El Señor y los pequeños. El Santo Padre centró su homilía en este binomio subrayando que “la relación del Señor con su pueblo es una relación personal, siempre de persona a persona”. Él, agregó, “es el Señor y el pueblo tiene un nombre, no es un diálogo entre el poderoso y la masa”. Es un diálogo “personal”:
“Y en un pueblo, cada uno tiene su lugar. El Señor jamás habla a la gente así, a la masa, jamás. Habla siempre personalmente, con los nombres. Y elige personalmente. El relato de la creación es una figura que hace ver esto: es el mismo Señor que con sus manos artesanalmente hace al hombre y le da un nombre: ´Tú te llamas Adán´. Y así comienza aquella relación entre Dios y la persona. Y hay otra cosa, una relación entre Dios y nosotros pequeños: Dios, es grande, y nosotros pequeños. Cuando debe elegir a las personas, también a su pueblo, Dios siempre elige a los pequeños”.
Dios, prosiguió, elige a su pueblo porque es “el más pequeño”, tiene “menos poder” que los otros pueblos. Precisamente hay un “diálogo entre Dios y la pequeñez humana”. También la Virgen dirá: “El Señor ha mirado mi humildad”. El Señor “ha elegido a los pequeños”.
En la primera Lectura de hoy, observó, “se ve claramente esta actitud del Señor”. El profeta Samuel está ante el más grande de los hijos de Jesé y piensa que sea “su consagrado, porque era un hombre alto, grande”. Pero el Señor, observó el Pontífice, le dice: “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado, porque aquello que ve el hombre no cuenta”.
De hecho, recalcó el Pontífice, “el hombre ve la apariencia, pero el Señor ve el corazón. El Señor elige según sus criterios”. Y elige “a los débiles y a los dóciles, para confundir a los poderosos de la tierra”. Al final, por lo tanto, “el Señor escoge a David, el más pequeño”, que “no contaba para su padre”. “No estaba en casa”, estaba “cuidando las ovejas”. El mismo David también “fue elegido”:
“Todos nosotros con el Bautismo hemos sido elegidos por el Señor. Todos somos elegidos. Nos ha elegido uno a uno. Nos ha dado un nombre y nos mira. Hay un diálogo, porque el Señor ama así. También David luego se volvió rey y se equivocó. Quizás cometió tantas equivocaciones, pero la Biblia nos cuenta dos errores fuertes, dos errores de aquellos grandes. ¿Qué hizo David? Se humilló. Volvió a su pequeñez y dijo: ‘Soy un pecador’. Y pidió perdón e hizo penitencia”.
Y después del segundo pecado, prosiguió, David dijo al Señor: “Castígame, no al pueblo. El pueblo no tiene la culpa, yo soy el culpable”. David, reflexionó el Obispo de Roma, “custodió su pequeñez, con el arrepentimiento, con la oración, con el llanto”. “Pensando en estas cosas, en este diálogo entre el Señor y nuestra pequeñez”, agregó, “me pregunto dónde está la fidelidad cristiana”:
“La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, es simplemente custodiar nuestra pequeñez, para que pueda dialogar con el Señor. Custodiar nuestra pequeñez. Por esto la humildad, la docilidad, son muy importantes en la vida del cristiano, porque es una custodia de la pequeñez, a la cual el Señor gusta mirar. Y siempre existirá el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor. Que el Señor nos dé, por intercesión de San David -también por la intercesión de la Virgen que cantaba alegre a Dios, porque había mirado su humildad- el Señor nos dé la gracia de custodiar ante Él nuestra pequeñez”.