«Nos encontramos ante una profunda crisis de fe, una pérdida del sentido religioso que constituye el desafío mayor para la Iglesia de hoy. Por tanto, la renovación de la fe debe ser la prioridad en el empeño de la Iglesia entera en nuestros días». Lo afirmó Benedicto XVI al recibir en audiencia a los que participaron en la Sesión Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por ello, el Pontífice expresó su deseo de que «el Año de la fe contribuya, con la colaboración cordial de todos los miembros del Pueblo de Dios, a hacer a Dios nuevamente presente en este mundo y a abrir a los hombres el acceso a la fe».
En cuanto a los temas éticos, los cristianos de las diferentes confesiones tendrían, dijo el Papa, que hablar «con una sola voz», siguiendo «el fundamento de la Escritura y de la viva tradición de la Iglesia».
En su discurso, el Pontífice explicó que «la problemática moral constituye un nuevo desafío para el camino ecuménico». Por ello, subrayó que «en los diálogos no podemos ignorar las grandes cuestiones morales acerca de la vida humana, la familia, la sexualidad, la bioética, la libertad, la justicia y la paz. Sería importante hablar sobre estos temas con una sola voz, tomando del fundamento de la Escritura y de la viva tradición de la Iglesia». Y es necesario que todos defiendan «los valores fundamentales de la gran tradición de la Iglesia», al hombre y a la Creación.
En muchas zonas de la tierra, advirtió Benedicto XVI, «la fe corre el riesgo de apagarse como una llama que ya no encuentra más alimento. Nos encontramos ante una profunda crisis de fe, una pérdida del sentido religioso que constituye el desafío mayor para la Iglesia de hoy».
Además, el Papa agradeció todo el trabajo que lleva a cabo la Congregación para la Doctrina de la Fe, en colaboración con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, sobre todo porque se están ancargando de preparar el Año de la Fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, «acogiendo un momento propicio para volver a proponer a todos el don de la fe en Cristo resucitado, junto a la luminosa enseñanza del Concilio Vaticano II y la valiosa síntesis doctrinal ofrecida por el Catecismo de la Iglesia católica».