Hay una gran expectativa por la entrega de la segunda edición del “Premio Ratzinger”, promovido por lal Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI.

El premio será conferido por Benedicto XVI el próximo 20 de octubre, durante el sínodo de los obispos sobre la "nueva evangelización".

Los nombres de los vencedores – que más abajo anticipamos – han sido seleccionados por un comité científico, presidido por el cardenal Camillo Ruini (vicario general emérito de Roma y ex presidente de la Conferencia Episcopal Italiana) y del que forman parte los cardenales italianos Tarcisio Bertone (salesiano, secretario de Estado) y Angelo Amato (salesiano, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos), y también los arzobispos Jean-Louis Bruguès (dominico francés, archivista y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana) y Francisco Ladaria Ferrer (jesuita español, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe).

Éste último, entrevistado por Radio Vaticana, ha explicado que el "Premio Ratzinger" fue instituido por la Fundación "para estimular la reflexión teológica, sobre todo en los campos más cultivados por Joseph Ratzinger como teólogo, cardenal y ahora Papa: el campo de la teología fundamental, de la historia de la teología, especialmente la teología patrística, el campo de la exégesis bíblica, pero también la teología dogmática".

El arzobispo Ladaria enunció además los criterios adoptados para la selección de los candidatos: "El comité científico intenta tener presente diversos factores: ante todo, el rigor teológico y la profundidad científica de los posibles candidatos".

Además, "se busca tener también una variedad de idiomas, de culturas, para que no todos los premios vayan, por ejemplo, a teólogos de lengua inglesa, o que todos sean de lengua italiana", para que "haya un equilibrio entre los grandes idiomas del mundo, entre los grandes grupos católicos del mundo, de tal modo que – en la medida de lo posible, aun cuando esto no es siempre fácil – todos se puedan sentir representados".

En efecto – ha recordado Ladaria – "el año pasado fueron un italiano, un español y un alemán", es decir, el profesor Manlio Simonetti, don Olegario González de Cardedal y el padre cisterciense Maximilian Heim.

Mientras que este año – agregó – "serán un francés y un norteamericano".

El secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe no dio los nombres de los premiados, sobre los cuales rige hasta ahora reserva oficial.

Pero el francés a quien se le dará en premio lo que ha sido definido – en forma exagerada – el "Nobel de teología" es el filósofo Rémi Brague.

Mientras que el norteamericano es el patrólogo Brian E. Daley.

Brague es profesor de filosofía griega, romana y árabe en la Sorbona de París y en la Universidad Ludwig-Maximilian, de Münich.

Es un erudito políglota de la vastísima producción científica. Pero es también muy combativo en las polémicas actuales, contrario a los axiomas de lo "políticamente correcto", tanto en el sentido de los progresistas como en el de los "teólogos conservadores".
Por su parte, Daley, jesuita, está especializado en los Padres de la Iglesia. Enseña en la Universidad de Notre Dame, en Indiana, y es editor consejero de la edición en inglés de la revista "Communio", de la que Ratzinger fue co-fundador.

En el 2003 publicó en la revista progresista "America", de los jesuitas de Nueva York, un artículo a contramano, en el que valorizaba la práctica de la adoración eucarística.

Una adoración en ese entonces caída largamente en desuso, pero que Ratzinger, como Papa, está haciendo de todo para volver a darle auge.

Una curiosidad. En el perfil biográfico del padre Daley que aparece en la página web de la Universidad de Notre Dame se proporciona evidencia del deporte que él practica “para mantenerse en forma”, el boxeo.

Al igual que ya antes, en la anterior edición del "Premio Ratzinger", también esta vez uno de los premiados tendrá una "lectio" en presencia del Papa, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.

Pero se prevé que el mismo Benedicto XVI tomará la palabra.

De la misma manera que lo hizo el 30 de junio de 2011 con esta memorable lección, totalmente inconfundible escrita de su puño y letra, que reproducimos a continuación:


[...] La entrega del premio puede brindar la ocasión para reflexionar por un momento en la cuestión fundamental de qué es de verdad la "teología". La teología es ciencia de la fe, nos dice la tradición. Pero aquí surge inmediatamente la pregunta: realmente, ¿es posible esto?, o ¿no es en sí una contradicción? ¿Acaso ciencia no es lo contrario de fe? ¿No cesa la fe de ser fe cuando se convierte en ciencia? Y ¿no cesa la ciencia de ser ciencia cuando se ordena o incluso se subordina a la fe?

Estas cuestiones, que constituían un serio problema ya para la teología medieval, con el concepto moderno de ciencia se han vuelto aún más apremiantes, a primera vista incluso sin solución. Así se comprende por qué, en la edad moderna, la teología en amplios sectores se ha retirado primariamente al campo de la historia, con el fin de demostrar aquí su seria cientificidad. Es preciso reconocer, con gratitud, que de ese modo se han realizado obras grandiosas, y el mensaje cristiano ha recibido nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza.

Sin embargo, si la teología se retira totalmente al pasado, deja hoy a la fe en la oscuridad. En una segunda fase se ha concentrado en la praxis, para mostrar cómo la teología, en unión con la psicología y la sociología, es una ciencia útil que da indicaciones concretas para la vida. También esto es importante, pero si el fundamento de la teología, la fe, no se transforma simultáneamente en objeto del pensamiento, si la praxis se refiere sólo a sí misma, o vive únicamente de los préstamos de las ciencias humanas, entonces la praxis queda vacía y privada de fundamento.

