Les esperan tiempos difíciles a los "ángeles guardianes" del Papa venido del fin del mundo.
Quedó claro el domingo, cuando al final de su primera misa pública, en la pequeña Iglesia de Santa Ana del Vaticano, Francisco, que ya inauguró un estilo totalmente informal, rompió todos los esquemas de seguridad.
Lejos de subirse al auto negro que lo esperaba en frente del templo, como se esperaban los gendarmes dirigidos por Domenico Giani, Francisco, cual pastor de pueblo, empezó a saludar, sonriente y relajado, a todo el mundo.
No sólo a todos los que habían asistido a la misa, que al salir del templo, como sucede en una misa cualquiera, se topaban con su párroco, sino también a quienes estaban en la calle.
Entonces, por ejemplo, el Papa saludó a Pietro Orlandi, hermano de Emanuela, la hija de un funcionario vaticano que desapareció hace más de 30 años.
Consciente de que se trata de uno de esos misterios irresueltos que forman parte de ese colectivo de intrigas que acechan al Vaticano, Francisco se detuvo algunos minutos a charlar con él.
Pero, para mayor desesperación del servicio de seguridad del Vaticano, hubo más acción.
El papa Francisco empezó a caminar para saludar a la multitud que estaba detrás de unas vallas esperando para verlo salir de la Iglesia. Y en un momento, hasta cruzó el famoso portón de Santa Ana y salió del perímetro de la Ciudad del Vaticano. Incluso los guardias suizos con sus trajes estilo Miguel Ángel a rayas azules, amarillas y rojas parecían nerviosos.
"¿Todos los argentinos son así?", preguntó a esta corresponsal una monja, fascinada por este nuevo papa tan descontracturado y libre.
"¡Francesco! ¡Francesco! ¡Viva il Papa! ¡Viva il Papa", gritaba la multitud, a la que el papa argentino se acercaba y saludaba estrechando manos, bendiciendo chicos y abrazando gente, imágenes que no se veían desde los tiempos del principio del pontificado de Juan Pablo II.
Derramando humor y alegría, a un chico hasta le dijo: "¡Rezá a favor, no en contra!".
Antes, al final de la misa, en la que vistió los mismos paramentos que los demás sacerdotes, otra señal que habla de cambios profundos en el papado, Francisco, que anteayer confesó que quiere una Iglesia de los pobres y para los pobres, presentó a los fieles a Gonzalo Aemilius , un joven cura villero uruguayo que trabaja con los chicos de la calle.
"Acá hay algunos que no son de la parroquia, que son curas argentinos", bromeó Bergoglio. "Pero quiero presentarles a un cura que vino de lejos, que desde hace tiempo trabaja con chicos de la calle, que con ellos hizo una escuela."
"Recen por él. No sé cómo llegó hasta acá, pero recen por él", dijo, presentando el sacerdote, que fue saludado por un aplauso.