Juan Pablo II lo proclamó mártir en 1997 y lo beatificó en 1998, y Benedicto XVI ha querido hacer una parada especial en la tumba del cardenal Alojzije Stepinac (18981960) para demostrar que no admite la «tutela» ideológica sobre la Iglesia de sus enemigos de siempre.
En 1946 el régimen comunista de José Broz alias Tito le condenó a dieciséis años de cárcel para quitarse de enmedio a un líder natural de los croatas, pueblo fervientemente católico. Los aparatos de propaganda del partido fabricaron entonces la infamia de que el arzobispo de Zagreb había colaborado, durante la ocupación nazi, con la Ustascha, régimen títere de Adolf Hitler.
"Precisamente por su firme conciencia cristiana, supo resistir a todo totalitarismo, haciéndose defensor de los judíos, los ortodoxos y todos los perseguidos en el tiempo de la dictadura nazi y fascista, y después, en el período del comunismo, «abogado» de sus fieles, especialmente de tantos sacerdotes perseguidos y asesinados": así ha sintetizado el Papa Ratzinger este domingo, poco antes de regresar a Roma tras su viaje de dos días a Croacia, la verdad histórica sobre el cardenal.
Sin embargo, las habituales terminales mediáticas del progresismo dentro y fuera de la Iglesia, empezando por las grandes agencias informativas, han aderezado las crónicas del acto con los adjetivos de "polémico" o "controvertido" aplicados al cardenal Stepinac, quien murió fuera de la cárcel pero a consecuencia de una enfermedad contraída en ella.
Se ha tratado, ahora como en 1998 o como en tiempos de la Guerra Fría, de inducir a la Iglesia a avergonzarse de sus hijos más fieles.
Inútilmente, porque Benedicto XVI ha sabido retratar el que los defensores del régimen yugoslavo denominaban socialismo de rostro humano: el martirio de Stepinac, dijo el Papa, "indica el culmen de las violencias cometidas contra la Iglesia durante el terrible periodo de la persecución comunista. Los católicos croatas, y el clero en particular, fueron objeto de vejaciones y abusos sistemáticos, que pretendían destruir la Iglesia católica, comenzando por su más alta autoridad local. Aquel tiempo especialmente duro se caracterizó por una generación de obispos, sacerdotes y religiosos dispuestos a morir por no traicionar a Cristo, a la Iglesia y al Papa. La gente ha visto que los sacerdotes nunca han perdido la fe, la esperanza, la caridad, y así han permanecido siempre unidos. Esta unidad explica lo que humanamente es incomprensible: que un régimen tan duro no haya podido doblegar a la Iglesia".
Y además ha recordado el Papa unas palabras del cardenal Stepinac en una homilía de 1943 como guía necesaria para comprender el papel integral de los católicos en la sociedad: "Uno de los mayores males de nuestro tiempo", proclamó el beato mártir, "es la mediocridad en las cuestiones de fe. No nos hagamos ilusiones… O somos católicos o no lo somos. Si lo somos, es preciso que se manifieste en todos los campos de nuestra vida".
Ése es el mensaje que mejor resume la visita de Benedicto XVI al país balcánico, e incluso todo su Pontificado en lo que se refiere a materias sociales y políticas. Joseph Ratzinger no se pliega ante quienes pretenden decirle a quién honrar siguiendo patrones que ya eran viejos y artificiales cuando cayó el Muro.