Estos caminos, por tanto, no bastan. Por más útiles e importantes que sean, se convierten en subterfugios, si queda sin respuesta la verdadera pregunta: ¿es verdad aquello en lo que creemos, o no? En la teología está en juego la cuestión sobre la verdad, la cual es su fundamento último y esencial.

Una expresión de Tertuliano puede ayudarnos a dar un paso adelante; él escribe: "Cristo no dijo: “Yo soy la costumbre”, sino “Yo soy la verdad”" — non consuetudo sed veritas (Virg. 1, 1). Christian Gnilka ha mostrado que el concepto "consuetudo" puede significar las religiones paganas que, según su naturaleza, no eran fe, sino que eran "costumbre": se hace lo que se ha hecho siempre; se observan las formas cultuales tradicionales y así se espera estar en la justa relación con el ámbito misterioso de lo divino. El aspecto revolucionario del cristianismo en la antigüedad fue precisamente la ruptura con la "costumbre" por amor a la verdad.

Tertuliano habla aquí sobre todo apoyándose en el Evangelio de san Juan, en el que se encuentra también la otra interpretación fundamental de la fe cristiana, que se expresa en la designación de Cristo como Logos. Si Cristo es el Logos, la verdad, el hombre debe corresponder a él con su propio logos, con su razón. Para llegar hasta Cristo, debe estar en el camino de la verdad. Debe abrirse al Logos, a la Razón creadora, de la que deriva su misma razón y a la que esta lo remite. De aquí se comprende que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología; debía interrogarse sobre la racionabilidad de la fe, aunque naturalmente el concepto de razón y el de ciencia abarcan muchas dimensiones, y así la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón debía y debe ser sondeada siempre de nuevo.

Así pues, aunque el nexo fundamental entre Logos, verdad y fe, se presente claro en el cristianismo, la forma concreta de ese nexo ha suscitado y suscita siempre nuevas preguntas. Es evidente que en este momento esa pregunta, que ha interesado e interesará a todas las generaciones, no puede tratarse detalladamente, ni siquiera en grandes líneas. Yo sólo quiero proponer una pequeñísima nota.

San Buenaventura, en el prólogo a su "Comentario a las Sentencias" habla de un doble uso de la razón, de un uso que es inconciliable con la naturaleza de la fe y de otro que, en cambio, pertenece propiamente a la naturaleza de la fe. Existe —así se dice— la "violentia rationis", el despotismo de la razón, que se constituye en juez supremo y último de todo. Este tipo de uso de la razón ciertamente es imposible en el ámbito de la fe. ¿Qué entiende con ello san Buenaventura? Una expresión del Salmo 95, 9 puede mostrarnos de qué se trata. Aquí dice Dios a su pueblo: "En el desierto… vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras". Aquí se alude a un doble encuentro con Dios: ellos "habían visto". Pero esto a ellos no les basta. Ponen "a prueba" a Dios. Quieren someterlo al experimento. Por decirlo así, Dios es sometido a un interrogatorio y debe someterse a un procedimiento de prueba experimental.

Esta modalidad de uso de la razón, en la edad moderna, alcanzó el culmen de su desarrollo en el ámbito de las ciencias naturales. La razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica. Lo que no se puede verificar o falsificar científicamente cae fuera del ámbito científico. Con este planteamiento, como sabemos, se han realizado obras grandiosas. Que ese planteamiento es justo y necesario en el ámbito del conocimiento de la naturaleza y de sus leyes, nadie querrá seriamente ponerlo en duda. Pero existe un límite a ese uso de la razón: Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta sólo en la relación de persona a persona: eso forma parte de la esencia de la persona.

En esta perspectiva san Buenaventura alude a un segundo uso de la razón, que vale para el ámbito de lo "personal", para las grandes cuestiones del hecho mismo de ser hombres. El amor quiere conocer mejor a aquel a quien ama. El amor, el amor verdadero, no hace ciegos, sino videntes. De él forma parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro. Por eso, los Padres de la Iglesia encontraron los precursores y predecesores del cristianismo —fuera del mundo de la revelación de Israel— no en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres que buscaban a Dios, que buscaban la verdad, en los "filósofos": en personas que estaban sedientas de la verdad y por tanto se encontraban en camino hacia Dios. Cuando no hay este uso de la razón, entonces las grandes cuestiones de la humanidad caen fuera del ámbito de la razón y desembocan en la irracionalidad.

Por eso es tan importante una auténtica teología. La fe recta orienta a la razón a abrirse a lo divino, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca. La iniciativa para este camino pertenece a Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su Rostro. Por consiguiente, forman parte de la teología, por un lado, la humildad que se deja "tocar" por Dios; y, por otro, la disciplina que va unida al orden de la razón, preserva el amor de la ceguera y ayuda a desarrollar su fuerza visual.

Soy muy consciente de que con todo esto no se ha dado una respuesta a la cuestión sobre la posibilidad y la tarea de la recta teología, sino que sólo se ha puesto de relieve la grandeza del desafío ínsito en la naturaleza de la teología. Sin embargo, el hombre necesita precisamente este desafío, porque ella nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos sobre la verdad misma, sobre el rostro de Dios. [...] La razón, caminando por la pista trazada por la fe, no es una razón alienada, sino la razón que responde a su altísima vocación.