El diario de la Santa Sede, L´Osservatore Romano, ha roto el tabú y ha publicado un revelador artículo donde se exponen las duras cifras de la crisis vocacional en la vida religiosa en la Iglesia. El artículo está firmado por alguien que sabe de lo que habla: José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, el dicasterio vaticano que se ocupa de todos los religiosos en el mundo.
En el quinquenio 2008-2012 el dicasterio para los religiosos ha concedido 11.805 dispensas de votos: indultos para dejar las órdenes religiosas, decretos de dimisiones, secularizaciones ad experimentum y secularizaciones para incardinarse en diócesis. En promedio, una media de 2.361 dispensas al año.
En el mismo periodo la Congregación para el Clero, el organismo del Vaticano que se ocupa de todos los sacerdotes del mundo, concedió 1.188 dispensas de las obligaciones sacerdotales y 130 dispensas del diaconado. Todos proceden de la vida religiosa por lo que la media anual tratada por la Congregación para el Clero es de 367,6.
La suma de ambos datos da un total de 13.123 religiosos menos en el quinquenio 2008-2012 (una media anual de 2624,6). Proporcionalmente se estaría hablado de que por cada 1000 religiosos, 2.54 dejan la vida religiosa. Si a todos estos casos se suman los que trata directamente la Congregación para la Doctrina de la Fe, el artículo de L´Osservatore Romano presenta un dato seguro: en cada año del quinquenio estudiado 3.000 religiosos han dejado la vida consagrada.
Pero el artículo de Mons. Carballo, antiguo maestro general de los franciscanos, no se detiene en la fría exposición numérica. Hace un estudio de la fenomenología de causas que motivan las deserciones y también ofrece las posibles soluciones.
Las causas aducidas en el artículo son tres: ausencia de vida espiritual, pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad, al instituto y, en algunos casos, a la Iglesia y problemas de orden afectivo.
Sobre el primero se dice que la carencia de oración personal, oración comunitaria y vida sacramental –en aras de un hacer más apostolado– desemboca en una profunda crisis de fe. Esto hace que los votos no tengan sentido y –como dice el autor del artículo– en general antes del abandono hay continuas y graves faltas contra ellos.
Sobre la pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad, al instituto y a la Iglesia se refiere que éstas se manifiestan en las criticas sistemáticas a los miembros de la propia comunidad, particularmente a la autoridad, en la escasa participación en los momentos de vida comunitaria o en sus iniciativas, a causa de una falta de equilibrio entre las exigencias de la vida común y las exigencias del individuo y el apostolado que desarrolla. En este campo, los problemas más comunes son las relaciones interpersonales, las incomprensiones, la falta de diálogo o de auténtica comunicación, la incapacidad psíquica de vivir la vida fraterna en común y la incapacidad de resolver los conflictos. Acerca de la relación con la Iglesia, el alejarse de ella queda reflejado en el no compartir más sus enseñanzas. Concretamente se alude a dos temas concretos: el sacerdocio de las mujeres y la moral sexual. Finalmente se dice que la falta de sentido y pertenencia lleva a abandonar físicamente la comunidad sin ningún permiso.
En el campo de los problemas de orden afectivo se menciona una problemática más bien amplia y que va desde el enamoramiento hasta el romper el voto de castidad. A todo esto se suman elementos socio-culturales que padece toda la sociedad: la falta de un norte que guíe la vida, un marcado individualismo, la mentalidad de mercado, la imposibilidad de hacer opciones definitivas y contraer compromisos a largo plazo.
Finalmente, Mons. Carballo presenta algunas línea de acción: 1) Que la vida consagrada y religiosa ponga en el centro una renovada experiencia del Dios uno y trino y considere esta experiencia como su estructura fundamental; 2) que haya una decisión clara de anteponer la calidad evangélica de vida al número de miembros o al mantenimiento de las obras; 3) que en la cura pastoral de las vocaciones se presente la vida consagrada y religiosa en toda su radicalidad evangélica y se haga un discernimiento en consonancia con dichas exigencias; 4) que durante la formación inicial se asegure un acompañamiento personalizado y no se hagan “descuentos” en las exigencias de una vida consagrada que sea evangélicamente significativa; 5) que entre la pastoral vocacional, formación inicial y permanente, haya continuidad y coherencia; y 6) que durante los primeros años de profesión solemne se asegure un adecuado acompañamiento personalizado.