Este sábado Benedicto XVI recibió en audiencia a alumnos y superiores del Pontificio Colegio Etíope, institución que desde 1930 acoge a sacerdotes de Etiopía y Eritrea que se forman en las universidades pontificias de Roma. Esta institución tiene la peculiaridad de que es el único colegio pontificio situado dentro de los muros del Vaticano, una razón más que vincula a la sede de Pedro con una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo. Sin embargo en Etiopía hoy hay sólo 500.000 católicos en una población de 75 millones de habitantes, y en Eritrea son 150.000 para una población de 4,5 millones.

Ante la veintena de miembros de esa institución, el Papa evocó la figura del italiano San Justino de Jacobis (18001860), de la Congregación de la Misión, quien fue enviado 1838 como misionero a Abisinia, donde fue nombrado vicario apostólico en 1947. Las relaciones con las autoridades locales y la iglesia copto-ortodoxa no fueron fáciles, y provocaron su encarcelamiento en 1854, por negarse a ser expulsado. Tras ser liberado, continuó un apostolado cuyas huellas aún se perciben allí.

«Trabajó incansablemente para que aquella porción del pueblo de Dios reencontrase el fervor originario de la fe», dijo el Papa de San Justino, elogiando su «pasión educativa, y en particular su dedicación a la formación de sacerdotes».

Como arropando este discurso, hoy mismo L´Osservatore Romano incluía un pequeño reportaje de Lucetta Scaraffia sobre la Iglesia etíope, y mencionaba en particular el impresionante enclave religioso de Lalibela, «construido hace mil años como memoria y síntesis de la tradición cristiana inscrita en la tierra africana», donde el cristianismo arraigó desde los primeros siglos.

De entre todos los inquietantes templos allí construidos, testigos de un tiempo germinal, destaca la iglesia de San Jorge, «un monolito de basalto rosado excavado en la roca y con forma de cruz», como sugiriendo la inserción de aquella comunidad en la misma tierra africana. Tiene quince metros de altura y está tallada en una sola pieza.

Según la tradición, en Lalibela, donde el rey de tal nombre quiso construir una nueva Jerusalén cuando la Ciudad Santa cayó en poder mahometano, se conserva el Arca de la Alianza, en un lugar que nadie puede profanar, a pesar de los miles de visitantes y turistas que recibe la zona cada año. Sin embargo, recientemente el obispo de Addis Abeba, Berhaneyesus Demerew Souraphiel, lamentaba que la pobreza en la que vive el país estaba expulsando a los cristianos hacia países próximos, con conversiones forzadas al islam y división de las familias.

Precisamente para salvar esa identidad cristiana, hay un proyecto de construir en Etiopía una universidad católica, para formar élites católicas que ayuden a sacar al país de la miseria y de la persecución religiosa.