«¿Cómo hago para expiar?». Es la pregunta que Paolo Gabriele, ex ayudante de cámara de Benedicto XVI, dirigió a un prelado que fue a visitarle a la cárcel hace algunos días. El mayordomo, que confesó haber fotocopiado y entregado al periodista italiano Gianluigi Nuzzi algunos documentos reservados de la secretaría papal, volvió a la cárcel vaticana el pasado 25 de octubre, después de que la sentencia por robo agravado (tres años que se redujeron a uno y medio) fuera declarada definitiva.
Como se recordará, dos días después de la publicación de las motivaciones de la sentencia de condena, la Secretaría de Estado había publicado un duro comunicado, aprobado por Benedicto XVI, en el que se desmentía que ya hubiera una decisión sobre la concesión de la gracia al ex-mayordomo. En el mismo comunicado se subrayaban las graves responsabilidades del culpable, aunque en la sentencia del tribunal se hubiera reconocido una cierta buena fe, pues Gabriele declaró en repetidas ocasiones que había actuado “para ayudar al Papa”.
En el comunicado, la Secretaría de Estado precisaba que lo que había hecho el mayordomo no podía ser atenuado de ninguna manera, porque ofendió personalmente al Papa y creó un prejuicio en contra de la Santa Sede y muchos de sus instituciones; además, Gabriele habría obstaculizado las comunicaciones entre los obispos del mundo y la Santa Sede, provocando un escándalo entre la comunidad de los fieles. Para terminar, indicaba el comunicado, el ex mayordomo creó un ambiente tal que turbó durante varios meses la serenidad de la comunidad y de trabajo al servicio alrededor del Papa.
El texto de la Secretaría de Estado, además de desmentir que ya se hubiera tomado una decisión con respecto a la gracia (tal y como había dejado interpretar alguna declaración que el portavoz vaticano hizo el día del veredicto del tribunal), debía servir como advertencia (según las intenciones de quen lo haya redactado) dentro de la Curia romana. Es decir, daba a entender que no habrían corrido con la misma suerte los eventuales imitadores de Gabriele.
Tanto el ex-mayordomo como su abogada, Cristiana Arru, recibieron sorprendidos la publicación del comunicado y la decisión de volver a encarcelar al condenado.
“Sin embargo -explica a Vatican Insider un sacerdote que visitó a ‘Paoletto’-, justamente la dureza de este texto sirvió para que Gabriele comprendiera la gravedad de lo que había hecho. Al final del proceso, estaba convencido de haber hecho sufrir al Papa, pero no se había dado cuenta todavía de todo lo que sus acciones habían provocado ni de la gravedad. Después de volver a la cárcel y después de haber leído aquellas palabras, comprendió mejor el alcance de todo lo que hizo y preguntó cómo podía expiar. Le respondí que volver a la cárcel era una forma de hacerlo. También le dije que debía confiarse a la misericordia de Dios, viendo hacia el futuro con confianza para poder volver a empezar”.
Paolo Gabriele y su familia están muy afectados, y las consecuencias de todo lo que sucedió también pesa sobre sus hijos. Para evitar posibles traumas, la esposa del ex-ayudante de cámara, Manuela Citti, no les lleva a visitarle a la cárcel: el encuentro con su padre se da solo durante la misa de los domingos, a la que “Paoletto” asiste en compañía de los gendarmes que le custodian.