La pequeña república de San Marino, el estado independiente más pequeño de Europa sólo por detrás del Vaticano y Mónaco, ha sido visitada dos veces por los Papas. Juan Pablo II lo hizo en 1982, y ésta era la primera de Benedicto XVI. Será una jornada intensa pastoral y diplomática, que tuvo su momento culminante en la misa ante 22.000 personas (casi el 80% de la población sanmarinense) congregadas en el estadio de Serravalle.

En la homilía, el Papa fue particularmente dramático al recordar a los fieles que la herencia cristiana recibida "sólo se aprecia si se la cultiva y se la enriquece", algo que hay que hacer "en uno de los momentos más decisivos de la historia".

En nuestros tiempos, hemos de enfrentarnso "con profundas y rápidas transformaciones culturales, sociales, económicas o políticas que han determinado nuevas orientaciones y modificado mentalidades, costumbres y sensibilidades".

Se trata de "modelos hedonistas que oscurecen la mente y amenazan con anular toda moralidad. Aparece la tentación de considerar que la riqueza del hombre no es la fe, sino su poder personal y social, su inteligencia, su cultura y su capacidad de manipulación científica, tecnológica y social de la realidad".

Es más, "se ha comenzado a sustituri la fe y los principios cristianos por presuntas riquezas que, en última instancia, se revelan como inconsistentes o incapaces de otorgar la gran promesa de lo verdadero, del bien, de lo bello y de lo justo, que durante siglos vuestros antepasados identificaron con la experiencia de la fe".

En cuanto a la crisis familiar, Benedicto XVI puso el dedo en la llaga con palabras poco complacientes, al considerar que se había agravado "por la difusa fragilidad psicológica y espiritual de los cónyuges" y por "el cansancio de muchos educadores en la obtención de la continuidad formativa en los jóvenes", un cansancio condicionado por la precariedad de los maestros en cuanto a su papel social y sus mismas condiciones de trabajo.