El mensaje de Benedicto XVI para el XIX Día Mundial del Enfermo, instituido por Juan Pablo II para celebrarse en la festividad de la Virgen de Lourdes (11 de febrero), está lleno de sugerencias para quien intente encontrar el sentido de la enfermedad y del dolor.
«Dios no puede padecer, pero puede compadecer», recuerda el Papa citando a San Bernardo. Y añade: «Dios -la Verdad y el Amor en persona- ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. Se hizo hombre para com-padecer con el hombre de forma real, en carne y sangre. De esta forma, a todo sufrimiento humano se incorpora Alguien que comparte el sufrimiento y la paciencia; en todo sufrimiento se difunde la con-solación, la consolación del amor partícipe de Dios para que surja la estrella de la esperanza».
Como testigo de ese padecimiento de Dios con el hombre, Benedicto XVI cita la Sábana Santa: «Aún conservo en el corazón el momento en el que, durante la visita pastoral a Turín, pude detenerme en reflexión y oración ante la Sagrada Sindone, ante ese rostro sufriente que invita a meditar sobre ese Alguien que ha aceptado sobre sí la pasión de los hombres de todo tiempo y lugar: nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados. ¡Cuántos fieles, a lo largo de la Historia, han pasado ante este lienzo mortuorio, que envolvió el cuerpo de un crucificado y se corresponde en todo con lo que transmiten los Evangelios sobre la pasión y muerte de Jesús!».
«Pensando en la cita de Madrid, el próximo agosto de 2011, para la Jornada Mundial de la Juventud», el Papa se acuerda especialmente de los jóvenes que padecen alguna enfermedad, invitándoles a ver en la Cruz «no la negación de la vida, sino todo lo contrario: la Cruz es el Sí de Dios al hombre, la expresión más elevada e intensa de su amor y la fuente de la vida eterna». Y a todos los jóvenes en general les pide reconocer a Jesús «en los pobres, en los enfermos, en quienes sufren y están en dificultades», y a servirLe en ellos.
Y les invita también a ver y encontrar a Jesús en la Eucaristía, citando como especialmente apropiados para los enfermos algunos de los versos de la célebre oración eucarística de San Ignacio de Loyola, los que aquí recogemos en negrita:
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén