La Academia Pontificia para la Vida, creada hace 25 años por San Juan Pablo II para potenciar una auténtica cultura de la vida, debate estos días en el Vaticano acerca del tema "Roboética: Personas, máquinas y salud” en un encuentro al que acuden sus miembros, algunos clérigos en el organigrama vaticano y otros expertos y asesores laicos de todo el mundo.
El Papa Francisco los ha recibido con un discurso animándoles a reconocer lo positivo de las nuevas tecnologías pero vigilando también sus riesgos.
“Los dispositivos artificiales que simulan las capacidades humanas, en realidad, carecen de calidad humana. Hay que tenerlo en cuenta para orientar su regulación de uso y la investigación misma, hacia una interacción constructiva y equitativa entre los seres humanos y las últimas versiones de las máquinas. Las máquinas, de hecho, se propagan en nuestro mundo y transforman radicalmente el escenario de nuestra existencia. Si [conseguimos] tener en cuenta estas referencias, [incluso] en los hechos, el extraordinario potencial de los nuevos descubrimientos puede irradiar sus beneficios a cada persona y a toda la humanidad”.
Más poder técnico, pero también más desigualdad
Vivimos en un mundo lleno de contrastes, subraya el Papa, donde se perfila “una paradoja dramática: precisamente cuando la humanidad cuenta con la capacidad científica y técnica de lograr un bienestar equitativamente generalizado, según el mandato de Dios, observamos en cambio una exacerbación de los conflictos y un aumento de la desigualdad. El mito iluminista del progreso disminuye y la acumulación de potencialidades que la ciencia y la tecnología nos han brindado no siempre obtiene los resultados deseados. En efecto, por un lado, el desarrollo tecnológico nos ha permitido resolver problemas que eran insuperables hasta hace unos años, y estamos agradecidos a los investigadores que han conseguido estos resultados; por otro lado, han surgido dificultades y amenazas, a veces más insidiosas que las anteriores.”.
Este “ser capaces de hacer”, agrega, “corre el riesgo de ocultar a quien hace y el por quien se hace. El sistema tecnocrático basado en el criterio de eficiencia no responde a las preguntas más profundas que se plantea el hombre; y si, por una parte, no es posible prescindir de sus recursos, por la otra ese sistema impone su lógica a quien lo utiliza. Y, sin embargo, la técnica es característica del ser humano. No debe entenderse como una fuerza ajena y hostil, sino como un producto de su ingenio mediante el cual satisface sus necesidades vitales y las de los demás. Es, por lo tanto, un modo específicamente humano de habitar el mundo”.
¿Termina siendo la máquina la que 'conduce' al hombre?
“En lugar de entregar a la vida humana las herramientas que mejoran su cuidado, existe el riesgo de dar vida a la lógica de los dispositivos que deciden su valor. Este vuelco está destinado a producir resultados nefastos: la máquina no se limita a conducirse sola, sino que termina conduciendo al hombre. La razón humana se reduce así a una racionalidad alienada de los efectos, que no puede considerarse digna del hombre.”.
Francisco recordó el mensaje que enviara al Foro Davos en enero de 2018: “La inteligencia artificial, la robótica y otras innovaciones tecnológicas deben emplearse de tal manera que contribuyan al servicio de la humanidad y a la protección de nuestra casa común, en lugar de lo contrario, como algunos análisis, lamentablemente, prevén" (Mensaje al Foro Económico Mundial en Davos, 12 de enero de 2018).
Cuidado con las máquinas que simulan capacidades humanas
Por otro lado, el Papa agregó, que “el riesgo de que el hombre sea ‘tecnologizado’, en lugar de la técnica humanizada, ya es real: a las llamadas "máquinas inteligentes" se atribuyen apresuradamente las capacidades que son propiamente humanas. Necesitamos entender mejor qué significan, en este contexto, la inteligencia, la conciencia, la emocionalidad, la intencionalidad afectiva y la autonomía de la acción moral.
"Los dispositivos artificiales que simulan las capacidades humanas, en realidad, carecen de calidad humana. Hay que tenerlo en cuenta para orientar su regulación de uso y la investigación misma, hacia una interacción constructiva y equitativa entre los seres humanos y las últimas versiones de las máquinas. Las máquinas, de hecho, se propagan en nuestro mundo y transforman radicalmente el escenario de nuestra existencia. Si [conseguimos] tener en cuenta estas referencias, incluso en los hechos, el extraordinario potencial de los nuevos descubrimientos puede irradiar sus beneficios a cada persona y a toda la humanidad”.