Participar en el Cónclave provoca en aquellos que han tenido la oportunidad de elegir al Papa unas sensaciones únicas. Este martes sólo había que ver las caras de emoción y a su vez de responsabilidad de los cardenales mientras iban procesionando hacia la Capilla Sixtina. Algo menos de la mitad de los electores ya han participado en un Cónclave, en el que eligió a Benedicto XVI, pero los sentimientos siguen siendo los mismos.
¿Qué es lo que sienten en el momento de votar? ¿Y cuándo van camino de la Sixtina y se saben responsables de la elección de un nuevo Pontífice? Tres cardenales que participaron en el Cónclave de 2005, los cardenales Amigo, Carles y Poupard, relatan sus sensaciones.
En este sentido, el cardenal francés Paul Poupard recuerda que "en la Sixtina viví las emociones más fuertes de mi vida" y añade que "no he sentido una emoción parecida en mi vida. Todos los medios de comunicación pronosticaban un Cónclave largo. Y en cambio al llegar al 77º voto, mire a mi vecino de la Capilla Sixtina y le dije: ‘el Espíritu Santo no lee los periódicos’. Me quite el reloj de la muñeca y miré esa hora histórica: 17.28".
"Es imposible describir las sensaciones verdaderamente únicas de los momentos vividos ante el Juicio Universal de Miguel Ángel", sentencia. El que fuera responsable del diálogo interreligioso cuenta que "recuerdo cada instante, cada fase" y particularmente destaca que cuando se reunieron para procesionar hasta la Capilla Sixtina "me temblaba la voz de la emoción mientras entonábamos el Veni Creator".
Del mismo modo, el cardenal Poupard afirma que en el aula de la Bendición "no se oía ni respirar. Nunca me había visto inmerso en un silencio absoluto a pesar de las numerosas personas recogidas en el mismo lugar. Nada más iniciar la procesión se produjo un desbloqueo psicológico. Era un atmósfera de gravedad y serenidad. Sobre todo queda impreso el himno al Espíritu Santo. Es el más extraordinario que he cantado en mi vida".
La impresión de ver a los cardenales llorar
También vivió esta experiencia el arzobispo emérito de Barcelona, el cardenal Ricard María Carles, que igualmente participó en el Cónclave de 2005. "El juramento es emocionante", afirma. Así, el prelado valenciano agrega que "lo que siente cuando 115 personas de razas y culturas distintas se ponen de acuerdo en la cuarta votación, es que ves que el Espíritu Santo actúa. No se votaba por simpatías o por culturas similares, era el Espíritu".
Al igual que Poupard, Carles también recuerda el momento exacto en el que se alcanzaron los dos tercios necesarios. "¡Subito! Enseguida se aplaudió, en cuanto el recuento dio los dos tercios. Aún quedaba acabar el recuento, y los escrutadores pidieron silencio, y que por favor esperásemos a acabar de contar todos los votos".
Asimismo, recuerda una imagen evocadora, la del cardenal de Colonia, Joaquim Meisner. Cuando Benedicto XVI apareció ante el Colegio de Cardenales vestido ya como Papa "vi a Meisner llorando como un niño, y luego sonándose la nariz como un niño, emocionado. Se veía que quería a su amigo".
También recuerda el regreso de todos los cardenales a la residencia Santa Marta. "Las monjas y el personal de servicio de la casa nos aplaudían como si hubiéramos ganado algo. El Santo Padre Benedicto les saludaba a todos, y las monjas y ragazzas del servicio iban a besarle la mano, pero él las besaba en la cara".
"Una increíble sensación de tranquilidad"
El cardenal Carlos Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, participó en 2005 y también está en estos momentos en la Capilla Sixtina en este Cónclave. Al igual que sus compañeros recuerda a la perfección todos los detalles de entonces.
"Lo recuerdo absolutamente todo, mis recuerdos de entonces son aún muy vivos y creo que así será siempre. Era mi primera vez, y por tanto, era más impresionable. Además, todos es tremendamente insólito. Pero si le digo la verdad, junto al peso de la responsabilidad que es mucho, lo que más recuerdo es la enorme paz y serenidad en la que se desarrolló todo", relata.
Pero además, el altísimo cardenal español cuenta que "uno piensa en lo que supone que un solo voto de un hombre pueda cambiar el destino de la Iglesia, pero no sentí angustia en ningún momento. Estaba tranquilo porque sabía que sería el Espíritu Santo el que hablaría a través de nosotros. Yo sólo busqué hacerlo lo mejor posible, y fue una increíble sensación de tranquilidad de espíritu y paz interior".