El tradicional Te Deum de despedida del año, en la festividad de Santa María Madre de Dios, sirvió a Benedicto XVI para recordar en la Basílica de San Pedro, ante los cardenales y obispos presentes y el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, que "la última hora del tiempo y de la historia termina en Dios... y olvidar este final de la vida significaría caer en el vacío, vivir sin sentido".
 
Al finalizar cada año "con la inquietud, los deseos y las esperanzas de siempre, aguardamos uno nuevo", pero "muchas veces nos preguntamos ¿qué sentido damos a nuestros días?".

A explicarlo consagró el Papa su intervención, recordando que hay que "dar el primado a la verdad" y "acreditar la alianza entre fe y razón como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la Verdad".

Esa Verdad no es otra que "la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador, que en el misterio de su encarnación y nacimiento nos permite contemplar la bondad y ternura de Dios".

Ante esa realidad, "no hay lugar para la angustia frente al tiempo que pasa y no vuelve": "Es el momento de confiar infinitamente en Dios", y los cristianos "están llamados a reavivar en sí mismos y en los demás la nostalgia de Dios y la alegría de vivirlo y testimoniarlo".

Tras estas palabras, el coro de la Capilla Sixtina entonó el Magnificat en alabanza de la Virgen María, y tuvo lugar la exposición y adoración del Santísimo, ante el cual rezó el Papa en medio de un impresionante silencio.

Seguidamente se entonó el Te Deum y el himno eucarístico por excelencia, el Tantum Ergo. A continuación Benedicto XVI se dirigió al enorme belén de la Plaza de San Pedro y lo bendijo mientras la Guardia Suiza entonaba el tradicional villancico Stille Nacht (Noche de paz, Noche de amor).