El Papa Francisco volvió a tratar el tema de la diferencia entre ser pecador y ser corrupto en su homilía del lunes 3 de junio en la misa de la Casa Santa Marta.
Francisco subrayó que los corruptos hacen mucho daño a la Iglesia porque son adoradores de sí mismos. La alternativa es ser santo: ellos hacen mucho bien, son la luz en la Iglesia.
En la misa, concelebrada con el cardenal Angelo Amato, participó un grupo de presbíteros y colaboradores de la Congregación para las Causas de los Santos y un grupo de Caballeros de Su Santidad.
¿Qué pasa cuando queremos llegar a ser los dueños de la viña? El santo padre ha desarrollado su homilía desde el evangelio de hoy, que habla de la parábola de los viñadores malvados, y se ha detenido en "tres modelos de cristianos en la Iglesia: los pecadores, los corruptos y los santos".
Explicó que de los pecadores no se necesita hablar mucho, porque todos lo somos". Nos conocemos "desde dentro y sabemos lo que es un pecador. Y si uno de nosotros no se siente así, vaya a una visita al médico espiritual", porque "algo está mal".
La parábola, sin embargo, nos habla de otra figura, de los que quieren "tomar posesión de la viña y han perdido la relación con el Dueño de la viña". Un Dueño que "nos ha llamado con amor, nos protege, pero luego nos da la libertad".
Estas personas "sienten que son fuertes, se sienten autónomos ante Dios": "Éstos, lentamente, se mueven en esa autonomía, la autonomía en su relación con Dios: "No necesitamos de aquel Dueño. ¡Que no venga a molestarnos! Y seguimos adelante con esto. ¡Estos son los corruptos! Los que eran pecadores como todos nosotros, pero que han dado un paso hacia adelante, como si se hubieran consolidado en su pecado: ¡no necesitan a Dios! Esto parece, porque en su código genético tienen esta relación con Dios. Y como aquello no se puede negar, hacen un dios especial: ellos mismos son dios. Son corruptos".
Esto, agregó, "es un peligro también para nosotros." En las "comunidades cristianas", prosiguió, los corruptos solo piensan en su propio grupo: "Bien, bien. Es uno de nosotros" -piensan-, pero en realidad , "son para sí mismos":
"Judas comenzó: de pecador avaro terminó en la corrupción. Es un camino peligroso el camino de la autonomía: los corruptos son grandes olvidadizos, han olvidado este amor con que el Señor ha hecho la viña, ¡los hizo a ellos! ¡Han roto con este amor! Y se convierten en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto mal hacen los corruptos en la comunidad cristiana! Que el Señor nos libre de transitar por el camino de la corrupción".
El papa habló también de los santos, recordando que hoy es el quincuagésimo aniversario de la muerte del papa Juan XXIII, "un modelo de santidad". En el evangelio de hoy, agregó, los santos son los que "van a buscar el alquiler" de la viña. "Ellos saben lo que les espera, pero tienen que hacerlo y cumplen con su deber".
"Los santos, los que obedecen al Señor, los que adoran al Señor, son los que no han perdido el recuerdo del amor con que el Señor ha hecho la viña. Son los santos en la Iglesia. Y así como los corruptos hacen tanto daño a la Iglesia, los santos hacen tanto bien. De los corruptos, el apóstol Juan dice que son el anticristo, que están en medio de nosotros, pero no son de los nuestros".
"De los santos la Palabra de Dios nos habla como de luz, ´los que estarán ante el trono de Dios en adoración´. Pidamos hoy al Señor la gracia de sentirnos pecadores, no pecadores de tipo genérico, sino pecadores por esto, esto y aquello, concreto, como concreto es el pecado. La gracia de no caer en la corrupción: ¡pecadores sí, corruptos no! Y la gracia de ir por el camino de la santidad".
El Papa celebró a su predecesor Juan XXIII como un "modelo de santidad". En el 50 aniversario del su fallecimiento, el papa Francisco rezó ante los restos mortales del Beato Angelo Giuseppe Roncalli, rogando su intercesión ante el Señor para obtener paz y concordia para la Iglesia y para toda la familia humana.
