El cardenal George Pell, de 81 años de edad, ha fallecido este martes en Roma a las 20.50 horas como consecuencia de complicaciones tras una operación de cadera a la que había sido sometido.
La intervención quirúrgica había salido bien, y de hecho mantuvo conversaciones con las enfermeras en la sala de recuperación, pero repentinamente sufrió una parada cardiaca que le produjo la muerte.
Una figura descollante
Había nacido en Australia en 1941, hijo de padre anglicano y madre católica, que le educó en la fe y en la frecuencia de los sacramentos. Su gran corpulencia y fortaleza física le hicieron destacar en el deporte durante su juventud. Tras ingresar en el seminario, fue ordenado sacerdote en 1966. En 1987 fue nombrado obispo auxiliar de Melbourne, arzobispo de la diócesis en 1996 y arzobispo de Sidney en 2001. Juan Pablo II le creó cardenal en 2003, y era reconocido como una de las figuras emergentes del colegio cardenalicio a la muerte del Papa Karol Wojtyla.
De hecho, estuvo entre los considerados papables en el cónclave de 2013, hasta el punto de que la identidad en latín de su nombre con el de Jorge Bergoglio hizo dudar durante unos segundos, cuando el cardenal Jean-Louis Tauran proclamó el habemus Papam y luego el nombre de Georgium, cuál de los dos podía haber resultado elegido.
Francisco le incluyó entre el reducido consejo de cardenales (conocido como C9) que le asesoraban y con los que empezó a preparar la reforma de la Curia, y al año siguiente le nombró primer prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede.
A partir de las reformas que quiso emprender comenzaron sus problemas y empezó a ser objeto de algunas maquinaciones. Chocó con otros organismos vaticanos a los que ordenó auditar y cuyas cuentas pretendía unificar para una mayor transparencia.
La experiencia más dura
En 2017 dejó el cargo para concentrarse en su defensa ante unas inverosímiles acusaciones de abuso que se habían forjado contra él en Australia.
El mapa del inverosímil delito de Pell, hipotéticamente cometido tras la misa mayor de un domingo en la catedral de San Patricio, con la sacristía atestada. El periodista Andrew Bolt, de Sky News Australia, cronometró el recorrido para reconstruir los hechos tal como los había narrado la supuesta víctima, llegando la conclusión de que era imposible. Pincha aquí para conocer al detalle los resultados de esta investigación.
Allí los medios laicistas, conocedores de su prestigio, llevaban años lanzando contra él numerosas campañas denigratorias a consecuencia de su continua presencia mediática, su integridad doctrinal, y el impulso que estaba imprimiendo a la Iglesia favoreciendo los movimientos de Nueva Evangelización. Cuidaba con mimo el seminario de Sidney y dedicaba una atención permanente a los seminaristas y al clero diocesano.
Pudiendo quedarse en el Vaticano por disponer de pasaporte diplomático, prefirió trasladarse a su país natal confiando en la integridad de su justicia. Sin embargo, acabó condenado e ingresó en prisión en 2019, tras un juicio muy polémico. Estuvo trece meses encarcelado hasta que el Tribunal Supremo australiano le absolvió, en una sentencia dictada por unanimidad de los siete jueces que dejaba en evidencia la falta de pruebas con las que había sido condenado. Salió de la cárcel el 7 de abril de 2020.
El cardenal Pell plasmó esta dura experiencia carcelaria en un Diario en prisión de gran hondura espiritual. Fue sometido a normas de inusitada dureza, como la prohibición de disponer de un poco de vino para poder celebrar misa.
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Plenamente restituido su nombre, regresó al Vaticano en septiembre de ese mismo año, y fue recibido por Francisco de forma que no dejaba lugar a dudas sobre la fe del Papa en su inocencia.
"Gracias por su testimonio": el Papa no pudo ser más explícito en el reconocimiento al calvario padecido por Pell.
En la que pudo ser su última intervención pública, el cardenal Pell se pronunció sobre Benedicto XVI tras su fallecimiento, declarando que era un hombre "tranquilo, amable y piadoso, un verdadero caballero”.