Juan Pablo II murió el 2 de abril de 2005. Nueve años después, en el aniversario de "nacimiento a la vida eterna", su "dies natalis", el filólogo Jordi Picazo entrevista para ReL al doctor Joaquín Navarro-Valls, que convivió 22 años con el Papa polaco y ha sido el único laico de la historia en ocupar el puesto de Jefe de la Sala de Prensa del Vaticano. Desde cerca fue testigo de grandes cambios históricos, y del papel de Juan Pablo II en ellos.


-Si usted quiere llamarlo así, yo no tengo inconveniente en aceptarlo. Activista, entre comillas al menos. Un activismo que se le puede atribuir a Juan Pablo II es el activismo de la dignidad humana. Ésa fue su arma, la de hablar, predicar y hacer lo posible por la dignidad del ser humano, y ahí entran guerras, totalitarismo, todo lo que usted quiera.


- No se sentía un líder político ni siquiera cuando cayó el muro de Berlín y cambió la vida de centenares de millones de personas en todo un ámbito. No solamente hay que destacar el milagro del cambio: aquel cambio se produjo sin derramamiento de sangre, cosa que ningún historiador pensaba que podía suceder. Ahora, todo eso fue posible porque él era el gran activista -yo utilizo su palabra- el gran activista de la dignidad humana: aquello convenció. En Cuba, por ejemplo, estuve con él. Bien, el sistema en Cuba no es que haya cambiado de por sí, pero ha cambiado la Iglesia, ha cambiado mucho su presencia, su reconocimiento social en Cuba. Antes de aquel viaje estaba apartada de todo protagonismo social. De esta forma también se podría analizar Chile, Uruguay, Paraguay...




-En el caso de Juan Pablo II como Papa filósofo, y un gran teólogo como Benedicto XVI, puedo decir que Benedicto ha concedido, desde que renunció al pontificado, una sola entrevista, que estos días se está volviendo a considerar en Italia en un libro que se ha publicado y que me toca presentar el día cinco de abril aquí en Roma. Benedicto afirma ahí, con la modestia y la riqueza intelectual que le han caracterizado siempre, y la elegancia intelectual: “Yo ni quise ni podía imitar a Juan Pablo II. No lo quise y tampoco lo podía hacer", dice Benedicto.

»Es decir, cada uno tiene la responsabilidad de lo que es y de lo que tiene que hacer y por ello se diferencia mucho de su predecesor, pero que necesariamente se hace con el propio carisma, con el propio modo de ser. Eso que Dios mismo ha elegido al cambiar una persona por otra. Desde este punto de vista pienso que a Benedicto XVI no le fue difícil dar continuidad a la reforma iniciada por Juan Pablo II.

»El entonces cardenal Ratzinger era el colaborador número uno de Juan Pablo II durante todo el pontificado, al menos a partir de 1980, que es cuando vino a Roma. Le fue por tanto fácil continuar con su propio estilo, su propia especifidad la gran reforma, que sería ahora largo de explicar, que llevó a cabo Juan Pablo II.


-Yo pienso que el gran desafío del momento, como lo ha sido probablemente en momentos anteriores es la gran necesidad de superar el gran vacío antropológico, ético, que en nuestra época es bastante notable, el peor en la historia de la humanidad. Hay grandes problemas éticos en el mundo, pero es que antes que eso hay un gran problema antropológico, y es que no sabemos quién es el ser humano: cada vez que en un congreso internacional de filosofía se habla de este tema de la naturaleza humana o se habla del tema de la verdad, resulta que la gente se siente incómoda, como si fueran dos temas que no tienen que ver con la identidad humana. Ahí está el gran déficit de nuestra época.




-La Familiaris Consortio, la encíclica de Juan Pablo II, sigue siendo un gran documento sobre el amor humano. Un documento que, y a mí me sorprende, cuando a veces se viaja y se va a universidades fuera del ámbito habitual, en ámbitos nada sospechosos de catolicismo o de fe cristiana, vemos que continúa estudiándose y prestándosele atención porque tiene una riqueza extraordinaria.

»Juan Pablo II, cuando era todavía obispo, ni siquiera cardenal, empezó a elaborar sobre este tema y escribió aquel libro estupendo que se llama Amor y Responsabilidad. El libro se difundió pero él mismo, y -esto me lo ha contado Juan Pablo II-, se dio cuenta que para entender bien Amor y Responsabilidad había que hacer una reflexión sobre quién es la persona humana. Ése es el déficit antropológico al que me refería. Después escribió Persona y Acto, un libro muy difícil pero muy rico desde el punto de vista antropológico, no de antropología cristiana sino simplemente antropología, “kultur”. En el fondo, hay que plantearse con seriedad filosófica y antropológica, y últimamente también ética, qué es el amor humano; cuáles son esos parámetros del amor humano que hace que el amor humano sea distinto del amor entre animales, que sea específico del ser humano, es un gran tema en el que nuestra época es deficitaria. Sin embargo la biografía para profundizar no falta, gracias a Juan Pablo II.

- Usted me está pidiendo con eso casi una profecía. No me atrevería a entrar en el terreno de la profecía. El demonio está activo como lo ha estado siempre y el demonio me parece un elemento honesto, ¿cómo lo diría?, que ¡hace lo que tiene que hacer!

»El tema es si nosotros hacemos lo que tenemos que hacer también. Es decir, ser cristiano coherente no es fácil, pero ese hecho no es nada comparado con el hecho de ser una persona humana: ser un hombre o una mujer no es una empresa fácil. El ser humano no está fabricado. Tiene que hacerse con su libertad, tiene que aprender a manejar su libertad. Éste es el gran desafío de todo ser humano, qué quiero hacer con mi libertad, qué quiero hacer con mi vida. Podemos tratarlo a nivel teórico, académico, pero lo curioso de todo ello es que cada uno lo tiene que resolver en primera persona, no se lo puede dar nadie resuelto. El problema es si eso nos asusta. El destino del ser humano a ser libre no nos debe asustar y debe asumirse. Antes de ser una cuestión ética, es una cuestión antropológica.