Del 2 al 8 de enero, los obispos estadounidenses están reunidos en el seminario de la diócesis de Chicago para unos ejercicios espirituales que les dirige el padre capuchino Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia.
Con ese motivo, el Papa les ha dirigido una carta en la que lamenta no poder acompañarles, "por problemas de logística", al menos "un par de días", como era su intención, en este "tiempo de retiro, oración y discernimiento como eslabón necesario y fundamental en el camino para afrontar y responder evangélicamente a la crisis de credibilidad que atraviesan como Iglesia". El mensaje viene así a "suplir, de alguna manera, el viaje fallido".
Doble pecado: el crimen y su disimulo
"La credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos", dice Francisco, "lo cual generó una mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los fieles. La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer".
Esta pérdida de credibilidad dificulta a la Iglesia el cumplimiento de su misión, pues "cada vez que la palabra del Evangelio molesta o se vuelve testimonio incómodo, no son pocas las voces que pretenden silenciarla señalando el pecado y las incongruencias de los miembros de la Iglesia y más todavía de sus pastores".
¿Qué hacer ante esta situación? "La herida en la credibilidad exige un abordaje particular pues no se resuelve por decretos voluntaristas o estableciendo simplemente nuevas comisiones o mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos", señala el Papa.
Conversión y un cambio en la forma de ser pastor
"Exige", en efecto, "no sólo una nueva organización sino la conversión de nuestra mente (metánoia), de nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo. Las transformaciones en la Iglesia siempre tienen como horizonte suscitar y estimular un estado constante de conversión misionera y pastoral que permita nuevos itinerarios eclesiales cada día más conformes al Evangelio y, por tanto, respetuosos de la dignidad humana".
Francisco insiste en varios pasajes en que esa conversión debe hacerse desde la unidad espiritual entre los obispos y desde su colegialidad: "La credibilidad será fruto de un cuerpo unido que, reconociéndose pecador y limitado es capaz de proclamar la necesidad de la conversión. Porque no queremos anunciarnos a nosotros mismos sino a Aquel que por nosotros murió". En ese sentido, "la constante referencia a la comunión universal, como también al Magisterio y a la Tradición milenaria de la Iglesia, salva a los creyentes de la absolutización del «particularismo» de un grupo, de un tiempo, de una cultura dentro de la Iglesia".
Para ello, "todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio, evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y promuevan la reconciliación y la credibilidad que nuestro pueblo y la misión nos reclama".
En cuanto a los obispos, eso se traduce en que "la credibilidad nace de la confianza, y la confianza nace del servicio sincero y cotidiano, humilde y gratuito hacia todos, pero especialmente hacia los preferidos del Señor... El llamado a la santidad nos defiende de caer en falsas oposiciones o reduccionismos y de callarnos ante un ambiente propenso al odio y a la marginación, a la desunión y a la violencia entre hermanos".
Francisco concluye recordando que pertenece a la "identidad y misión" de la Iglesia, y es su "mayor servicio", "trabajar incansablemente por todo aquello que contribuya a la unidad entre personas y pueblos como símbolo y sacramento de la entrega de Cristo en la Cruz por todos los hombres sin ningún tipo de distinción".