Como es habitual en la oración de los domingos a la Madre de Dios, el Obispo de Roma se inspiró en el Evangelio, que esta vez contempla el episodio de los discípulos de Emaus (cfr Lc 24,13-35). Viendo tristes y abatidos a dos de sus discípulos que después de su muerte regresan a su pueblo, Jesús se les acerca, pero ellos no lo reconocen –dijo-. Entonces Jesús, primero les ayuda a entender que la pasión y muerte del Mesías estaban previstas en el designio de Dios y preanunciadas por las Escrituras. Así reenciende el fuego de la esperanza en el corazón de estos discípulos que lo invitan a quedarse con ellos. Jesús acepta y en la cena bendice el pan y lo parte. Ellos lo reconocen pero Él desapareció de su vista dejándolos llenos de estupor. Inmediatamente regresan a Jerusalén para referir a los otros discípulos esta experiencia.
Francisco afirmó entonces que “el camino de Emaús se convierte así, en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son indispensables para el encuentro con el Señor”.
Manifestó que también nosotros llegamos muchas veces a la Misa dominical con nuestras preocupaciones, dificultades y desilusiones. La vida nos hiere y nosotros vamos tristes hacia nuestra Emaús, dando la espalda al designio de Dios. Pero –explicó- en la Liturgia de la Palabra, Jesús nos explica las Escrituras y reenciende en nosotros el fuego de la fe y de la esperanza. Después en la Liturgia de la Eucaristía, Jesús se dona a sí mismo, Pan de la vida eterna.
El Sucesor de Pedro dijo que la misa, presencia viva de Jesús resucitado, nos ilumina y nos regresa hacia Jerusalén, esto es hacia la comunidad de de hermanos y hermanas, para vivir el compartir y la misión.
El Vicario de Cristo terminó su exhortación a la oración mariana, afirmando que “hay siempre una Palabra de Dios que nos guía en nuestra desorientación. Y que, en nuestro cansancio y desilusión, hay siempre un pan partido que nos ayuda a ir adelante en el camino”.
Después de la oración y antes de los saludos a asociaciones y fieles, el Papa confió a la Virgen la situación de Ucrania donde no cesan las tensiones, rogó por las víctimas, pidió que el Señor infunda en los corazones de todos, sentimientos de pacificación y fraternidad. Pidió oración también por los difuntos a causa del desmoronamiento en Afganistán, por los sobrevivientes y por los que ayudan a aliviar sus sufrimientos.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, que es el tercer domingo de Pascua, es el de los discípulos de Emaús (cfr Lc 24,13-35). Estos eran dos discípulos de Jesús, los cuales, después de su muerte y pasado el sábado, dejan Jerusalén y regresan, tristes y abatidos, hacia su pueblo, llamado precisamente, Emaús. En el trayecto Jesús resucitado se acercó a ellos, pero ellos no lo reconocieron. Viéndoles tan tristes, Él, primero los ayudó a entender que la pasión y la muerte de Mesías estaban previstas en el designio de Dios y preanunciadas en las Sagradas Escrituras; y así reencendió el fuego de esperanza en sus corazones.
A ese punto, los dos discípulos advirtieron una extraordinaria atracción hacia aquel hombre misterioso, y lo invitaron a quedarse con ellos esa noche. Jesús aceptó y entró en su casa. Y cuando estando en la mesa bendijo el pan y lo partió, ellos lo reconocieron, pero Él desapareció de su vista, dejándolos llenos de estupor. Después de haber sido iluminados por la Palabra, habían reconocido a Jesús resucitado en el partir del pan, nuevo signo de su presencia. Inmediatamente sintieron la necesidad de regresar a Jerusalén para referir a los otros discípulos su experiencia, que habían encontrado a Jesús vivo y lo habían reconocido en aquel gesto de la fracción del pan.
