En la mañana de ayer el Papa recibió a una delegación de la comunidad judía en ocasión del 70 aniversario de la deportación de los judíos de Roma. “¡Es una contradicción que un cristiano sea antisemita! Un poco sus raíces son judías. Un cristiano no puede ser antisemita. ¡El antisemitismo debe ser alejado del corazón y de la vida de cada hombre y de cada mujer!”, explicó Francisco.

El Papa recordó que la historia de la convivencia entre la comunidad judía y cristiana estuvo marcada a menudo “por incomprensiones y también por auténticas injusticias. Pero es una historia que, con la ayuda de Dios, ha conocido desde hace muchas décadas el desarrollo de relaciones amigables y fraternas”.

A este cambio de mentalidad “ha contribuido, por parte católica, la reflexión del Concilio Vaticano II, pero un aporto no menor ha venido de la vida y de la acción de ambas partes, de hombres sabios y generosos”, capaces de emprendeer con valentía “nuevos senderos de encuentro y de diálogo”.

“Paradójicamente –añadió Bergoglio– la tragedia común de la guerra nos ha enseñado acaminar juntos. Dentro de pocos días recordaremos el 70 aniversario de la deportación de los judíos de Roma”. Una ocasión, recordó el Papa, para recordar y rezar por las víctimas y sus familias. “También será la ocasión para mantener siempre alerta nuestra atención, para que no vuelvan a la vida, bajo ningún pretexto, formas de intolerancia y de antisemitismo, ni en Roma ni en el resto del mundo. Lo he dicho otras veces y quisiera repetirlo ahora: es una contradicción que un cristiano sea antisemita. Un poco sus raíces son judías. ¡Un cristiano no puede ser antisemita!”.

Francisco quiso recordar la acción y la ayuda a los judíos que promovieron los cristianos y los hombres de la Iglesia con el beneplácito de Pío XII.



Además volvió a evocar que “en la hora de las tinieblas, la comunidad cristiana de esta ciudad supo tender la mano al hermano en dificultad. Sabemos que muchos institutos religiosos, monasterios y las mismas basílicas papales, interpretando la voluntad del Papa, abrieron sus puertas para una fraterna acogida, y que muchos cristianos comunes ofrecieron la ayuda que podían dar, por pequeña o grande que fuera”.

La mayor parte de estos cristianos, dijo Bergoglio, “no estaban al corriente de la necesidad de actualizar la comprensión cristiana del judaísmo”, pero “tuvieron la valentía de hacer lo que en ese momento era justo: proteger al hermano, que estaba en peligro”.



Un aspecto que quiso subrayar el Papa, convencido de que “el pueblo de Dios tiene olfato propio e intuye el sendero que Dios le pide que recorra”. “Sin esto, sin una verdadera y concreta cultura del encuentro que lleva a relaciones auténticas, sin prejuicios ni sospechas, serviría muy poco el compromiso a nivel intelectual”.

Para concluir, Francisco recordó muchas de las cosas que tienen en común cristianos y judíos, como el “testimonio a la verdad de los diez mandamientos, al Decálogo, como sólido fundamento y fuente de vida incluso para nuestra sociedad, tan desorientada por un pluralismo extremo en las decisiones y en la orientación”.

En su saludo al Papa, el rabino de Roma Riccardo Di Segni recordó la historia bíblica de Noé y del diluvio universal. Dijo que “hay algo que nos atormenta hoy en esa narración, en la que, de toda la humanidad, sobrevive solo una familia encerrada en una barca, mientras el resto es destruido por el diluvio”. “En estos días –prosiguió–, asistimos paradójicamente a lo contrario: a los que mueren dentro de una barca mientras alrededor sobrevive una humanidad impotente y, en parte, indiferente”. “Nuestra historia y nuestra fe se revelan a todo esto –añadió el rabino de Roma–; y usted ha demostrado con la fuerza de su presencia que comparte esta rebelión y que tenemos valores comunes para transmitirlos a la humanidad”.