En este Mensaje, que será proclamado solemnemente el próximo 1 de enero de 2011, el Papa sienta las bases para una sistematización de sus enseñanzas sobre la “laicidad positiva”, un concepto muy importante en este pontificado, y que ha sido clave en sus viajes a Estados Unidos, Francia e Inglaterra, entre otras intervenciones.
Pero también es un documento de denuncia, especialmente sob re la situación de los cristianos en zonas de Asia y África, así como de la “hostilidad encubierta” en las sociedades occidentales.
Así, el Mensaje comienza, en su primer punto, con un recuerdo especial hacia los cristianos de Iraq, “los recientes sufrimientos de la comunidad cristiana”.
De modo especial, el Papa condena “el vil ataque contra la catedral sirio-católica Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de Bagdad, en la que el 31 de octubre pasado fueron asesinados dos sacerdotes y más de cincuenta fieles, mientras estaban reunidos para la celebración de la Santa Misa”.
“En los días siguientes se han sucedido otros ataques, también a casas privadas, provocando miedo en la comunidad cristiana y el deseo en muchos de sus miembros de emigrar para encontrar mejores condiciones de vida”, denuncia.
También manifiesta su cercanía y la de la Iglesia a los cristianos iraquíes, y agradece las acciones de los Gobiernos “que se esfuerzan por aliviar los sufrimientos de estos hermanos”, mientras pide a todos los católicos “rezar por sus hermanos en la fe, que sufren violencias e intolerancias, y a ser solidarios con ellos”.
El Papa constata “con dolor” que “en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal”.
“Particularmente en Asia y África, las víctimas son principalmente miembros de las minorías religiosas, a los que se les impide profesar libremente o cambiar la propia religión a través de la intimidación y la violación de los derechos, de las libertades fundamentales y de los bienes esenciales, llegando incluso a l a privación de la libertad personal o de la misma vida”.
En otras regiones, sin embargo, “se dan formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos”.
“Son formas que fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de las instituciones, además del riesgo para las nuevas generaciones de perder el contacto con el precioso patrimonio espiritual de sus países”.
Los cristianos, añade, “son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa”.
“Todo esto no se puede aceptar, por que constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral”, denuncia.
“Negar o limitar de manera arbitraria” la libertad religiosa, así como “oscurecer el papel público de la religión”, supone “generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana”.
El Papa concluye su mensaje dirigiéndose a las comunidades cristianas que sufren “persecuciones, discriminaciones, actos de violencia e intolerancia, en particular en Asia, en África, en Oriente Medio y especialmente en Tierra Santa”.
Mientras pide “a todos los responsables que actúen prontamente para poner fin a todo atropello contra los cristianos que viven en esas regiones, insta también a los fieles a que “no se desanimen ante las adversidades actuales, porque el testimonio del Evangelio es y será siempre un signo de contradicción”.
Por ello les recuerda el “compromiso de indulgencia y de perdón que hemos adquirido, y que invocamos en el Padrenuestro”.
“La violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya siempre acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor de Dios”, les invita.
Por último expresa su deseo de que “en Occidente, especialmente en Europa, cesen la hostilidad y los prejuicios contra los cristianos, por el simple hecho de que intentan orientar su vida en coherencia con los valores y principios contenidos en el Evangelio”.
“Que Europa sepa más bien reconciliarse con sus propias raíces cristianas, que son fundamentales para comprender el papel que ha tenido, que tiene y que quiere tener en la historia; de esta manera, sabrá experimentar la justicia, la concordia y la paz, cultivando un sincero diálogo con todos los pueblos”, concluye.