La gran mentira contra Benedicto XVI comenzó pocos meses después del inicio de su pontificado, de la mano del diario británico The Independent, cuya senda siguió en Italia el periódico La Repubblica: se aseguraba categóricamente que el Papa lleva «gafas de sol de diseño moderno y juvenil, con cristales amplios y envolventes, particularmente durante las audiencias soleadas, [...] y un par de mocasines rojos diseñados por Prada, una de las firmas de moda más exclusivas». Aunque, eso sí, después reconocen: «La casa de diseño no lo ha confirmado».
Recientemente se ha retornado al tema gracias a
¿Y qué pasa si los zapatos se estropean? ¿Se tiran y se hacen otros nuevos? Por supuesto que no. Se envían a Antonio Arellano, un peruano que tiene su taller de reparación a pocos pasos del Vaticano. Por supuesto, por un precio.
Otro de los temas más habituales en cuanto al vestuario del Papa se refiere es el del anillo de oro que lleva. Un anillo, dicen los anticlericales, que vale miles de millones de euros y que, si se vendiera, «se alimentaría a toda África». ¿Quién no ha escuchado esta frase alguna vez? Y sin embargo, es oro puro, tiene el tamaño y, por lo tanto, el valor comercial de las alianzas de boda y se utiliza para sellar todos los documentos oficiales expedidos por el Papa. Por no mencionar que, cuando muere el Papa, se rompe con un pequeño martillo de plata, se funde y se reutiliza para el próximo Papa. Así que, técnicamente, ha sido siempre el mismo anillo durante siglos.
Las conclusiones obvias de toda la maquinaria de anti propaganda articulada contra la Iglesia utilizando la excusa de los zapatos son del propio artículo del grupo de Facebook: «Disparar contra la Iglesia es tan fácil como hacerlo contra la Cruz Roja. La Iglesia, cuando responde, lo hace simplemente con palabras. No va más allá, no trasciende, no se querella, no denuncia. Por tanto, no sólo no se arriesga nada atacando a la Iglesia, sino que además te conviertes en parte de los emancipados, de los librepensadores», asegura el autor del artículo, Giacomo Diana. «La gran mayoría de los católicos están mal informados, apáticos en su fe, casi más dispuestos a creer al primer anticlerical que pasa por la calle que a su Pontífice. Y de entre los católicos que conocen la verdad, la mayoría de las veces callan, o hablan con un hilillo de voz para no parecer intolerantes, para no contradecir el pensamiento dominante».
Benedicto XVI ha pasado toda su existencia en las bibliotecas, entre libros, escribiendo y leyendo. Es juzgado por un sinfín de intelectuales como una de las mentes más cultas y brillantes del mundo moderno, no sólo de la historia de la Iglesia. Sólo hay que pensar en la atea y anticlerical Oriana Fallaci que tanto le quería («ese hombre»,—decía—,«que me hace sentir menos sola con sus libros...») y que, al morir, quiso legarle toda su biblioteca personal. «Pensadlo», invita Giacomo Diana: «Una célebre escritora atea que deja en herencia al Papa lo que ella más quería en el mundo: los libros. ¿Qué quiere decir esto? Que es bastante triste y deprimente que a un Papa de tal estatura intelectual no se le pueda más que tocar las narices con los zapatos y, cotilleándole maliciosamente, inventar mentiras letales que se extienden como si fueran una verdad indiscutible, imponiendo la imagen grotesca de un fashionista entrado en años para un pontífice anciano enamorado de la cultura y de la fe católica, que se pasa el día entero en la oración, la lectura y la escritura, como lo demuestra la gran cantidad de libros que ha escrito».