Para preparar su biografía de Juan Pablo II en dos volúmenes sucesivos (Testigo de esperanza en 1999 y El final y el principio en 2010), George Weigel, que conocía a Joseph Ratzinger desde 1988, se reunió seis o siete veces con él. Una relación que se prolongaría en el tiempo, y de hecho su último encuentro ya fue con el Papa emérito, en el monasterio Mater Ecclesiase, en octubre de 2019, durante 45 minutos.

"Era un conversador amistoso y llamativamente lúcido", recuerda el escritor y periodista estadounidense: "Él fue una de las dos únicas personas que he conocido que, cuando les hacías una pregunta, se detenían, la pensaban, y luego te respondían con párrafos enteros". Él se dio cuenta de esa perfección en la expresión del pensamiento al transcribir sus conversaciones, "y eso que lo hacía en la que era su tercera o cuarta lengua", el inglés.

Una interpretación autorizada del Concilio

Weigel hizo estas declaraciones a la revista America, de los jesuitas norteamericanos, a raíz de la muerte del Papa emérito. Explicó que Juan Pablo II le llamó a la Congregación para la Doctrina de la Fe porque vio en él "un hombre de un conocimiento teológico más profundo y amplio que el suyo propio y más inmerso que él en el pensamiento teológico contemporáneo, pero sobre todo alguien con quien compartía la pasión por Cristo, su convicción de que Jesucristo es el único salvador del mundo”.

Ratzinger fue su colaborador para "proyectos sostenidos en el tiempo en los que trabajar a largo plazo": su Teología del Cuerpo, sus catequesis sobre el Credo, sus encíclicas... Pero el cardenal "no temía decirle al Papa: 'Esto deberíamos hacerlo de forma diferente', o incluso 'Su Santidad no debería hacer esto'. Eran personalidades muy distintas, pero unidas en la profundidad de la fe cristiana y en el compromiso de dar al Concilio Vaticano II una interpretación autorizada".

La entrevista de 'America' a George Weigel.

Ambos estuvieron en el Concilio, el alemán como consultor, el polaco como obispo, pero "ninguno de los dos recordaba haberse conocido entonces". Su primera conversación seria fue en el primer cónclave de 1978, el que eligió al cardenal Albino Luciani como Juan Pablo I. Dieron un paseo por el patio de San Dámaso, porque el verano romano era de un calor infernal y en el palacio apostólico no había aire acondicionado. Ratzinger le transmitió así a Weigel el resultado de esa conversación: “Encontramos una posición común, en el sentido de que el Concilio había sido realmente una obra del Espíritu Santo, pero que su aplicación no había sido satisfactoria porque no había sido comprendido correctamente, en continuidad con la Tradición”.

“Lo que estos hombres hicieron conjuntamente", afirma Weigel, "fue darle al Concilio una interpretación autorizada” que, en su opinión, la Iglesia en su conjunto "aún no ha digerido plenamente", pero sí lo han hecho "las partes vivas de la Iglesia", por lo que considera que "eso es el futuro".

Como San Gregorio Magno

Como todas las personas que le trataron, siquiera fuese mínimamente, Weigel desacredita la idea propagandística de sus adversarios de que era una especie de "perro guardián": "Es una de las personas más amables que he conocido nunca, no había en él mezquindad alguna". Pero su labor al frente de Doctrina de la Fe era "alertar a la Iglesia de ideas que no son compatibles con la fe católica y proteger el depósito de la fe... El catolicismo no es un grupo de debate".

"Joseph Ratzinger nunca pensó ser más sabio que la Tradición", continúa: "Entendía, y Juan Pablo II también, que ambos eran servidores de esa Tradición. Ahora bien, ser un buen servidor significa ayudar a la Tradición a desarrollarse, para que la Iglesia llegue a una comprensión más profunda de esas verdades establecidas".

En cuanto a los casos de abusos, Weigel es muy expresivo: "Era un asunto horrible, en el que Joseph Ratzinger fue uno de los escasos héroes”, desde el hecho de asumirlos en la congregación a su actitud "extremadamente enérgica con los sacerdotes responsables de abusos sexuales, mucho antes de que estallasen los escándalos en Estados Unidos en 2002... Es un héroe. Cuando habló de 'limpiar la basura' en la Iglesia, no estaba bromeando y pienso que hizo todos los esfuerzos que pudo para ello".

Por último, y en línea con lo que han señalado teólogos que conocen en profundidad su obra, como Pablo Cervera, Weigel destaca la importancia de la homilética de Joseph Ratzinger: "Será recordado como el mayor Papa predicador desde San Gregorio Magno [siglo VI]. Era un predicador extraordinariamente talentoso, y del mismo modo que su obra escrita se seguirá leyendo durante mucho tiempo, no me extrañaría que dentro de cien o doscientos años, fragmentos de las homilías de Joseph Ratzinger se incorporen al Oficio Divino o a otras formas de lectura espiritual".

"Era un hombre enamorado de la Palabra de Dios", concluye, "y consagrado a abrir al mundo a la Palabra de Dios para que también los demás se enamoraran de ella".