El Papa comenzó hablando de las palabras de "fuerza, valor y esperanza" de las lecturas del día, pero una esperanza que no se basa "en frágiles promesas humanas" ni "en la ingenua creencia que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro", sino que "tiene su razón en la bendición de Dios y su protección amorosa y ayuda providente". Pues bien, María, la madre de Dios, es el fundamento principal de esa esperanza porque "en ella se ha realizado esta bendición por haber sido destinada a ser la Madre de Dios".
"Madre de Dios es el título principal y esencial de la Virgen", algo que "el pueblo cristiano, en su tierna y genuina devoción por la madre celestial, siempre ha experimentado". En ese sentido, Francisco recordó el Concilio de Éfeso (año 431), donde fue proclamado tal dogma, y cómo los habitantes de Éfeso se reunían, a ambos lados de la basílica donde estaban reunidos los miembros del Concilio, gritando "¡Madre de Dios!" para instar esa proclamación, con "la actitud espontánea y sincera de los hijos que conocen bien a su madre porque la aman con inmensa ternura": "Es el sensum fidei del santo pueblo fiel de Dios, que, en su unidad, jamás se equivoca", dijo el Papa.
María ha acompañado siempre el itinerario de fe del pueblo cristiano, "y por eso la sentimos tan cercana", continuó. No en vano Jesús, en la Cruz, "nos la dio como madre, en unas palabras que tienen valor de testamento": "Desde ese momento, la madre de Dios se ha convertido también en nuestra madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba, Jesús nos confió a aquella que fue la primera en creer y cuya fe no decaería jamás. Y la mujer se convierte en nuestra madre en el momento en el que pierde al Hijo divino, y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a todos, y les ama como les amaba Jesús".
"La madre del Redentor nos precede y nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión: con su ejemplo de humildad y disponibilidad a la voluntad de Dios, nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras". A ella confiamos nuestras necesidades y las del mundo, especialmente "el hambre y la sed de justicia, de paz y de Dios", concluyó Francisco, quien cerró la homilía mirando a la imagen de la Virgen y pidiendo a los presentes unirse a él en una triple proclamación, "como los fieles de Éfeso": "Madre de Dios, Madre de Dios, Madre de Dios".