«No existe la menor duda sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino» y las «especulaciones» al respecto son «simplemente absurdas». Joseph Ratzinger no se vio obligado a renunciar, no lo hizo debido a presiones o conspiraciones: su renuncia es válida, y hoy en la Iglesia no existe ninguna «diarquía», ningún doble gobierno. Hay un Papa reinante en pleno uso de sus funciones, Francisco, y un emérito que tiene como «único y último objetivo» rezar por su sucesor.
Desde el monasterio "Matre Ecclesiae", dentro de los muros vaticanos, el Papa emérito Benedicto XVI se propuso negar las interpretaciones sobre su gesto histórico de hace un año, mismas que diferentes medios y sitios han retomado en ocasión del primer aniversario de su renuncia.
Lo hizo respondiendo personalmente a una carta con algunas preguntas que le habíamos enviado hace algunos días, después de haber leído algunos comentarios en la prensa italiana e internacional sobre su dimisión. De forma sintética pero muy precisa, Ratzinger respondió y desmintió los presuntos contextos secretos de la renuncia, además de invitar a no adjudicar significados impropios a algunas decisiones que tomó, como la de mantener el hábito blanco incluso después de haber dejado el ministerio del obispo de Roma.
Como se recordará, con un clamoroso e inesperado anuncio, el 11 de febrero de 2013 Benedicto XVI comunicó a los cardenales reunidos en Consistorio su libre decisión de renunciar «ingravescente aetate», por motivos de edad: «he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino». Anunciaba también que la sede apostólica habría permanecido vacante a partir del 28 de febrero: los cardenales se habrian reunido para proceder con la elección del sucesor. Durante los siguientes días, Ratzinger habría indicado que mantendría el nombre de Benedicto XVI (que aparece al final de la carta), que sería llamado a partir de entonces "Papa emérito" (como se puede ver en el encabezado impreso de la misma carta) y que seguiría vistiendo el hábito blanco, aunque simplificado con respecto al del Pontífice, es decir sin la "peregrina" y sin la faja.
Durante la última audiencia de los miércoles, el 27 de febrero de 2013, en una Plaza San Pedro inundada de sol y llena de fieles, Benedicto XVI dijo: «En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo».
Y añadió que su retiro, «escondido al mundo», no significaba «una vuelta a lo privado». «Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro».
Justamente estas palabras sobre su voluntad de permanecer «en el recinto de San Pedro» provocaron que algunos hipotizaran que la renuncia no había sido verdaderamente libre ni, por lo tanto, válida; como si Ratzinger se estuviera reservando un papel de "Papa en la sombra", es decir nada más alejado de su sensibilidad.
Después de la elección de Francisco, de las novedades de su papado y de la sacudida que está dando a la Iglesia con sus palabras y con su testimonio personal, era normal que algunos (como siempre ha sucedido con cada sucesión pontificia) lo opusieran al predecesor. Una comparación que el mismo Benedicto XVI siempre ha rechazado. Durante las últimas semanas, mientras se iba acercando el primer aniversario de su renuncia, hay incluso algunos que han ido demasiado lejos, llegando a hipotizar la invalidez de la renuncia de Benedicto y, por ende, un papel todavía activo e institucional al lado del Papa reinante.
El pasado 16 de febrero, quien escribe estas líneas envió al Papa emérito un mensaje con algunas preguntas específicas en relación con estas interpretaciones.
Dos días después llegó la respuesta. «No existe la menor duda -escribe Ratzinger en la carta- sobre la validez de mi renuncia al ministerio petrino. Única condición de la validez es la plena libertad de la decisión. Las especulaciones sobre la invalidez de la renuncia son simplemente absurdas».
Por lo demás, que la posibilidad de la renuncia hubiera rondado su mente mucho tiempo antes lo sabían las personas más crecanas a Ratzinger. Además lo había confirmado él mismo en el libro entrevista con periodista alemán Peter Seewald ("Luz del mundo", 2010): «Si un papa se da cuenta con claridad de que ya no es física, psicológica o espiritualmente capaz de ejercer el cargo que se le ha confiado, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, también el deber, de dimitir».
Hace un año, fue inevitable que después del anuncio (en dos mil años de historia de la Iglesia ningún Papa había renunciado por motivos de edad) se relacionara este gesto clamoroso con el clima de conspiraciones en la Curia romana y con el periodo de los "vatileaks". Todo el Pontificado de Benedicto XVI fue un Vía Crucis y, en particular, los últimos años: primero debido al escándalo de la pederastia, que él mismo habría combatido sin inculpar a grupos o «enemigos exteriores» de la Iglesia, sino más bien al mal que proviene del interior de la Iglesia misma. Después, debido a la fuga de los documentos que el mayordomo Paolo Gabriele tomó del escritorio del Papa. La renuncia, pues, fue relacionada con estos contextos. Pero Benedicto XVI explicó, en el mismo libro-entrevista con Peter Seewald, que no se abandonaba la nave mientras se abatía una tormenta sobre el mar. Por ello, antes de anunciar la renuncia, decisión que había tomado tiempo antes y revelada a sus más estrechos colaboradores con algunos meses de anticipación, Ratzinger esperó que el caso de los "vatileaks", el proceso en contra de Gabriele y la investigación encomendada a los tres cardenales hubieran terminado. Renunció cuando todo ello hubo terminado.
En la carta que nos envió, el Papa emérito respondió también a algunas preguntas sobre el significado del vestido blanco y del nombre papal. «Mantener el hábito blanco y el nombre Benedicto -nos escribió- es una cosa simplemente práctica. Al momento de la renuncia no había otros vestidos a disposición. Por lo demás, llevo el hábito blanco de forma claramente diferente al del Papa. También aquí se trata de especulaciones sin el mínimo fundamento».
Benedicto XVI ofreció un claro y muy significativo testimonio de esta afirmación el sábado pasado, durante el Consistorio al que asistió aceptando la invitación de Francisco. Ratzinger no quiso un sitio apartado y especial, sino que se sentó en una silla igual a la de los cardenales, en un rinconcito, en la fila de los purpurados obispos. Cuando Francisco, tanto al inicio como al final de la ceremonia, se le acercó para saludarlo y abrazarlo, Benedicto se quitó el solideo en señal de reverencia y para confirmar públicamente que el Papa es uno solo.
Hace pocas semanas, el teólogo suizo Hans Küng citó algunas palabras sobre Francisco que Benedicto XVI le escribió en una carta. Palabras que, una vez más, no dejan sitio a interpretaciones: «Yo estoy agradecido de poder estar unido por una gran identidad de visión y por una amistad de corazón a Papa Francisco. Hoy, veo como mi única y última tarea apoyar su Pontificado en la oración». Hay quienes, en la red, trataron de poner en tela de juicio la autenticidad de la cita o, de cualquier manera, la han instrumentalizado. Por ello le pedimos al Papa que confirmara lo escrito: «El prof. Küng citó literal y correctamente las palabras de mi carta a él dirigida», precisó. Antes de concluir con la esperanza de haber respondido «de manera clara y suficiente» a las preguntas que le habíamos enviado.