Durante 22 años, la mayor parte del pontificado de Juan Pablo II, el español Joaquín Navarro Valls ejerció de portavoz de la Santa Sede, y tuvo contacto estrecho con uno de los dos papas que la Iglesia católica canonizará este domingo.
Al lado de Karol Wojtyla narró viajes, encíclicas, enfermedades, fallecimiento y funerales, pero no el atentado sufrido por el Papa polaco en 1981, pues no ocupaba aún ese puesto.
En cambio, Navarro Valls (Cartagena, 1936), médico y periodista, era veinteañero cuando Angelo Roncalli, elegido Papa, decidió llamarse Juan XXIII y al poco convocó el concilio Vaticano II.
Al concluir Navarro Valls a mediados del 2006 su tarea al frente de la Oficina de Prensa vaticana -que desde entonces dirige el jesuita Federico Lombardi-, se quedó a vivir en Roma. Aquí preside el consejo asesor de la Universidad Campus Bio-Médico, vinculada al Opus Dei.
- En primer lugar, la inevitabilidad para el ser humano de enfrentarse con el tema de Dios; y la multitud que será presente en San Pedro lo confirmará de nuevo. Los dos dedicaron sus vidas no sólo a decir qué cosa es la bondad, sino a enseñar a ser bueno. Y no es una paradoja que en una época un poco triste, desolada, que ríe poco, estos dos Papas hayan mostrado tan elocuentemente el valor humano y espiritual de la alegría: los son recordados por su constante buen humor.
-Quizás nos habíamos acostumbrado indebidamente a pensar que la única forma expresiva del cristianismo era el estilo barroco. El papa Francisco no es muy entusiasta de este estilo, pero eso no quiere decir que la ceremonia prevista vaya a ser menos digna que otras precedente. Yo creo, sin embargo, que quizás también habría que preguntárselo al alcalde de Roma, que no sabe cómo gestionar la movilidad de algunos millones de peregrinos estos días y en esta ciudad urbanísticamente tan compleja.
-Sería una simplificación histórica inadmisible. Naturalmente, la acción ética de estos dos papas tuvo influencias decisivas en la historia. Los historiadores hoy concuerdan en reconocer el papel de Juan Pablo II en los cambios históricos que modificaron la vida de millones de personas en Europa. Pero el análisis de esos cambios resulta incomprensible si sólo se invocan elementos políticos. ¿Era sólo geopolítica hablar de la dignidad humana, como hizo Juan Pablo II entre 1979 y 1989, cuando cayó el muro de Berlín?
-Creo que esos ambiguos conceptos que usted recuerda comienzan a esfumarse, y están condenados a desaparecer. Lo que no ha desaparecido es la necesidad de profundizar más en el rico patrimonio de ideas conciliares. Un concilio como ese no se agota en una o dos generaciones.
-Son recuerdos muy personales, pero me di cuenta ya entonces de que no podía guardarlos sólo para mí, ya que, literalmente, el mundo entero los estaba reclamando. Cada vez que hacía un briefing o una comunicación a la prensa, se conectaban en directo todas las televisiones del mundo, incluidas aquellas de países sin católicos o con pocos católicos, como Al Yazira, por ejemplo. Era para mí una situación no cómoda: vivir simultáneamente la esfera privada y la pública. Y comunicar contenidos públicos sin emociones privadas; no fue fácil.
-También en ese campo, y no fue el único, hubo que ser pionero. Recuerdo aún la conversación que tuve con Juan Pablo II cuando internet comenzaba a ser accesible. Me preguntó si ya teníamos allí una presencia. Al día siguiente, comenzábamos... Eran todavía los años ochenta.
-Dispensar del requisito del milagro en un proceso de canonización es prerrogativa personal del Papa, y la puede aplicar cuando lo decida. Por tanto, podría también decidir en este sentido en el caso de monseñor Romero.
-Quizás sí para el no creyente, pero no debería ser así para el creyente. A un icono no se le puede imitar; a un santo se le debería tratar de imitar. Precisamente para eso le hacen santo.