Comentando la actitud del rey David ante la traición de su hijo Absalón, el Papa Francisco exhortó el lunes 3 de febrero en la misa matinal en la Casa de Santa Marta a elegir siempre el camino de la confianza en Dios.
El rey David, recordó, huye porque su hijo Absalón lo ha traicionado. El Santo Padre centró su homilía en la Primera lectura, tomada del Segundo Libro de Samuel, que narra de esta “gran traición” y de sus consecuencias.
David está triste porque “también el pueblo” estaba con el hijo en contra del rey. Y siente “como si este hijo estuviese muerto”. Pero “¿cuál es, entonces, la reacción de David ante esta traición del hijo?”.
El Pontífice indicó tres actitudes.
Ante todo, David, “hombre de gobierno, toma la realidad como es y sabe que esta guerra será muy” dura y “que habrán muchos muertos”.
Por lo tanto, “toma la decisión de no hacer morir a su pueblo”. Él, observó el Papa, “podía luchar en Jerusalén contra las fuerzas de su hijo”, pero decide que Jerusalén no sea destruida:
“David, ésta es la primera actitud, para defenderse no usa a Dios ni a su pueblo, y esto significa el amor de un rey por su Dios y su pueblo. Un rey pecador – conocemos la historia – pero también un rey con este amor tan grande: era tan apegado a su Dios y tan apegado a su pueblo y para defenderse no usa ni a Dios ni a su pueblo. En los malos momentos de la vida ocurre que quizás en la desesperación uno busque defenderse como puede y también usar a Dios y usar a la gente. Él no, la primera actitud es ésta: no usar a Dios y a su pueblo”.
Entonces David elige huir. Su segunda actitud es “penitencial”. Sube al monte “llorando”, caminando “con la cabeza cubierta y los pies descalzos”. Y toda la “gente que estaba con él tenía la cabeza cubierta y, subiendo, lloraba”. Es verdaderamente “un camino penitencial”.
“Quizás – fue la reflexión del Obispo de Roma – en su corazón había pensado muchas cosas terribles, muchos pecados, que había cometido”, piensa no ser “inocente”. Piensa también que no sea justo que el hijo lo traicione, pero reconoce no ser un santo y “elige la penitencia”:
“Esta subida al monte nos hace pensar en esa otra salida de Jesús, también Él adolorido, descalzo, con su cruz subía el monte. Esta actitud penitencial. David acepta estar de luto y llora. Nosotros, cuando en nuestra vida nos pasa algo así buscamos siempre – es un instinto que tenemos – justificarnos. David no se justifica, es realista, busca salvar el arca de Dios, su pueblo, y hace penitencia por ese camino. Es un grande: un gran pecador y un gran santo. Como van juntas estas dos cosas… ¡Dios lo sabe!”.
En el camino, agregó el Papa, aparece otro personaje: Simei, que lanza piedras contra David y contra todos sus siervos. Es un “enemigo” que va maldiciendo a David. Uno de los amigos del rey afirma, por lo tanto, querer matar a este “desgraciado”, este “perro muerto”.
Pero David lo detiene: “en vez de elegir la venganza contra tantos insultos, escoge confiarse en Dios”. Es más, dice dejar que Simei lo maldiga porque “se lo ha ordenado el Señor”. Y agrega: “Él siempre sabe aquello que ocurre, el Señor lo permite”.
"Quizás - piensa David - el Señor mirará mi aflicción y me hará del bien en lugar de la maldición de hoy". La tercera actitud de David es entonces el confiarse en el Señor.
El comportamiento de David, observó Francisco, también nos puede ayudar, “porque todos nosotros pasamos en la vida” por momentos de oscuridad y de prueba. He aquí entonces las tres actitudes de David: “No negociar a Dios” y “nuestra pertenencia”; “aceptar la penitencia y llorar sobre nuestros errores”; finalmente “no buscar, nosotros, hacer justicia con nuestras manos, sino confiarnos en Dios”:
“Es hermoso sentir esto y ver estas tres actitudes: un hombre que ama a Dios, ama a su pueblo y no lo negocia; un hombre que se siente pecador y hace penitencia; un hombre que es seguro de su Dios y se confía en Él. David es un santo y nosotros lo veneramos como santo. Pidámosle que nos enseñe estas actitudes en los momentos malos de la vida”.