedro, el heredero del pescador de Galilea, el Papa Francisco, portador de las Llaves que Cristo le entregó al primer Papa y responsable del ministerio que recibió de "apacentar a sus corderos", presidió una solemne celebración en la que estuvo presente una delegación de la Iglesia Ortodoxa enviada por el patriarca Bartolomé de Constantinopla, y encabezada por el por su eminencia Juan (Zizioulas) metropolita de Pérgamo y co-presidente de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa.

Al ingreso del papa Francisco a la basílica, el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina junto al Coro Sinodal del Patriarcado de Moscú cantaron ´Tu es Petrus´, y el Santo Padre al pasar delante del delegado ortodoxo le saludó con un ceremonioso beso y abrazo.

Este día se caracteriza por la solemne ceremonia de imposición del palio, un ornamento que se pone entorno sobre los hombros y entorno al busto de los nuevos arzobispos metropolitanos.

Introducido en el siglo IV, el palio simboliza el ligero yugo de Cristo, y la lana recuerda a la oveja perdida, al pastor que al mismo tiempo es el Cordero de Dios.

Los dos corderos de cuya lana se tejerán los palios son criados por los monjes benedictinos. Las monjas del monasterio de Santa Cecilia los tienen en un segundo momento hasta cuando les tosan y con su lana los confeccionan.



Arzobispos con el palio blanco sobre los hombros,
en la ceremonia del año pasado, cuando lo recibieron 35


El Santo Padre al inicio de la misa bendijo los palios que habían sido depositados a los pies de la tumba de san Pedro. De los 24 arzobispos metropolitas que debían recibir el palio, estaban presentes 21, entre ellos dos de Brasil, uno de Chile y uno de Costa Rica.

La famosa estatua de bronce de san Pedro, ubicada al lado derecho de la basílica, estaba vestida con paramentos púrpura y dorado, colores también también usados aunque con paramentos más sobrios, por el Papa y los obispos.

En la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, patronos principales de Roma, acogemos con gozo y reconocimiento a la Delegación enviada por el Patriarca Ecuménico, el venerado y querido hermano Bartolomé, encabezada por el metropolita Ioannis. Roguemos al Señor para que también esta visita refuerce nuestros lazos de fraternidad en el camino hacia la plena comunión, que tanto deseamos, entre las dos Iglesias hermanas.

«El Señor ha enviado su ángel para librarme de las manos de Herodes» (Hch 12,11). En los comienzos del servicio de Pedro en la comunidad cristiana de Jerusalén, había aún un gran temor a causa de la persecución de Herodes contra algunos miembros de la Iglesia. Habían matado a Santiago, y ahora encarcelado a Pedro, para complacer a la gente. Mientras estaba en la cárcel y encadenado, oye la voz del ángel que le dice: «Date prisa, levántate... Ponte el cinturón y las sandalias... Envuélvete en el manto y sígueme» (Hch 12,7-8). Las cadenas cayeron y la puerta de la prisión se abrió sola. Pedro se da cuenta de que el Señor lo «ha librado de las manos de Herodes»; se da cuenta de que Dios lo ha liberado del temor y de las cadenas.

Sí, el Señor nos libera de todo miedo y de todas las cadenas, de manera que podamos ser verdaderamente libres. La celebración litúrgica expresa bien esta realidad con las palabras del estribillo del Salmo responsorial: «El Señor me libró de todos mis temores».

Aquí está el problema para nosotros, el del miedo y de los refugios pastorales. Nosotros -me pregunto-, queridos hermanos obispos, ¿tenemos miedo?, ¿de qué tenemos miedo? Y si lo tenemos, ¿qué refugios buscamos en nuestra vida pastoral para estar seguros? ¿Buscamos tal vez el apoyo de los que tienen poder en este mundo? ¿O nos dejamos engañar por el orgullo que busca gratificaciones y reconocimientos, y allí nos parece estar a salvo? Queridos hermanos obispos ¿Dónde ponemos nuestra seguridad?

El testimonio del apóstol Pedro nos recuerda que nuestro verdadero refugio es la confianza en Dios: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda esclavitud y de toda tentación mundana. Hoy, el Obispo de Roma y los demás obispos, especialmente los Metropolitanos que han recibido el palio, nos sentimos interpelados por el ejemplo de san Pedro a verificar nuestra confianza en el Señor.

Pedro recobró su confianza cuando Jesús le dijo por tres veces: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15.16.17). Y, al mismo tiempo él, Simón, confesó por tres veces su amor por Jesús, reparando así su triple negación durante la pasión. Pedro siente todavía dentro de sí el resquemor de la herida de aquella decepción causada a su Señor en la noche de la traición. Ahora que él pregunta: «¿Me amas?», Pedro no confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, sino en Jesús y en su divina misericordia: «Señor, tú conoces todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Y aquí desaparece el miedo, la inseguridad, la pusilanimidad.

Pedro ha experimentado que la fidelidad de Dios es más grande que nuestras infidelidades y más fuerte que nuestras negaciones. Se da cuenta de que la fidelidad del Señor aparta nuestros temores y supera toda imaginación humana. También hoy, a nosotros, Jesús nos pregunta: «¿Me amas?». Lo hace precisamente porque conoce nuestros miedos y fatigas.

Pedro nos muestra el camino: fiarse de él, que «sabe todo» de nosotros, no confiando en nuestra capacidad de serle fieles a él, sino en su fidelidad inquebrantable. Jesús nunca nos abandona, porque no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13).Es fiel. La fidelidad que Dios nos confirma incesantemente a nosotros, los Pastores, es la fuente de nuestra confianza y nuestra paz, más allá de nuestros méritos. La fidelidad del Señor para con nosotros mantiene encendido nuestro deseo de servirle y de servir a los hermanos en la caridad.

