El Papa quiere que su limosnero vaya a buscar a los pobres, sin esperar que sean ellos los que vayan a tocar a las puertas del Vaticano. Lo confió durante el saludo al final de su consagración episcopal el nuevo limosnero Konrad Krajewski (quien cumplirá 50 años en noviembre), nombrado el pasado 3 de agosto sucesor del arzobispo Guido Pozzo. La ceremonia se llevó a cabo ayer por la tarde en el altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro.
El Papa no concelebró, según informa “L’Osservatore Romano”, pero se sentó a la derecha del altar y, al momento de la consagración, también impuso sus manos sobre el nuevo obispo. Presidió el rito el cardenal Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación, y le asistieron los obispos Piero Marini, maestro de ceremonias de Juan Pablo II y durante los primeros años de Benedicto XVI, y monseñor Władysław Ziółek, obispo emérito de Łódź.
El Papa no concelebró, según informa “L’Osservatore Romano”, pero se sentó a la derecha del altar y, al momento de la consagración, también impuso sus manos sobre el nuevo obispo. Presidió el rito el cardenal Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación, y le asistieron los obispos Piero Marini, maestro de ceremonias de Juan Pablo II y durante los primeros años de Benedicto XVI, y monseñor Władysław Ziółek, obispo emérito de Łódź.
Al final del rito, el nuevo arzobispo limosnero, que tiene el encargo de ocuparse de la caridad del Papa, agradeció a Francisco «por sus oraciones y por su confianza», subrayando que al darle esta responsabilidad le dio también «la posibilidad de adorar y tocar a Jesús en las personas pobres, abandonadas, marginadas. Me permite descubrir el rostro de Jesús en el de mi prójimo. Quiere que yo vaya a buscarlos sin esperar que sean ellos los que toquen a las puertas del Vaticano. Santidad, sé que debo ser “sacerdote tina y toalla”», dijo dirigiéndose directamente a Bergoglio.
Monseñor Krajewski, para explicar su misión, describió el mosaico de la Crucifixión del jesuita esloveno Iván Rupnik en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano. «A la derecha de la Cruz –dijo– está la figura del centurión romano. No vemos el rostro del soldado. Se dirige hacia Cristo, que tiene los ojos cerrados, mientras María abraza, por detrás, a Jesús y recoge con la mano la sangre y el agua que salen de su costado y comunican la salvación que él llevó a cabo. Mientras está haciendo esto, ve al centurión y ve su rostro».
El religioso explicó que en Polonia «se dice que las personas malas no tienen rostro. Incluso lo perdieron. Pero María ve al centurión. Él, uno de los hombres que crucificaron a Jesús, no debería tener rostro, pero ella lo ve».
El religioso explicó que en Polonia «se dice que las personas malas no tienen rostro. Incluso lo perdieron. Pero María ve al centurión. Él, uno de los hombres que crucificaron a Jesús, no debería tener rostro, pero ella lo ve».
El limosnero añadió: «solo los que verdaderamente aman logran ver los rostros de aquellos que para todos los demás no tienen rostro: los dispersos, los últimos, los lejanos o los no creyentes. María ve el rostro de ese que era un extranjero, un no creyente. Sin embargo, fue justamente él el que confesó primero la fe en Cristo: ¡este era verdaderamente el hijo de Dios! Entonces, no es cierto que sea un extranjero, un hombre perdido y lejano, es más es el primero y el más cercano».
Una enseñanza muy actual para los hombres y mujeres de nuestra época. «Hay que decir –explicó– que si los que estamos aqu’i presentes no vemos el rostro del soldado, quiere decir que todavía no amamos como María, ¡que amamos demasiado poco! María nos invita a cada uno de nosotros: crecer en el amor para abrirnos a los demás; encontrar a Dios a través de los demás».
Una enseñanza muy actual para los hombres y mujeres de nuestra época. «Hay que decir –explicó– que si los que estamos aqu’i presentes no vemos el rostro del soldado, quiere decir que todavía no amamos como María, ¡que amamos demasiado poco! María nos invita a cada uno de nosotros: crecer en el amor para abrirnos a los demás; encontrar a Dios a través de los demás».
Después, Krajewski agradeció a los presentes por la amistad: «Juan Pablo II dijo que el verdadero amigo es la persona gracias a la cual nos volvemos mejores. Puedo decir que, después de 14 años de trabajo en el Vaticano, justamente gracias a ustedes me he vuelto mejor. ¡Así que puedo decir que ustedes son mis verdaderos amigos!». Y añadió: «Desde siempre me han llamado “padre Corrado”. Gracias por esta confianza, por este hermoso título que comprende el programa de mi vida. Les pido humildemente que me dejen este título, que me sigan llamando “padre Corrado”. Yo tengo que ser sobre todo padre para mí mismo y para los demás».
El momento más conmovedor fue cuando Krajewski habló de un sacerdote (que estaba presente en la misa de ayer) que lo ha acompañado desde que era un muchacho. «Era nuestro guía espiritual para nosotros los chicos y también para nuestras familias. Su casa siempre estaba abierta para nosotros los jóvenes. Su madre tenía que hacer a menudo el milagro de la multiplicación de los platos, porque, sin avisar, íbamos a su canonjía y nos quedábamos a comer. El mueble más importante de su casa era el reclinatorio. Lo veíamos casi siempre recogido en oración. Con él hacíamos los famosos peregrinajes a pie de Częstochowa. No le importaban los bienes materiales porque nos pagaba los campos de formación religiosa, las escuelas, el seminario, los libros, las primeras sotanas. Ayudaba a muchas familias». «Él –concluyó– es el verdadero limosnero. ¡Hombre de pocas palabras y de muchas obras de bondad sin ninguna publicidad! Me permito besar sus manos justamente aquí y de esta forma les agradezco a todos».