En la Basílica Vaticana, por la tarde, el Santo Padre celebró un encuentro con cerca de tres mil peregrinos de la diócesis italiana de Bérgamo, a la que pertenece Sotto il Monte, donde nació el Papa Roncalli.
Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli, nació en Sotto il Monte, en la provincia italiana de Bergamo, el 25 de noviembre de 1881. Desde pequeño manifestó una inclinación hacia la vida eclesiástica, por lo que al finalizar sus estudios elementares, se preparó para entrar en el seminario diocesano. Destacó desde el principio tanto en el estudio como en la formación espiritual. El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote. Después comenzó los estudios en Roma de derecho canónico, interrumpidos en 1905 al ser elegido secretario del nuevo obispo de Bérgamo, monseñor Giacomo Radini Tedeschi, con el que trabajó durante 10 años.
Además de ser secretario, durante esos años cumplió otros encargos: profesor en el seminario, realizó estudios de historia local, director del periódico diocesano, asistente de la Unión Mujeres Católicas. Con el estallido de la guerra en 1915 le correspondió durante más de tres años ser capellán en la asistencia a los heridos en los hospitales militares de Bérgamo.
Por decisión personal del Pío XII, asumió la nunciatura de París en 1944. Su siguiente destino fue Venecia, donde llegó el 5 de marzo de 1953 y el año siguiente fue creado cardenal. Su episcopado se caracterizó por el escrupuloso compromiso con el que asumía los principales deberes de obispo, las visitas pastorales y la celebración del Sínodo diocesano.
El 28 de octubre de 1958, el cardenal Roncalli con 76 años fue elegido sucesor de Pío XII. Esta elección hizo pensar a muchos en un pontificado de transición. Pero desde el comienzo Juan XXIII reveló un estilo que reflejaba su personalidad humana y sacerdotal madurada a través de una significativa serie de experiencias. Además de restaurar el buen funcionamiento de los organismos de la Curia, se preocupó de conferir un sello pastoral a su ministerio, subrayando la naturaleza episcopal como obispo de Roma, multiplicando el contacto con los fieles a través de visitas a las parroquias, hospitales y cárceles.
Pero sin duda alguna la contribución más importante de este papa fue el Concilio Vaticano II, que fue anunciado desde la basílica de san Pablo el 25 de abril de 1959.
En el discurso de apertura el 11 de octubre de 1962 el papa Juan XXIII dijo que "tres años de laboriosa preparación, consagrados al examen más amplio y profundo de las modernas condiciones de fe y de práctica religiosa, de vitalidad cristiana y católica especialmente, nos han aparecido como una primera señal y un primer don de gracias celestiales".
Añadió también que "el supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios".
"El Concilio Ecuménico XXI —que se beneficiará de la eficaz e importante suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y administrativas— quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de buena voluntad" afirmó.
En la prospectiva de una actualización de toda la vida de la Iglesia, Juan XXIII invitaba a privilegiar la misericordia y el diálogo con el mundo en vez de la condena y la contraposición en una renovada conciencia de la misión eclesial que abrazaba todos los hombres. En esta apertura universal no podían estar excluidas las diferentes confesiones cristianas, invitadas también a participar en el Concilio para dar comienzo a un camino de acercamiento. Durante la primera fase se pudo constatar que Juan XXIII quería un Concilio realmente deliberante, que respetara todas las decisiones después de que todas las voces tuvieran modo de expresarse y confrontarse. Pero el papa Juan XXIII no pudo ver finalizar el cónclave ya que falleció el 3 de junio de 1963.
En la primavera del año de su fallecimiento se le concedió el premio "Balzan" por la paz y el testimonio de su compromiso a favor de la paz con la publicación de las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963) y de su intenvención decisiva en ocasión de la grave crisis de los misiles en Cuba en el otoño de 1962.
El Papa Juan Pablo II le proclamó beato el 3 de septiembre del 2000 y en la homilía de la celebración dijo que "del papa Juan permanece en el recuerdo de todos las imágenes de un rostro sonrriente y de dos brazos abiertos en un abrazo al mundo entero".