El Papa Francisco recibió este viernes al cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, a la que autorizó para firmar un decreto reconociendo un milagro obtenido por intercesión de la laica italiana Maria Antonia Semà (1875-1953), así como cuatro reconocimientos de virtudes heroicas: el jesuita italiano Eusebio Francesco Chini (1645-1711), muerto en México; el laico italiano Angelino Bonetta (1948-1963), de los Operarios Silenciosos de la Cruz; y dos españoles, el sacerdote Mariano José de Ibargüengoitia y Zuloaga (1815-1888), co-fundador del Instituto de las Siervas de Jesús; y la madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador (1907-2001).
Don José de Ibargüengoitia nació en Bilbao como el menor de 11 hermanos, en el seno de una familia relacionada con el comercio marítimo de la Villa, pero no siguió la tradición y quiso ser sacerdote, siendo ordenado en la basílica romana de San Juan de Letrán en 1840.
A su vuelta a Bilbao fue párroco en San Antonio Abad y luego, hasta su muerte, en la basílica de Santiago, catedral hoy de la diócesis de Bilbao, que no sería erigida hasta 1949. Don José recorrió la diocesis predicando misiones y ejercicios espirituales, en los que se había especializado, publicando en 1858 una obra en dos tomos, Ejercicios Espirituales para sacerdotes según el método de San Ignacio de Loyola. También publicó una obra en línea ignaciana, Método para facilitar la adquisición de las virtudes por medio del examen particular.
Promovió numerosas iniciativas de devoción, entre otras al Corazón de María, fundaciones religiosas de ayuda a las personas necesitadas ante los problemas sociales a los que daba lugar la industrialización de la ciudad. Así, ayudó decisivamente a obras de rehabilitación de jóvenes prostitutas y de educación de niñas huérfanas. A partir de 1871 colaboró decisivamente con santa María Josefa del Corazón de Jesús en la fundación de la congregación de las Siervas de Jesús de la Caridad, siendo el director espiritual de la misma hasta su fallecimiento en 1888, en olor de santidad.
Por su parte, la madre María Félix Torres nació en Albelda (Huesca). Sus padres la enviaron a formarse al colegio de la Compañía de María de Lérida, donde a los 14 años hizo unos ejercicios espirituales ignacianos que le hicieron ver la llamada de Dios: “Soy suya plena y conscientemente para siempre”, dejó escrito en su diario.
Sus padres se opusieron a su vocación religiosa, así que curso estudios de Química, licenciándose en 1930 en la Universidad de Zaragoza. Comenzó a trabajar en el apostolado de jóvenes estudiantes, y en 1934 hizo un voto privado de entregar su vida al provecho de las almas y al servicio de la Iglesia y gloria de Dios. En 1940 reciben permiso diocesano en Barcelona para vivir en comunidad, germen de lo que en 1952 fue reconocido como congregación religiosa de derecho diocesano. En 1986, la Compañía del Salvador, como se llamaba, fue aprobada por la Santa Sede como Instituto de Derecho Pontificio, del que fue superiora durante 18 años.
La Madre María Félix Torres se volcó en la educación cristiana de la juventud, sobre todo universitaria, para lo cual abrió en España y en América los Colegios Mater Salvatoris, caracterizados por la adhesión al Papa, el amor a la Virgen María y la misión de convertir a los jóvenes en fermento evangelizador para llevar la sociedad a Jesucristo.
Tras su muerte en 2001, han sido abundantes los testimonios sobre la ejemplaridad de su vida y los favores atribuidos a su intercesión.