Como es usual desde que inició su Pontificado, el Papa Francisco tuvo nuevamente un gesto de cercanía al dejar el estrado desde donde escuchaba los testimonios de los niños y jóvenes discapacitados y refugiados –presentes en la Iglesia Latina de Betania-, para bajar y abrazar a un joven discapacitado, antes que los voluntarios levantaran la silla en que estaba para llevarlo al Santo Padre.

Luego de pronunciar un discurso, el Santo Padre oyó atentamente –gracias a la traducción de un sacerdote franciscano- los testimonios de los jóvenes y niños que son atendidos en los campos de refugiados que hay en Jordania, a donde llegan huyendo de la violencia en Siria, Irak y otras zonas de Medio Oriente.

Uno de los testimonios fue el de un niño de unos once años y que padece leucemia. “No sé por qué esto me pasa, pero le sigo rezando a Dios”, expresó el menor, que desde el 2012 recibe quimioterapia.

Anteriormente, una mujer cristiana Iraquí relató al Pontífice el sufrimiento de su pueblo, el cual, afirmó, anhela la paz. Lo mismo hizo una joven palestina.

Finalmente, quedó el caso de un joven discapacitado, cuya historia fue relatada por una mujer. Al concluir, un grupo de voluntarios se disponían a levantar la silla para llevar a esta persona hacia el Pontífice, pero Francisco se levantó y bajó del estrado para acercarse al joven, a quien abrazó y dedicó algunas palabras. Varios de los asistentes aprovecharon para rodear al Papa y expresarle su agradecimiento por visitar Tierra Santa.

Con este encuentro culminó el programa de Francisco en Jordania. Mañana domingo, a primera hora, partirá en helicóptero hacia Belén.