Benedicto XVI recibió esta mañana a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio Justicia y Paz, encabezados por su Presidente, el Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, a quien agradeció las palabras que le dirigió al inicio de este encuentro, junto a los demás miembros del dicasterio.

En su alocución, el Papa destacó que realizan su Asamblea en este Año de la fe, tras el Sínodo de los Obispos dedicado a la nueva evangelización, así como al quincuagésimo aniversario del Concilio Ecuménico Vaticano II y - dentro de pocos meses - del aniversario de la Encíclica Pacem in terris del beato Papa Juan XXIII, contexto que de por sí ofrece múltiples estímulos.

"La Doctrina social, como nos ha enseñado el beato Papa Juan Pablo II, es parte integrante de la misión evangelizadora de la Iglesia (Cf., Enc. Centesimus annus, 54), y, con mayor razón, debe considerársela importante para la nueva evangelización (Cf. ibid., 5; Enc. Caritas in veritate, 15). Acogiendo a Jesucristo y su Evangelio, además de en la vida personal, también en las relaciones sociales, llegamos a ser portadores de una visión del hombre, de su dignidad, de su libertad y capacidad de relacionarse, que se caracteriza por la trascendencia, tanto sen sentido horizontal como vertical".

Y añadió que de la antropología integral, que deriva de la Revelación y del ejercicio de la razón natural, dependen la fundación y el significado de los derechos y de los deberes humanos, como nos ha recordado el Beato Juan XXIII precisamente en la encíclica Pacem in terris (Cf. n. 9).

En efecto, dijo el Papa "los derechos y los deberes no tienen como único y exclusivo fundamento la conciencia social de los pueblos, sino que dependen primariamente de la ley moral natural, inscrita por Dios en la conciencia de toda persona y, por tanto, en última instancia de la verdad sobre el hombre y sobre la sociedad.

Si bien la defensa de los derechos ha hecho grandes progresos en nuestro tiempo, la cultura actual, caracterizada, entre otras cosas, por un individualismo utilitarista y un carácter tecnocrático de la economía, tiende a devaluar a la persona; la cual es concebida como un ser "fluido", sin consistencia permanente. El hombre de hoy, a pesar de estar inmerso en una red infinita de relaciones y de comunicaciones, paradójicamente con frecuencia aparece aislado, porque es indiferente con respecto a la relación constitutiva de su ser, que es la raíz de todas las demás relaciones, es decir su relación con Dios.

El Papa también afirmó que el hombre de hoy es considerado en clave prevalentemente biológica o como "capital humano", "recurso", parte de un engranaje productivo y financiero que los domina. De ahí que si por una parte, se sigue a proclamado la dignidad de la persona, otra, nuevas ideologías - como la hedonista y egoísta de los derechos sexuales y reproductivos o la de un capitalismo financiero desordenado que prevarica sobre la política desestructurado la economía real - contribuyen a considerar al trabajador dependiente y su trabajo como bienes "menores" y a minar los fundamentos naturales de la sociedad, especialmente la familia.

Y añadió textualmente:

"De una nueva evangelización del ámbito social pueden derivar un nuevo humanismo y un renovado empeño cultural y de proyección. Ella ayuda a desentronizar a los ídolos modernos, a sustituir el individualismo, el consumismo materialista y la tecnocracia, con la cultura de la fraternidad y de la gratuidad, del amor solidario. Jesucristo ha resumido y dado cumplimiento a los preceptos en un mandamiento nuevo: "Como yo los he amado a ustedes, así ámense también ustedes unos a otros" (Jn 13, 34); aquí está el secreto de toda vida social plenamente humana y pacífica, así como de la renovación de la política y de las instituciones nacionales y mundiales".

Después de recordar que el beato Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris ha motivado el empeño por la construcción de una comunidad mundial, con una correspondiente autoridad a partir del amor, y del amor por el bien común de la familia humana, Benedicto XVI dijo:

"Ciertamente la Iglesia no tiene el deber de sugerir, desde el punto de vista jurídico y político, la configuración concreta de semejante ordenamiento internacional, pero ofrece a quien tiene esta responsabilidad aquellos principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones prácticas que pueden garantizar el armazón antropológico y ético en torno al bien común (Cf. Enc. Caritas in veritate, 67). De todos modos, hay que tener presente en la reflexión que no se debería imaginar un súper poder, concentrado en las manos de pocos, que dominaría a todos los pueblos, explotando a los más débiles, sino que toda autoridad debe ser entendida, ante todo, como fuerza moral, y facultad de influir según lar razón (Cf. Pacem in terris, 27), o sea como autoridad participada, limitada por competencia y por el derecho".

Antes de impartirles su bendición apostólica, Su Santidad concluyó agradeciendo al Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz porque junto a las demás instituciones pontificase, se ha prefijado profundizar las orientaciones ofrecidas en su encíclica Caritas in veritate. Y se despidió con el deseo de que la Virgen María, quien con fe y amor ha acogido en sí al Salvador para darlo al mundo, nos guíe en el anuncio y en el testimonio de la Doctrina social de la Iglesia, para hacer más eficaz la nueva evangelización.