El camino de Emaús se transforma así en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. También nosotros llegamos a menudo a la Misa dominical con nuestras preocupaciones, nuestras dificultades y desilusiones. La vida a veces nos hiere y nos vamos tristes hacia nuestra “Emaús”, dando la espalda al designio de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos acoge la Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y reenciende en nuestros corazones el fuego de la fe y de la esperanza y en la comunión nos da fuerza. Palabra de Dios y Eucaristía: leer cada día una parte del Evangelio, recuérdenlo bien, leer cada día una parte del Evangelio y los domingos ir a hacer la comunión, a recibir a Jesús. Así sucedió con los discípulos de Emaús, han recibido la Palabra, han compartido la fracción del pan, y de tristes y derrotados que se sentían, se sintieron alegres. Siempre, queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría. ¡Recuérdenlo bien! ¡Cuando tu estas triste o algo así, toma la Palabra de Dios! ¡Cuando tú estás desanimado, toma la Palabra de Dios y va a la Misa del domingo a hacer la Comunión, a participar del misterio de Jesús! Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría.
Por intercesión de María Santísima, roguemos para que todo cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente en la Misa dominical, redescubra la gracia del encuentro transformante con el Señor, con el Señor resucitado, que está con nosotros siempre. Hay siempre una Palabra de Dios que nos guía en nuestra desorientación; y a través de nuestros cansancios y desilusiones, hay siempre un Pan partido que nos hace seguir adelante en el camino.
Queridos hermanos y hermanas,
deseo invitarlos a confiar a la Virgen la situación en Ucrania, donde no cesan las tensiones. La situación es grave. Rezo con ustedes por las víctimas de estos días, pidiendo que el Señor infunda en los corazones de todos sentimientos de pacificación y de hermandad.
Recemos también por los difuntos a causa del enorme desmoronamiento que se abatió dos días atrás en un pueblo de Afganistán. Dios Omnipotente, que conoce el nombre de cada uno de ellos, acoja todos en su paz; y dé a los sobrevivientes la fuerza de seguir adelante, con el sostén de cuántos se empeñarán para aliviar sus sufrimientos.
Queridos hermanos y hermanas,
hoy es la 90° Jornada Nacional por la Universidad Católica del Sagrado Corazón, que tiene como tema “Con los jóvenes, protagonistas del futuro”. ¿Bello tema, eh? ¿Cuántos jóvenes hay hoy? ¿Cuántos? ¡Ustedes son protagonistas del futuro! ¡Ustedes han entrado en el futuro, en la historia! Es éste el tema de hoy. Rezo por esta gran Universidad, para que sea fiel a su misión original y actualizada al mundo actual.
Si Dios quiere iré pronto a visitar aquí en Roma la Facultad de Medicina y Cirugía y el Policlínico “Gemelli”, que cumple 50 años de vida y pertenece a la Universidad Católica del Sagrado Corazón.
¡Saludos a todos ustedes, fieles romanos y peregrinos! En particular a los fieles de la diócesis de Parma, guiados por el Obispo Enrico Solmi, con numerosos jóvenes que hacen un camino llamado “Concilio de jóvenes”. Pero, ¡hermoso nombre, eh! ¡Adelante! ¡Buen camino a todos!
Saludo a la Asociación “Meter”, que desde casi 20 años lucha contra toda forma de abuso a los menores. ¡Gracias por vuestro empeño! Como así también a los participantes en la Marcha por la Vida, que este año tiene un carácter internacional y ecuménico. A Meter y a los participantes de la Marcha por la Vida tantas felicidades y a trabajar por esto!
Saludo a las asociaciones “Relais Sourds” de Lione, “Il pórtico” de Padoa y “Jardín de los niños” de la Argentina; a las Hermanas Maestras de Santa Dorotea; a los fieles Melquitas de Australia y los de Alcorcón, España; a los chicos polacos de Rybnik, seguidores del Beato Piergiorgio Frassati; al Coro y la Banda de Lenola, a los Coros de la Diócesis de Udine y a las asociaciones de los Acampadores italianos.
¡Agradezco por su presencia los tantos grupos parroquiales y juveniles!
A todos ustedes les deseo un feliz domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Traducción del italiano: María Cecilia Mutual