A lo largo de su pontificado Juan Pablo II calificó al Camino Neocatecumenal como uno de los carismas más revitalizadores de la Iglesia. Kiko Argüello, iniciador y responsable del Camino Neocatecumenal, presente en más de 124 países de los cinco continentes, recuerda el aporte a la evangelización de la Iglesia de Juan Pablo II y de Juan XXIII sólo unos días después de que hayan sido proclamados santos.
–¿Cómo ha vivido las canonizaciones del domingo?
–Ha sido un acontecimiento muy importante para la historia de la Iglesia. Juan XXIII fue un Papa profético y su fi gura ha ido creciendo por el valor que ha tenido el Concilio Vaticano II en la historia contemporánea.
»En la Constitución Apostólica «Humanae Salutis», con la que lo inició, dijo: «La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia.
Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio». Esta visión hace presente lo que pasa hoy en el mundo y la misión que tiene la Iglesia de confrontar el Evangelio al hombre moderno, a una sociedad secularizada. El Concilio ha inaugurado este proceso y aún no ha llegado a su realización plena.
»Pablo VI cogió el testigo de Juan XXIII y lo llevó adelante. Juan Pablo II se dio cuenta de que el punto fundamental estaba en cómo anunciar el Evangelio al mundo moderno.
–¿De qué forma influyó San Juan Pablo II en el Camino?
–Juan Pablo II fue maravilloso con nosotros. En una carta que envió a monseñor Cordes, reconoció el Camino Neocatecumenal como «un itinerario de formación católica válido para la sociedad y los tiempos de hoy». En ella también pidió «que los hermanos en el episcopado valoren y ayuden a esta obra para la nueva evangelización, para que se realice según las líneas propuestas por los iniciadores».
»En Porto San Giorgio, Italia, envió a más de cien familias en misión a las zonas más pobres de América Latina: a los esteros de Guayaquil, a los cerros de Caracas, a los pueblos jóvenes de Lima, a las zonas mineras de Coronel, Chile… Fundó también el seminario Redemptoris Mater en Roma para enviar a los presbíteros a la «missio ad gentes» de Escandinavia y ayudar a las familias en todo el mundo.
–¿Cómo era el trato con él?
–Maravilloso. Fuimos muy amigos. Era un hombre de una talla enorme. Carmen hizo un viaje con el equipo itinerante de China para visitar a los obispos de la Iglesia clandestina, y escribió una carta al Papa. A la vuelta la recibió en audiencia privada y le presentó los
testimonios de los obispos.
»Tenemos una anécdota muy graciosa: un día estábamos cenando con él en el Vaticano y de pronto llamaron al teléfono al secretario del Papa, el cardenal Dziwisz, que se tuvo que marchar un momento. Entonces Carmen le preguntó al Papa: «¿Puedo fumar?». «¿Aquí?», contestó el Papa. «Ni siquiera el presidente Pertini ha fumado en este lugar, pero a ti te voy a dejar, y cuando venga la monja y huela a tabaco
diré que no ha sido Kiko, sino Carmen». Y se reía.
»Poco antes de morir, los miembros del Pontificio Consejo para los Laicos tuvimos una audiencia con él. Al final pasamos a saludarle. Tenía los ojos cerrados y le iban diciendo quién era cada uno. Cuando me tocó a mí, el cardenal Rylko le dijo al oído: «¡Es Kiko!». Entonces abrió los ojos y gritando dijo: «¿Y Carmen?, ¿dónde está Carmen?». Todo el mundo se rió. Estamos muy emocionados con las canonizaciones y seguro que los dos nuevos santos nos van a ayudar desde el cielo.