El juicio al mayordomo del Papa se convirtió el martes en un proceso al sistema penal del Vaticano cuando Paolo Gabriele declaró haber sido sometido a un tratamiento cercano a la tortura durante los primeros «15 ó 20 días» en los que se le tuvo con la luz encendida día y noche en una celda que «ni siquiera permitía estirar los brazos». Horas más tarde, la Gendarmería Vaticana rechazaba de plano esas acusaciones y amenazaba, a su vez, con una querella.
El primer interrogatorio público a Paolo Gabriele reveló circunstancias tan inhumanas que el juez-presidente del Tribunal del Vaticano, Giuseppe Dalla Torre, ordenó inmediatamente al fiscal, Nicola Picardi, abrir una investigación sobre lo sucedido. Una hora más tarde, el expediente 53/12 estaba abierto para clarificar los hechos.
A preguntas de su abogada defensora, Cristiana Arrú, sobre si había sufrido presiones psicológicas, Paoletto contestó que «Sí. Sobre todo la primera noche, en la que se me negó incluso una almohada». Paolo Gabriele respondió también afirmativamente a la pregunta de si había estado «15 ó 20 días» con la luz encendida día y noche: «Es verdad. No había interruptor, y esto me ha provocado incluso una pérdida de vista».
A media tarde, un extenso comunicado de la Gendarmería Vaticana precisaba que se mantuvo encendida ininterrumpidamente la luz durante veinte días «para evitar posibles autolesiones y por razones de seguridad».
Según la Gendarmería, el mismo Gabriele «pidió que la luz permaneciese encendida durante la noche porque le hacia compañía», añadiendo que, además, «se le proporcionó un antifaz nocturno (tipo avión) que le permitiese descansar completamente a oscuras».
La Gendarmería, acusada de comportamientos que recuerdan la vergüenza de regímenes totalitarios, advirtió que Gabriele «puede ser sujeto de una contradenuncia» si se comprueba que sus afirmaciones son infundadas.
Los responsables de la seguridad del pequeño Estado afirman que las celdas «respetan los estándares de detención previstos en otros países», y que el detenido «disfrutaba cada día de sus comidas en compañía de los gendarmes que le custodiaban, del paseo diario de una hora al aire libre, de las visitas que deseaba (las de la familia sin límites de horario), y de atención medida en todo momento».
Paolo Gabriele «declaró al sanitario que reposaba serenamente y que incluso había resuelto algunos problemas de carácter nervioso». Añaden que «se le ofreció el gimnasio de la Gendarmería, pero no lo aceptó».
Las versiones no pueden ser más contradictorias, y probablemente la investigación abierta podrá confirmar en un plazo muy breve cuál sea la verdadera.
También sorprendió a la Prensa que, con frecuencia, los textos en que el presidente del Tribunal resumía cada respuesta de los interrogados no correspondían a lo esencial o a veces lo reflejaban incorrectamente, extremo importante en un juicio que no se basa en las transcripciones de las respuestas, sino sólo en lo que se inscribe en el acta.
Pero la sorpresa por la acusación de los malos tratos a Paolo Gabriele no fue la única. El interrogatorio al secretario personal del Papa, monseñor Georg Gaenswein, sacó a la luz que Paoletto no fotocopiaba los documentos clandestinamente, sino que lo hacía durante las horas de trabajo por las mañana, en presencia de los dos secretarios del Papa, Georg Gaenswein y Alfred Xuereb, quienes nunca sospecharon nada.
Paoletto ocupaba la tercera mesa en ese despacho, donde contaba con un ordenador para organizar reseñas de prensa y redactar borradores de respuesta a algunas cartas enviadas a Gaenswein.
El secretario del Papa manifestó que nunca había tenido la mínima sospecha del mayordomo hasta que vio en el libro publicado en Italia tres documentos dirigidos a él: una carta de un periodista italiano, otra de un banquero milanés y un correo electrónico de Federico Lombardi sobre las abundantes declaraciones y actuaciones del Vaticano a raíz del secuestro de Emanuela Orlandi, hija de un conserje del Vaticano.
Eran documentos que nunca salieron de su despacho, y el monseñor alemán pensó, al principio, que Paoletto había filtrado tan solo esos tres documentos. Dos días mas tarde, el 23 de mayo, el registro del apartamento del mayordomo sacaría a la luz «una montaña de documentos» en su gran mayoría fotocopiados pero, sorprendentemente, también algunos originales, incluso firmados por cardenales, del año 2006 en adelante.
Según el cuadro aportado por las comparecencias del martes, incluidas las de varios agentes de la Gendarmería Vaticana, el mayordomo empezó a «distraer» documentos hace seis años, pero tan solo emprendió el fotocopiado sistemático y el suministro masivo a un periodista italiano en enero del 2012.
Paoletto no recuerda haberse llevado a casa ni la pepita de oro regalada al Papa por un empresario minero peruano ni el cheque por valor de cien mil euros donado por la Universidad Católica San Antonio de Murcia durante el viaje del Santo Padre a Cuba el pasado mes de marzo.
Los dos gendarmes que participaron en el registro y fueron interrogados el martes afirmaron haber visto la pepita en una caja de zapatos en casa de Paoletto, pero no dijeron quién ni cómo la había descubierta. El cheque, en cambio, apareció posteriormente en alguna de las 82 cajas de documentos que se llevaron a las once de la noche de aquel 23 de mayo de la casa del mayordomo en vista de que harían falta semanas para estudiarlos y clasificarlos.
El mayordomo del Papa se dejó engañar por un extraño personaje, Luca Catano, quien le reveló comportamientos dudosos de la Gendarmería Vaticana, que a su vez Paoletto pasó al periodista italiano. Posteriormente el mayordomo descubrió que su informante no era un magistrado, como le había hecho pensar.
Paoletto insistió en que el Papa no está suficientemente informado de lo que sucede, y en que no ha tenido cómplices ni ha sido manipulado por otras personas que le hayan impulsado a filtrar cientos de documentos confidenciales.
Para sorpresa general, se declaró «inocente» de la acusación de «robo con agravantes», al tiempo que se declaraba culpable de «haber traicionado la confianza del Santo Padre, a quien amo como un hijo».
La tercera audiencia, convocada para el miércoles concluirá el interrogatorio de los testigos. La cuarta y última se celebrará el viernes o el sábado, incluirá los discursos finales del fiscal y de la abogada defensora, concluidos los cuales se dictará la sentencia.