El amor de Jesús debe ser suficiente para Pedro. Él no debe ceder a la tentación de la curiosidad, de la envidia, como cuando, al ver a Juan cerca de allí, preguntó a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21). Pero Jesús, a estas tentaciones, le respondió: «¿A ti qué? Tú, sígueme» (Jn 21,22). Esta experiencia de Pedro es un mensaje importante también para nosotros, queridos hermanos arzobispos.

El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: «Sígueme». No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme. Sígueme a pesar de las dificultades. Sígueme en la predicación del Evangelio. Sígueme en el testimonio de una vida que corresponda al don de la gracia del Bautismo y la Ordenación. Sígueme en el hablar de mí a aquellos con los que vives, día tras día, en el esfuerzo del trabajo, del diálogo y de la amistad. Sígueme en el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le falte la Palabra de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad de Dios. ¡Tú sígueme!


Después de la solemne misa por la fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo, el papa Francisco desde su estudio en el Vaticano, que da hacia la plaza de San Pedro, rezó el ángelus junto a los miles de peregrinos allí presentes y les dirigió las siguientes palabras.

“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Desde los tiempos antiguos la Iglesia de Roma celebra a los apóstoles Pedro y Pablo en una única fiesta, el mismo día, el 29 de junio. La fe en Jesucristo los ha vuelto hermanos y el martirio los ha hecho volverse una sola cosa. San Pedro y san Pablo, tan distintos entre ellos en el plano humano, fueron elegidos personalmente por el Señor Jesucristo y respondieron a su llamada ofreciendo toda su vida. En ambos la gracia de Cristo ha cumplido grandes cosas, los ha transformado: ¡Y cómo los ha transformado!

Simón había negado a Jesús en el momento dramático de la pasión; Saulo había perseguido duramente a los cristianos. Pero ambos acogieron el amor de Dios y se dejaron transformar por su misericordia. Así se volvieron apóstoles y amigos de Cristo. Por esto ambos siguen hablando a la Iglesia y aún hoy nos indican el camino de la salvación.

También a nosotros, que si por caso cayéramos en los pecados más graves y en la noche más oscura. Dios es siempre capaz de transformarnos como transformó a Pedro y Pablo, transformarnos el corazón y perdonarnos todo, transformando así nuestra oscuridad del pecado en un alba de luz. Porque Dios es así, nos perdona, nos transforma siempre como lo hizo con Pedro y como lo hizo con Pablo.

El libro de los Actos de los Apóstoles muestra muchos aspectos de su testimonio. Pedro por ejemplo nos enseña a mirar a los pobres com mirada de fe y a donarle a ellos lo más precioso que tenemos: la potencia en el nombre de Jesucristo. Esto ha hecho con aquel paralítico, le dio todo lo que tenía, a Jesús.

Sobre Pablo se cuenta tres veces el episodio del llamado en el camino de Damasco, que marca el cambio de su vida, marcando claramente un antes y después. Antes Pablo era un acérrimo enemigo de la Iglesia. Después pone toda su existencia al servicio del evangelio.

También para nosotros, el encuentro con la palabra de Cristo puede transformar completamente nuestra vida. No es posible escuchar esta Palabra, y quedarse quietos en el propio lugar, quedarse detenido en las propias costumbres. Esta nos lleva a vencer el egoísmo que tenemos en el corazón para seguir con decisión a aquel Maestro que ha dado la vida por sus amigos.

Porque es Él que con su palabra nos cambia, es Él que nos transforma, es Él que perdona todo si abrimos el corazón y pedimos perdón.

Queridos hermanos y hermanas, esta fiesta despierta en nosotros una gran alegría, porque nos pone delante de la obra de la misericordia de Dios en el corazón de dos hombres, es la obra de la misericordia de Dios, en estos dos hombres que eran grandes pecadores. Y Dios que quiere colmarnos también a nosotros con su gracia, como lo hizo con Pedro y Pablo.

Que la Virgen María nos ayude a acogerla como ellos, con corazón abierto, a no recibirla en vano. Y nos sostenga en la hora de la prueba, para dar testimonio de Jesús y de su Evangelio. Lo pedimos en particular hoy, para los arzobispos metropolitas que han sido nombrados en el último año, que esta mañana han celebrado conmigo la eucaristía en San Pedro. Los saludamos junto a sus fieles y familiares y rezamos por ellos".


Después de rezar el ángelus el Papa indicó su preocupación “Las noticias que nos llegan desde Irak, son lamentablemente muy dolorosas. Me uno a los obispos del país y hago un llamado a los gobernantes para que a través del diálogo se pueda preservar la unidad nacional y evitar la guerra. Estoy cercano de las miles de familias, especialmente cristianas, que han tenido que dejar sus casas porque están en grave peligro. La violencia genera otra violencia; el diálogo es la única vía hacia la paz. Y rezó por esta intención un Ave María junto a los fieles y peregrinos.

Saludó también a los fieles de Roma en la fiesta de sus santos patronos, así como a los familiares de los arzobispos metropolitas que esta mañana recibieron el palio, así como a las delegaciones que les acompañaron.

Y también a los artistas “de tantas partes del mundo que han realizado esta ´infiorata´” (una gran alfombra con pétalos de flores a lo largo de cuatro cuadras. Y añadió: “Son buenos estos artistas de tantas partes del mundo que han realizado esta gran ´infiorata´” Y reiteró: “son buenos, felicitaciones”.

A continuación saludó a varios grupos de peregrinos entre los cuales los españoles de Cádiz, Elche de la Sierra y de Parla, Madrid, así como a los numerosos alfombristas que han participado en la gran muestra floral.

Y concluyó pidiendo oraciones por él y con su ya famoso "Buona domenica" y "buon pranzo".