Este martes la Santa Sede ha publicado el Decreto de la Congregación para las Causas de los Santos en las que se informa del reconocimiento del martirio del juez italiano Rosario Livatino, asesinado por la Cosa Nostra en 1990 así como las virtudes heroicas de obispos y sacerdotes, entre ellos dos españoles, monseñor Vasco Quiroga, primer obispo de Michoacán en el siglo XVI y del sacerdote Vicente González Suárez, fallecido en Las Palmas en 1851.
Rosario Livatino es un símbolo en Italia de fortaleza ante las amenazas de la mafia que tanto dolor infringieron en el pasado. San Juan Pablo II llamó a este magistrado “mártir de la justicia” e incluso en la causa de beatificación ha participado uno de los asesinos del juez, arrepentido y convertido en prisión tras haberlo asesinado.
El Vaticano ha reconocido este martes el martirio de este juez católico sicilian que fue precisamente asesinado en su tierra por cuatro sicarios que le asaltaron cuando viajaba sin escolta al juzgado. Tenía 38 años cuando murió debido a los disparos de sus asesinos, que le remataron una vez herido de muerte.
El precio de ser justo
Durante esos años, este magistrado había estado investigando las operaciones de la mafia italiana, y sus decisiones hicieron mucho daño a algunos clanes, incautando sus bienes y encarcelándolos.
Su valiente labor y su sentido estricto de la justicia no era algo frecuente en ese momento ante el peligro que corrían las vidas de aquellos que se enfrentaban a la mafia. Pronto se quedó solo en su lucha y pasó a ser objetivo prioritario de estas organizaciones criminales.
Así quedó el coche del juez Livatino tras el ataque en el que fue asesinado
Un hombre de fe
Livatino era miembro de Acción Católica y una persona muy creyente. Todas las mañanas antes de ir al juzgado acudía rezar a la iglesia de San José para tratar de “darle alma a la ley”.
Terminó sus estudios de abogacía a los 22 años con las mejores calificaciones. “Hoy he hecho el juramento. Desde hoy estoy en la magistratura. Que Dios me acompañe y me ayude a respetar el juramento y a comportarme en el modo que exige la educación que mis padres impartieron”, escribió en su diario cuando comenzó a trabajar como juez.
En unas jornadas sobre “Fe y Justicia” en las que participó explicaba: “La tarea del magistrado es decidir. Sin embargo, decidir es elegir y, a veces, entre numerosas cosas, caminos o soluciones. Y elegir es una de las cosas más difíciles que el hombre está llamado a hacer. Y es precisamente en esta elección decidir, decidir ordenar, que el magistrado creyente puede encontrar una relación con Dios. Una relación directa, porque hacer justicia es autorrelación, es oración, es dedicación personal a Dios. Una relación indirecta a través del amor de la persona juzgada”.
Rosario Livatino sabía que era objetivo de la mafia y que probablemente fuera asesinado. Pese a ello renunció a la escolta asegurando que no quería que “otros padres paguen por mi causa”. En su diario llegó a escribir: "Veo negro mi futuro. Que Dios me perdone. Que el Señor me proteja y evite que algo malo le pase a mis padres por mi causa".
Su asesinato causó conmoción en Italia, y Juan Pablo II recibió en audiencia a los padres del juez Livatino. En una intervención pública el Papa recordó a la mafia el mandamiento de “no matarás” y calificó al magistrado de “mártir de la justicia”.
Estas palabras las escuchó desde prisión en Sicilia un preso, que escribió una carta a Juan Pablo II arrepintiéndose de lo que había hecho. Se trataba de Gaetano Puzzangaro, uno de los cuatro asesinos del juez. Su testimonio acabaría formando parte de la causa que llevará a Livatino a ser beato.
“Durante 20 años he estado siguiendo un camino espiritual, testifiqué sobre la causa de la beatificación de Livatino porque era un deber. ¡Hoy me mataría en lugar de volver a hacer lo que hice! Y rezo todos los domingos en misa. De lo que más me arrepiento es de no haber tenido coraje de disculparme con sus padres cuando vivían”, explicaba el asesino a un periódico siciliano.
El resto de causas aprobadas por Roma este martes son las siguientes:
- las virtudes heroicas del Siervo de Dios Bernardino Piccinelli (en el siglo: Dino), de la Orden de los Siervos de María, obispo titular de Gaudiaba y auxiliar de Ancona; nacido el 24 de enero de 1905 en Madonna dei Fornelli, pueblo de San Benedetto Val di Sambro (Italia) y fallecido en Ancona (Italia) el 1 de octubre de 1984.
- las virtudes heroicas del Siervo de Dios Antonio Vicente González Suárez, sacerdote diocesano; nacido el 5 de abril de 1817 en Agüimes (España) y fallecido en Las Palmas (España) el 22 de junio de 1851.
- las virtudes heroicas del Siervo de Dios Antonio Seghezzi, sacerdote diocesano; nacido el 25 de agosto de 1906 en Premolo (Italia) y fallecido en Dachau (Alemania) el 21 de mayo de 1945;
- las virtudes heroicas del Siervo de Dios Bernardo Antonini, sacerdote diocesano; nacido el 20 de octubre de 1932 en Cimego (Italia) y fallecido en Karaganda (Kazajstán) el 27 de marzo de 2002.
- las virtudes heroicas del Siervo de Dios Ignác Stuchlý, sacerdote profeso de la Sociedad de San Francisco de Sales; nacido el 14 de diciembre de 1869 en Bolesław (hoy Polonia) y fallecido en Lukov (República Checa) el 17 de enero de 1953.
- las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Rosa Staltari, religiosa profesa de la Congregación de las Hijas de María Santísima Corredentora; nacida el 3 de mayo de 1951 en Antonimina (Italia) y fallecida en Palermo (Italia) el 4 de enero de 1974.