Las otras escasas renuncias tienen que ver con el conflicto llamado "el Cisma de Occidente", cuando hubo hasta 3 Papas al mismo tiempo: uno en Aviñón, otro en Pisa y otro en Roma; en cierto momento, el Papa de Aviñón se encerró en Peñíscola: era el español Benedicto XIII, el Papa Luna, que nunca renunció incluso cuando le abandonaron los reyes de Castilla y Aragón y murió considerándose el único Papa verdadero.
Pero sí renunciaron sus contendientes: el último de ellos (la última renuncia papal de la historia) fue la de Gregorio XII en 1415. Renunciando todos, se abría paso a una elección única, acabando con el Cisma.
Pero sí renunciaron sus contendientes: el último de ellos (la última renuncia papal de la historia) fue la de Gregorio XII en 1415. Renunciando todos, se abría paso a una elección única, acabando con el Cisma.
Los primeros casos de Papas que renuncian tienen que ver con comportamientos poco edificantes en la agitada Edad Media. La primera abidcación de la que se tiene constancia es la de Benedicto IX (1033-44). Tuvo una conducta escandalosa y renunció voluntariamente, tras lo cual se metió de monje. Su inmediato sucesor hizo lo mismo. Gregorio VI (1044-46) dejó el cargo al ser acusado de simonía.
La renuncia de un Papa en nuestra época está recogida en el actual Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II en 1983, en el capítulo “Del Romano Pontífice y del Colegio Episcopal” (Parte II, Sección I), canon 332, párrafo 2. Como se establece, el Sumo Pontífice renuncia a su oficio de forma "libre" y tras manifestarlo "formalmente".