La predicación de la catequesis del Papa el miércoles 19 de junio, en una Plaza de San Pedro abarrotada, se centró en el tema de la unidad: la falta de unidad entre los cristianos de distintas denominaciones, y también entre los mismos católicos. Para el Papa, la clave para lograr la unidad es poner a Cristo como cabeza y orar juntos.
Y explicó a modo de ejemplo: "Hoy, antes de salir de la casa, estuve unos 40 minutos, más o menos, media hora, con un pastor evangélico, y rezamos juntos, ¿eh? Buscando la unidad. Pero tenemos que orar entre nosotros, católicos, y también con los cristianos, orar para que el Señor nos dé la unidad: ¡la unidad entre nosotros! Pero, ¿cómo tendremos la unidad entre los cristianos, si no somos capaces de tenerla entre nosotros los católicos, de tenerla en la familia -¡cuántas familias luchan y se dividen! Busquen la unidad que es la unidad que hace la Iglesia y la unidad que viene de Jesucristo. Él nos envía el Espíritu Santo para hacer la unidad"
El Papa recordó que “como el cuerpo no puede sobrevivir separado de la cabeza, tampoco la Iglesia separada de Cristo. Debe permanecer unida a Él, permitiéndole que actúe en ella, que su palabra la guíe, que su presencia eucarística la nutra y anime, que su amor la fortalezca para ir en ayuda del necesitado”. (RC-RV)
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo hoy hablar sobre otra expresión conciliar para referirse al misterio de la Iglesia, la de cuerpo: La Iglesia, Cuerpo de Cristo. Jesús convoca de entre todos los pueblos a sus hermanos, les comunica su Espíritu y los constituye místicamente en su cuerpo.
La Iglesia no es una asociación asistencial, cultural o política; es un cuerpo vivo, que camina y actúa en la historia, que tiene a Jesucristo como cabeza que lo guía, lo alimenta y lo ayuda. Como el cuerpo no puede sobrevivir separado de la cabeza, tampoco la Iglesia separada de Cristo.
Debe permanecer unida a Él, permitiéndole que actúe en ella, que su palabra la guíe, que su presencia eucarística la nutra y anime, que su amor la fortalezca para ir en ayuda del necesitado. Ser parte del Cuerpo de Cristo es estar unidos al Hijo y recibir su vida divina, viviendo cristianamente, estando unidos al Papa y a los Obispos que son instrumentos de comunión, aprendiendo a superar egoísmos y divisiones, armonizando la variedad y riquezas de cada uno para amar cada vez más a Dios y al prójimo.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, Costa Rica, Honduras, México, República Dominicana y los demás países latinoamericanos. Pidamos al Señor que nos ayude a ser miembros vivos de su Cuerpo unidos por el amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hoy me centraré en otra expresión con la que el Concilio Vaticano II indica la naturaleza de la Iglesia: la del cuerpo; el Concilio dice que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo (cf. Lumen Gentium,7).
Quisiera partir de un texto de los Hechos de los Apóstoles, que conocemos bien: la conversión de Saulo, quien luego se llamará Pablo, uno de los más grandes evangelizadores (cf. Hch 9,4-5).
Saulo era un perseguidor de los cristianos, pero mientras recorre el camino que conduce a la ciudad de Damasco, de repente una luz lo envuelve, cae a tierra y oye una voz que le dice: ¿"Saulo, Saulo, por qué me persigues? Él pregunta: ¿"Quién eres, Señor?", y la voz responde: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (v. 3-5). Esta experiencia de San Pablo nos cuenta la profundidad de la unión entre los cristianos y el mismo Cristo. Cuando Jesús ascendió al cielo, no nos dejó huérfanos, sino con el don del Espíritu Santo, la unión con Él se ha vuelto aún más intensa. El Concilio Vaticano II afirma que Jesús "comunicando su Espíritu, constituye místicamente como su cuerpo a sus hermanos, llamados de todos los pueblos" (Constitución Dogmática. Lumen Gentium, 7).
La imagen del cuerpo nos ayuda a comprender este profundo vínculo Iglesia-Cristo, que san Pablo ha desarrollado sobre todo en la primera Carta a los Corintios (cf. cap. 12). En primer lugar, el cuerpo nos llama a una realidad viva. La Iglesia no es una asociación benéfica, cultural o política, sino que es un cuerpo vivo, que camina y actúa en la historia. Y este cuerpo tiene una cabeza, Jesús, que lo guía, lo alimenta y lo sostiene. Este es un punto que quiero destacar: si se separa la cabeza del resto del cuerpo, la persona no puede sobrevivir.
