Una repleta plaza de San Pedro ha recibido al Santo Padre bajo una leve lluvia con la que ha amanecido Roma el miércoles 28 de marzo.
Durante más de media hora el Papa ha paseado con el jeep descubierto entre los pasillos para saludar e intercambiar unas breves palabras con los peregrinos allí presentes. Los más afortunados, siempre los niños, eran llevados hasta sus brazos para recibir la bendición.
A medida que avanzaba la audiencia la lluvia comenzó a tener más fuerza, lo que hizo que toda la plaza quedara cubierta por los coloridos paraguas que protegían a los fieles del agua. Por eso, el Papa -como ya ha hecho en otras ocasiones- ha agradecido a los presentes su valentía por permanecer allí a pesar de la lluvia.
Entre los presentes hoy en la plaza estaban un grupo de inmigrantes latinoamericanos que residen en EEUU, tal y como adelantó ZENIT el día anterior.
Esta delegación ha entregado al papa Francisco una carta en la que le solicitan su mediación para que el presidente Obama detenga las extradiciones de personas ´sin papeles´, mientas el Congreso estudia una reforma migratoria.
En la entrevista conocida ayer, el padre Marco Mercado, encargado para atender a la comunidad hispana por el cardenal de Chicago, Francis Eugene George, explicó que "los deportables son 2,2 millones mientras 11,5 millones es el total de personas indocumentadas que tenemos en Estados Unidos”.
En su catequesis el Santo Padre ha continuado la serie dedicada a los sacramentos. Tras haber hablado sobre el bautismo, la comunión, la confirmación, la confesión y la unción de enfermos, hoy Francisco ha reflexionado sobre el orden sacerdotal.
»La catequesis de hoy está centrada en el sacramento del Orden, que comprende el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
»¿Qué significa esto concretamente en las vidas de quienes que son ordenados? Quienes son ordenados son puestos a la cabeza de la comunidad como servidores, como lo hizo y lo enseñó Jesús. El obispo, sacerdote y el diácono están al servicio de la comunidad, si no lo hacen, no está bien.
»El sacramento les ayuda también a amar apasionadamente a la Iglesia, dedicando todo su ser y su amor a la comunidad, que no la han de considerar de su propiedad. Ni el obispo es el propietario de su diócesis, ni el sacerdote es el propietario de su parroquia, ni el diácono de su diaconía. Es propiedad del Señor, a la cual tienen que servir.
»Y por último, han de procurar reavivar el don recibido en el sacramento, por la oración. Cuando no se alimenta el ministerio ordenado con la oración, la escucha de la Palabra, la celebración cotidiana de la Eucaristía y la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia se termina perdiendo el sentido auténtico del propio servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con el Señor".
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española, "en particular a los grupos provenientes de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos" y les ha invitado a todos a rezar al Señor por los ministros ordenados de su Iglesia, en particular por aquellos que se encuentran en dificultad o que necesitan recuperar el valor y la frescura de su vocación. Pidamos también para que no falten nunca en nuestras comunidades pastores auténticos, según el Corazón de Cristo".
Tras los saludos en todas las lenguas, para concluir, el Santo Padre ha dirigido un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. "Ayer celebramos la Solemnidad de la Anunciación del Señor a la Virgen María. Queridos jóvenes, particularmente los scouts presentes, ponernos en escucha de la voluntad de Dios como María; queridos enfermos, no os desaniméis en los momentos más difíciles sabiendo que el Señor no da una cruz superior a las propias fuerzas; y vosotros, queridos recién casados, edificad vuestra vida matrimonial sobre la roca firme de la Palabra de Dios".
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya hemos tenido ocasión de señalar que los tres sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía forman juntos el misterio de la "iniciación cristiana", un único gran acontecimiento de gracia que regenera en Cristo y nos abre a su salvación. Esta es la vocación fundamental que une a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. Hay a continuación dos sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas: se trata del Orden y del Matrimonio. Constituyen dos grandes vías por las que el cristiano puede hacer de su vida un don de amor, siguiendo el ejemplo y en el nombre de Cristo, y así colaborar en la edificación de la Iglesia.
El Orden, marcado en los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que permite el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, para apacentar su rebaño, en la potencia de su Espíritu y de acuerdo a su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia, no con la fuerza humana o con la propia potencia, sino con la del Espíritu y de acuerdo a su corazón, el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor, no sirve. Y, en este sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor.
1. Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados se colocan a la cabeza de la comunidad. ¡Ah! ¿Están a la cabeza? Sí. Sin embargo, para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo lo ha mostrado y enseñado a sus discípulos con estas palabras : "Sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan, y los jefes las oprimen. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". (Mt 20, 25-28 // Mc 10, 42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad: no está bien. Un sacerdote, un cura, que no está al servicio de su comunidad: no está bien. Está equivocado.
2. Otra característica que siempre se deriva de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en aquel pasaje de la Carta a los Efesios, en el que san Pablo dice que Cristo "ha amado a la Iglesia. Él se ha entregado a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocar ante sí a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada" ( 5, 25-27). En virtud del Orden el ministro dedica todo su ser a su propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo y el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad. Y la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio. El marido ama a su mujer como Cristo ama a la Iglesia. ¡Es un misterio grande de amor, este del ministerio y aquel del matrimonio! Los dos sacramentos que son el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor.
3. Un último aspecto. El apóstol Pablo aconseja a su discípulo Timoteo no descuidar, más bien, reavivar siempre el don que está en él, el don que le ha sido dado por la imposición de las manos. Cuando no se nutre el ministerio con la oración, ( ... ) la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y una cuidadosa y constante asistencia al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente perdiendo de vista el significado autentico del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con Jesús. El obispo que no reza, el obispo que no vive y escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no va a confesarse regularmente… y lo mismo el sacerdote que no hace estas cosas, a la larga, pierden la unión con Jesús y adquieren una mediocridad que no hace bien a la Iglesia.
Por eso tenemos que ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento diario, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse habitualmente. Y esto es tan importante, porque está en juego la santificación propia de los obispos y los sacerdotes.
Quisiera terminar también con una cosa que me viene a la cabeza. ¿Pero qué hay que hacer para convertirse en sacerdote? ¿Dónde se venden las entradas? No, no se venden. Ésta es una cosa donde la iniciativa la toma el Señor.
El Señor llama, llama a cada uno de los que quiere que se conviertan en sacerdote. Y quizás haya algunos jóvenes aquí que han sentido en su corazón esta llamada: el deseo de convertirse en sacerdotes, el deseo de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios, el deseo de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, cuidar a los enfermos… Pero toda la vida así. Si alguno de vosotros ha sentido esto en el corazón, es Jesús que se lo ha puesto ahí, ¿eh? Cuidad esta invitación y rezad para que esto crezca y dé fruto en toda la Iglesia. ¡Gracias!