El Papa ha celebrado la festividad de Cristo Rey celebrando misa en el Estadio de la Amistad de Cotonou, en el último gran acto de su estancia de tres días en Benín.

Asistió al acto el presidente de la República, Yayi Boni, junto a doscientos obispos y miles de sacerdotes africanos, y decenas de miles de personas (venidas también de Togo, Burkina Faso, Ghana, Nigeria o Níger) que escucharon una homilía donde en varias ocasiones Benedicto XVI se refirió a los más débiles como destinatarios preferentes del amor de Dios y de la solicitud de la Iglesia.



"Jesús, el Hijo del hombre, el juez último de nuestra vida, ha querido tomar el rostro de los hambrientos y sedientos, de los extranjeros, los desnudos, enfermos o prisioneros, en definitiva, de todos los que sufren o están marginados; lo que les hagamos a ellos será considerado como si lo hiciéramos a Jesús mismo", dijo el Papa.

Todavía hoy, subrayó, como hace dos mil años, "acostumbrados a ver los signos de la realeza en el éxito, la potencia, el dinero o el poder, tenemos dificultades para aceptar un rey así, un rey que se hace servidor de los más pequeños, de los más humildes, un rey cuyo trono es la cruz. Sin embargo, dicen las Sagradas Escrituras, así es como se manifiesta la gloria de Cristo; en la humildad de su existencia terrena es donde se encuentra su poder para juzgar al mundo. Para él, reinar es servir. Y lo que nos pide es seguir por este camino para servir, para estar atentos al clamor del pobre, el débil, el marginado".

Esa marginación, para el cristiano, puede llegar a la marginación absoluta, el martirio, una realidad en muchos países de África, por lo cual Benedicto XVI recordó la radicalidad de la vocación bautismal: "El bautizado sabe que su decisión de seguir a Cristo puede llevarle a grandes sacrificios, incluso el de la propia vida. Pero, como nos recuerda san Pablo, Cristo ha vencido a la muerte y nos lleva consigo en su resurrección. Nos introduce en un mundo nuevo, un mundo de libertad y felicidad. También hoy son muchas las ataduras con el mundo viejo, muchos los miedos que nos tienen prisioneros y nos impiden vivir libres y dichosos. Dejemos que Cristo nos libere de este mundo viejo. Nuestra fe en Él, que vence nuestros miedos, nuestras miserias, nos da acceso a un mundo nuevo, un mundo donde la justicia y la verdad no son una parodia, un mundo de libertad interior y de paz con nosotros mismos, con los otros y con Dios. Este es el don que Dios nos ha dado en nuestro bautismo".



Y elogió a quienes llevaron ese sacramento a África hace ciento cincuenta años, los miles de misioneros que siguen llevándolo hoy.

El Papa se dirigió con particular énfasis a los enfermos, con quienes Jesús también "ha querido identificarse" compartiendo el sufrimiento con los hombres: "Cada persona necesitada merece nuestro respeto y amor, porque a través de él Dios nos indica el camino hacia el cielo".

Por último, el Papa recordó la esencia evangelizadora de la Iglesia y de todos los cristianos: "Todos los que han recibido ese don maravilloso de la fe, el don del encuentro con el Señor resucitado, sienten también la necesidad de anunciarlo a los demás. La Iglesia existe para anunciar esta Buena Noticia. Y este deber es siempre urgente. Después de 150 años, hay todavía muchos que aún no han escuchado el mensaje de salvación de Cristo. Hay también muchos que se resisten a abrir sus corazones a la Palabra de Dios. Y son numerosos aquellos cuya fe es débil, y su mentalidad, costumbres y estilo de vida ignoran la realidad del Evangelio, pensando que la búsqueda del bienestar egoísta, la ganancia fácil o el poder es el objetivo final de la vida humana".

Tras almorzar con el consejo especial para África del sínodo de los obispos, Benedicto XVI volará de regreso a Roma.