Así es en la Iglesia: debemos permanecer unidos cada vez más profundamente a Jesús: Pero no sólo eso: como en un cuerpo, es importante que corra la savia vital para que viva, así debemos permitir que Jesús obre en nosotros, que su Palabra nos guíe, que su presencia en la Eucaristía nos alimente, nos anime, que su amor dé fuerza a nuestro amar al prójimo. ¡Y esto siempre, siempre, siempre! Queridos hermanos y hermanas, estemos unidos a Jesús, confiemos en Él, orientemos nuestra vida según el Evangelio, alimentémonos con la oración cotidiana, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en los sacramentos.
Y aquí vengo a un segundo aspecto de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. San Pablo dice que como los miembros del cuerpo humano, aunque diferentes y numerosos, forman un solo cuerpo, así nosotros fuimos todos bautizados mediante un solo Espíritu en un solo cuerpo (cf. 1 Cor 12:1213). En la Iglesia, por lo tanto, hay una gran variedad, una diversidad de tareas y funciones; no hay la monótona uniformidad, sino la riqueza de los dones que el Espíritu Santo otorga.
Pero hay la comunión y la unidad: todos están en relación unos con otros y todos participan en la formación de un solo cuerpo vital, profundamente unido a Cristo.
Recordemos bien: ser parte de la Iglesia quiere decir estar unidos a Cristo y recibir de Él la vida divina que nos hace vivir como cristianos, significa permanecer unidos al Papa y a los Obispos que son instrumentos de unidad y de comunión, y también significa aprender a superar personalismos y divisiones, entenderse mejor, armonizar la variedad y las riquezas de cada uno; en una palabra: a querer más a Dios y a las personas que están junto a nosotros, en la familia, en la parroquia, en las asociaciones. ¡Cuerpo y extremidades para vivir deben estar unidos! La unidad es superior a los conflictos, siempre.
Los conflictos, si no se superan bien, nos separan, nos separan de Dios. El conflicto puede ayudarnos a crecer, pero también nos puede dividir. Nosotros no vamos por el camino de las divisiones, de la lucha entre nosotros, ¡no!
Todos unidos, todos unidos con nuestras diferencias, pero unidos, unidos siempre, ¡que ese es el camino de Jesús! La unidad es superior a los conflictos, la unidad es una gracia que debemos pedir al Señor para que nos salve de las tentaciones, de las divisiones, de las luchas entre nosotros y del egoísmo, de los chismes, ¡eh!
¡Cuánto daño hacen los chismes: cuánto daño, eh! Cuánto daño. Nunca chismes sobre los otros: nunca.¡Cuánto daño causa a la Iglesia las divisiones entre los cristianos, los partidismos, los intereses mezquinos!
Las divisiones entre nosotros, pero también las divisiones entre las comunidades: cristianos evangélicos, cristianos ortodoxos, cristianos católicos... pero ¿por qué divididos?
Debemos tratar de lograr la unidad. Pero, les explico una cosa. Hoy, antes de salir de la casa, estuve unos 40 minutos, más o menos, media hora, con un pastor evangélico, y rezamos juntos, ¿eh? Buscando la unidad. Pero tenemos que orar entre nosotros, católicos, y también con los cristianos, orar para que el Señor nos dé la unidad: ¡la unidad entre nosotros! Pero, como tendremos la unidad entre los cristianos, si no somos capaces de tenerla entre nosotros los católicos, de tenerla en la familia -¡cuántas familias luchan y se dividen! Busquen la unidad que es la unidad que hace la Iglesia y la unidad que viene de Jesucristo. Él nos envía el Espíritu Santo para hacer la unidad.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos a Dios: ayúdanos a ser miembros del Cuerpo de la Iglesia siempre profundamente unidos a Cristo; ayúdanos a no hacer sufrir el Cuerpo de la Iglesia con nuestros conflictos, nuestras divisiones, nuestros egoísmos; ayúdanos a ser miembros vivos vinculados entre sí por una sola fuerza, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Gracias.