Este viernes Benedicto XVI congregó en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano a los cardenales y a los miembros de la Curia romana y del gobierno del Vaticano, para el tradicional discurso de felicitación navideña y de recordatorio de los principales hilos conductores del año vencido.
El Papa recordó con especial cariño sus viajes a México y Cuba, y se detuvo con detalle en tres hitos de 2012: la Fiesta de la Familia de Milán, la visita al Líbano y el Sínodo sobre la Nueva Evangelización y la apertura del Año de la Fe.
En cuanto al diálogo interreligioso que caracterizó su estancia en Beirut, recordó que "no se dirige a la conversión, sino más bien a la comprensión", pero matizó: "Comprender implica siempre un deseo de acercarse también a la verdad. De este modo, ambas partes, acercándose paso a paso a la verdad, avanzan y están en camino hacia modos de compartir más amplios, que se fundan en la unidad de la verdad. Por lo que se refiere al permanecer fieles a la propia identidad, sería demasiado poco que el cristiano, al decidir mantener su identidad, interrumpiese por su propia cuenta, por decirlo así, el camino hacia la verdad. Si así fuera, su ser cristiano sería algo arbitrario, una opción simplemente fáctica. De esta manera, pondría de manifiesto que él no tiene en cuenta que en la religión se está tratando con la verdad".
Anticipó asimismo que el documento postsinodal versará ampliamente sobre "el anuncio", esto es, "el kerigma, que toma su fuerza de la convicción interior del que anuncia" y "es eficaz allí donde en el hombre existe la disponibilidad dócil para la cercanía de Dios".
Pero la parte más contundente de su discurso había sido antes su extensa y completa exposición y refutacion de la ideología de género, la más contundente en sus siete años y medio de pontificado.
"El atentado, al que hoy estamos expuestos, a la auténtica forma de la familia, compuesta por padre, madre e hijo, tiene una dimensión aún más profunda", empezó, pues "está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres".
Benedicto XVI citó la frase de Simone de Beauvoir "Mujer no se nace, se hace" para fulminar con contundencia argumental "lo que hoy se presenta bajo el lema «gender [género]» como una nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía".
"La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente", continuó: "El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho prestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear".
Seguidamente el Papa recordó que esto va contra las mismas Sagradas Escrituras: "Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen".
Las consecuencias son inmediatas: "El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente".
La familia resulta así la gran perjudicada: "Si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad prestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir".
Por último, sentenció Benedicto XVI, "allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre".