Seis años separan al cardenal Ricard Maria Carles, arzobispo emérito de Barcelona, de una decisión histórica: elegir al próximo Papa. Por edad, no estará entre los purpurados que entrarán en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Pedro. Tampoco asistirá a las congregaciones de cardenales, aunque sí que acudió a la despedida de Benedicto XVI el pasado martes, según explicó a La Razón, diario con el que ha colaborado habitualmente. 

Entre sus recuerdos, el primer día que le conoció cuanto todavía era cardenal Ratzinger: «Le di unas palabras de ánimo por los ataques que estaba sufriendo y reconoció que el trabajo que le habían encomendado traía esas consecuencias». Del Cónclave en el que salió escogido sólo recuerda «la expectación que teníamos todos».


-Lo espero todo, después del gran Papa que hemos tenido. Después de lo bueno que fue Juan Pablo II, éste también ha sido excepcional.


–Él siempre ha insistido en un aspecto de la Iglesia que no tenemos en cuenta y es que nosotros siempre hablamos de la Iglesia de hoy, la que tenemos cerca, la de nuestro tiempo. Sin embargo, Benedicto XVI aludía siempre a la diacrónica, una Iglesia que, como cuerpo de Cristo, tiene 20 siglos y eso le da paz a la hora de haber tomado su decisión. Él sólo es un granito más de esta gran institución.


– (Risas) Sabe usted que eso nunca se lo voy a poder desvelar a nadie porque sería muy grave, faltaría a mi juramento. Pero lo que todos sabemos es que Benedicto XVI salió a la tercera, así que la cosa fue muy rápida. No sé si en esta ocasión lo será tanto...


–No, para nada porque él ha renunciado rotundamente. Él, como buen alemán que es lo tenía todo previsto. Y decidió esa hora para dar un margen desde su salida del Vaticano. Volverá a San Pedro, a un monasterio, sólo cuando se elija al nuevo Pontífice. Además, ha intentado acortar la fecha de decisión.


–Tenemos una reunión previa, aunque no voy por no votar. Cada uno habla de sus experiencias, de su situación. Nos ponemos al día sobre lo que ocurre, cómo están sus iglesias. Vemos más claro cómo está todo. En esta ocasión se da una situación peculiar, porque, tras la renuncia del Santo Padre, sabemos que debemos escoger a uno que no deje huecos, por eso no debe superar los 70 años. La Iglesia necesita alguien con fuerza para seguir.


–Alguien con fortaleza y con la exigencia que han tenido él. Que si hay que quitar a un obispo, le retire. También es importante tener en cuenta que una mayoría de la Iglesia católica está en América y casi todos los papas han sido italianos, pero ¿por qué no escoger a uno latinoamericano si el gran núcleo de católicos se encuentra allí? Podría ser la hora de un Papa latinoamericano. Escogemos lo que en conciencia pensamos que es lo mejor para la Iglesia. Y, aunque se hable de simpatías, en el Cónclave no existen patrias, ni amistades, ni líneas ideológicas. 


–Tuvimos que pensar mucho después de Juan Pablo II y ha dado un resultado fabuloso. Es una sensación irrepetible, pensar que vamos a escoger al sucesor de Pedro. No estamos nerviosos, más bien expectantes. En este caso, creo que van más en blanco. Ninguno pensábamos que tendríamos que sustituirle ya.


–Los feligreses lo han valorado. Es una consecuencia de su sentido de responsabilidad. Ha sentido en sus carnes lo que es sufrir como obispo de Roma, por eso ha sido rotundo en algunas circunstancias. Juan Pablo II también habría barrido todo lo que no estuviera limpio.


–Sólo es una forma elegante de decir que estás retirado, como es mi caso. El título lo obtenemos todos, el Papa también. Es una manera de reconocer que ha sido el heredero de Pedro.


-Para los que tenemos fe, es una obra de Dios, de muchos siglos. Para los no practicantes ven en cualquier detalle un motivo de crítica, pero para ser cosas de hombres se nota que está el Espíritu Santo trabajando con ellos.


Tiene la misma edad que Benedicto XVI. Y, a sus espaldas, una entrega permanente al servicio de la Iglesia. Este valenciano de mirada cercana fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951 y dos años después se licenció en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca. Comenzó su labor episcopal al frente de la diócesis de Tortosa en 1969.

El 23 de marzo de 1990 fue nombrado arzobispo de Barcelona, donde creó el Instituto de Teología Espiritual. De 1999 a 2005 fue además vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española. Juan Pablo II lo creó cardenal el 26 de noviembre de 1994 y confió en él el estudio de los problemas económicos y organizativos de la Santa Sede. Siempre pionero, se convirtió en el primer cardenal bloguero en lengua española (con su blog "Déjame pensar", en Religion en Libertad).