El padre Georg Ratzinger puede entrever desde la ventana de su pequeña casa las gárgolas a filigrana de la catedral. El mundo es lejano aunque en realidad diste pocos pasos, pero Dios está cerca. Para él no es necesario buscarlo. Junto a un montón de imágenes de Joseph Ratzinger, a quien le une un afecto sólido y conmovedor —casi un poco laico se podría decir para hombres tan unidos a la religión—, un gran retrato con dedicatoria de Juan Pablo II.
Le preguntamos si la Iglesia necesita nuevamente un Papa así de joven, como aquel polaco que fue elegido con nada menos que 58 años. Si dependiera de él, elegiría un cardenal con el rigor de su hermano, pero sin ese cabello blanco, casi reluciente, que comparte con el que ha sido también su compañero de seminario. «Necesitamos un hombre profundamente enrraizado en la fe, que proteja a los débiles», responde. Con 89 años, el ex director del coro de la Catedral camina con dos bastones.
Está sereno, aunque a veces abrumado por la idea de la vejez. Los ojos que no ven tanto como querrían le convierten de vez en cuando en alguien melancólico. Nos ofrece una botella de agua mineral en una mesa redonda con un mantel adamascado. Muchos recuerdos, ninguna amargura.
— No, no creo que fuera ese su objetivo. Su misión ha sido otra: guiar a la gente para vivir en la Palabra de Dios. Una misión difícil en una sociedad secularizada.Le preguntamos si la Iglesia necesita nuevamente un Papa así de joven, como aquel polaco que fue elegido con nada menos que 58 años. Si dependiera de él, elegiría un cardenal con el rigor de su hermano, pero sin ese cabello blanco, casi reluciente, que comparte con el que ha sido también su compañero de seminario. «Necesitamos un hombre profundamente enrraizado en la fe, que proteja a los débiles», responde. Con 89 años, el ex director del coro de la Catedral camina con dos bastones.
Está sereno, aunque a veces abrumado por la idea de la vejez. Los ojos que no ven tanto como querrían le convierten de vez en cuando en alguien melancólico. Nos ofrece una botella de agua mineral en una mesa redonda con un mantel adamascado. Muchos recuerdos, ninguna amargura.
—No, no ha sido en absoluto una derrota personal. En la ancianidad el hombre pierde muchas capacidades, lo veo en mí mismo. La vejez es una fractura en la vida que nos impide hacer lo que antes era normal. Guiar la Iglesia requiere de alguien que esté en posesión de todas sus energías, porque hay muchas preguntas que necesitan ser respondidas.
— No, él me habló de sus intenciones y yo le escuché. Naturalmente a mí me ha entristecido también porque me alegré mucho, aunque con cierta preocupación, cuando fue elegido Papa. Pero soy un hombre realista, y comprendo que, en un cierto momento, las capacidades humanas pueden resultar inadecuadas para ese encargo.
— Fue elegido ya a una edad avanzada, y nunca fue una persona robusta. En realidad, yo pensaba que con 78 años su «actividad profesional» ya había terminado y que podría tener una vida más tranquila.
— No, aunque para mí estaba claro que le habría producido un gran cansancio psicológico. Yo estaba de acuerdo con él, compartía su sentido de la responsabilidad con respecto a la Iglesia. El sentía que tenía que hacerlo y que era necesario, a pesar de todas las posibles consecuencias.
— Ha sido una decisión humana inspirada por Dios. No sé con quién lo ha hablado además de conmigo. Pero cuando me ha dicho que quería renunciar, la decisión definitiva ya la había tomado.
— No, mi hermano no quiere ser un «Papa en la sombra». No quiere provocar dificultades a su sucesor. Su labor pública ha terminado, y en el centro de su vida futura existirá solamente la responsabilidad para con Dios y la meditación. No obstante, me parece que continuará llamándose Benedicto XVI.
— Entre los cardenales hay muchas personas capaces y que podrían merecerlo. Pero me gustaría decir que el nuevo Papa tendrá que ser una persona enrraizada profundamente en la fe, y que la fe tendrá que guiar su vida. Es necesario que tenga un gran respeto por los débiles. Otra cualidad indispensable es el realismo para comprender qué es posible hacer y qué es imposible. Necesitará mucha energía porque se necesita mucha para dirigir a una comunidad así de grande y para hacer llegar con fuerza su mensaje. Tal vez elegirán a alguien más joven.
— Con su decisión surgirá quizá algo nuevo. Sí, podría servir para acercar el trabajo del Papa a los fieles. Antes de que llegara él, el papado era un encargo de por vida. Ha demostrado haber aceptado el trono de Pedro no por vanidad, sino por responsabilidad. Lo ha aceptado por responsabilidad y lo ha dejado por responsabilidad. Y esto es algo que la gente ha apreciado mucho.
— No, la cuestión ya ha sido resuelta, dogmática y definitivamente. El sacerdocio está reservado a los hombres, que actúan en nombre de Cristo y reflejan su imagen.
— No conocía estas cifras. Existen otros motivos, como por ejemplo las noticias sobre los abusos. Un problema terrible del que nos tenemos que lamentar muchísimo. Episodios de este tipo no suceden solamente dentro de la Iglesia, por desgracia, sino en todas partes. Y cuando suceden en la Iglesia la reacción es desproporcionada.
— Ya somos ancianos para expresar este afecto y este respeto recíproco. Siempre nos hemos alegrado cuando el otro ha conseguido realizar un buen trabajo, ha sido una responsabilidad compartida. No iré a Roma en estos últimos días del papado, prefiero encontrarme con él en la semana pascual. No obstante, me quedaré siempre aquí en Regensburg, me encuentro bien y tranquilo en esta casa. Mi hermano tampoco se moverá porque necesita permanecer un poco apartado. Iré a verle de vez en cuando.
— No soy un poeta. La gente sabe más que yo, ya se ha hecho una idea precisa sobre él, también gracias a la televisión. Me gustaría añadir sólo que la definición de panzerkardinal no tenía nada que ver con él en absoluto. No es de acero, es un hombre muy sensible.
— No, él encuadra estos problemas y sabe que son el reflejo de un mundo lleno de aspectos diversos. Y, en cualquier caso, incluso cuando le han «tocado», ha mantenido siempre la firmeza en su propia opinión, con la ayuda de la fe.
Traducción: Sara Martín
© Corriere della Sera