La Iglesia celebró el jueves 11 de julio la fiesta litúrgica de San Benito abad, patrono de Europa, y en el Evangelio se presentaba el pasaje en el que los Apóstoles preguntan a Jesús qué tendrán a cambio de haberlo seguido.
Ambos aspectos remiten a algunas reflexiones recientes del Papa Francisco sobre el valor del seguimiento de Cristo y de la oración.
“Nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos entonces?”. La pregunta que Pedro dirige a Jesús en el Evangelio no tiene fecha de vencimiento.
Cada generación de la Iglesia la repite a su Cabeza, para sentir cada vez que Él le ofrece la medida de un intercambio sin medida: “El céntuplo” hoy y la herencia de la “vida eterna” mañana. Una petición neta y un ofrecimiento límpido.
Y sin embargo, afirma el Papa Francisco, surge un problema cuando, al decidir seguir a Jesús, el “contrayente” más frágil, el hombre, comienza a hacer cálculos de interés y de lucro en lugar de poner sobre el plato una sola moneda, la de la magnanimidad, de la amplitud del corazón, siguiendo el ejemplo de Jesús, el Contrayente fuerte. Una tentación, admite el Papa, que aflige un poco a todos los cristianos:
“Seguir a Jesús como una forma cultural (…) Si se sigue a Jesús como una propuesta cultural, se usa este camino para ir más arriba, para tener más poder. Y la historia de la Iglesia está llena de esto, comenzando por algunos emperadores y después por tantos gobernantes y tantas personas, ¿no? Y también algunos – no quiero decir tantos, pero algunos – sacerdotes, algunos obispos, ¿no? Algunos dicen que son tantos… pero algunos piensan que seguir a Jesús es hacer carrera”.
Una vez limpio el campo de lo que contamina, la relación entre quien pide y quien ofrece, recordó el Papa, muestra otra ganancia que va a enriquecer a aquel o a aquella que ha elegido el seguimiento de Cristo, independientemente de cuál sea su vocación: quien cree no lo hace solo, sino en una casa y en una comunidad grande cuanto el mundo, la Iglesia. Y la Iglesia, afirma Francisco, es la “Madre que nos da la identidad”:
“La identidad cristiana es la pertenencia a la Iglesia (...) porque encontrar a Jesús fuera de la Iglesia no es posible (...) Y la Madre Iglesia que nos da Jesús nos da la identidad que no es sólo un sello: es una pertenencia. Identidad significa pertenencia”.
Y la pertenencia sólo puede ser fuerte, si se considera que la identidad cristiana ha sido adquirida al precio de la sangre del Calvario de hace dos mil años en el Gólgota en el que mueren los cristianos de hoy. Pero también aquí, el Papa Francisco nos advierte: Seguir a Jesús hasta el céntuplo y a la vida eterna es una elección definitiva que choca con esa “fascinación de lo provisorio” que con frecuencia seduce también al hombre de fe, que al salto hacia un compromiso definitivo prefiere mil pequeños pasos que giran alrededor:
“He oído de uno que quería ser sacerdote, pero por diez años, no más… Cuántas parejas, cuántas parejas se casan, sin decirlo, pero en el corazón: ‘hasta que dure el amor, y después vemos…’ El atractivo de lo provisorio: esta es una riqueza (...) Yo pienso en tantos, tantos hombres y mujeres que han dejado su propia tierra para ir como misioneros por toda la vida: ¡eso es lo definitivo!”.
A la ambigua fascinación de lo provisorio, el Papa Francisco ha opuesto siempre una llana dirección de marcha, la que apunta hacia las “periferias de la existencia”. Y para salir y comenzar por esa dirección – que por otra parte es seguir a Cristo según el estilo de San Benito y de su “ora et labora” – es necesario salir antes del cono de sombra del corazón gracias a la luz de la oración. Esa que funge como “navegador” y confirma que no se es “cristianos de salón”, con caras tristes “como ajíes en vinagre”, sino hombres y mujeres que en primer lugar de rodillas y después en acción están en camino hacia la promesa del céntuplo y de la vida eterna:
“La oración hacia el Padre en nombre de Jesús nos hace salir de nosotros mismos; la oración que nos aburre está siempre dentro de nosotros mismos, como un pensamiento que va y viene (…) Si no logramos salir de nosotros mismos hacia el hermano necesitado, hacia el enfermo, el ignorante, el pobre, el explotado, si nosotros no logramos hacer esta salida de nosotros mismos hacia esas llagas, jamás aprenderemos la libertad que nos da en la otra salida de nosotros mismos, hacia las llagas de Jesús. Hay dos salidas de nosotros mismos: una hacia las llagas de Jesús, la otra hacia las llagas de nuestros hermanos y hermanas. Y éste es el camino que Jesús quiere en nuestra oración”.