El Santo Padre explicó que la cruz que lleva consigo pertenecía al Padre José Aristi, de la parroquia del Santísimo Sacramento en Buenos Aires, que era conocido por ser un gran confesor y acompañó prácticamente a todo el clero de la capital argentina. El Padre Aristi confesó al Papa Juan Pablo II durante una de sus visitas a Argentina.
“En aquel tiempo yo era vicario general y vivía en la curia. Cada mañana iba a ver el fax a ver si había alguna cosa. Y la mañana de Pascua leí un fax del superior de la comunidad (del P. Aristi). ‘Ayer, media hora antes de la Vigilia Pascual, falleció el P. Aristi, a los 94 (o 96) años. El funeral será el día tal…’. Y la mañana de Pascua debía almorzar con los sacerdotes de la casa de reposo – lo hacía habitualmente en Pascua – y luego –me dije– iré a la iglesia. Era una iglesia grande, muy grande, con una cripta bellísima”.
El Papa recordó que ingresó a la cripta de la iglesia, en donde había dos ancianas rezando, pero “no había flores. Y yo pensé: pero este hombre, que ha perdonado los pecados de todo el clero de Buenos Aires, también a mí, ni una flor… Salí y fui a una florería (…) y compré algunas flores, rosas”.
“Volví y comencé a preparar bien el ataúd, con flores. Y vi el rosario que tenía en la mano… y de pronto se me vino a la mente - ¿ese ladrón que todos tenemos dentro, no? – y mientras acomodaba las flores tomé la cruz del rosario, y con un poco de fuerza logré arrebatarla. En ese momento la he guardado y he dicho ‘dame la mitad de tu misericordia’. ¡He sentido una cosa fuerte que me dio el coraje de hacer esto y de hacer esta oración!”
“Luego, esa cruz la puse aquí, en el bolsillo. Las camisas del Papa no tienen bolsillo, pero yo siempre llevo aquí una pequeña bolsa de tela, y desde aquel día hasta hoy, esa cruz está conmigo. Y cuando me viene un mal pensamiento contra cualquier persona, la mano la llevo aquí, siempre. ¡Y siento la gracia! Siento que me hace bien. Cuánto bien hace el ejemplo de un sacerdote misericordioso, de un sacerdote que se acerca a las heridas…”.
Para concluir, el Santo Padre animó a “pensar en tantos sacerdotes que están en el cielo y ¡pidan esta gracia! Que les den esa misericordia que han tenido con sus fieles. Y esto hace bien”.