El 18 de noviembre sale a la venta en las librerías italianas la nueva edición ampliada de las memorias del cardenal Giacomo Biffi, de 82 años de edad, milanés, arzobispo de Boloña desde 1984 hasta el 2003 y famoso por su estilo directo, claro y nada "políticamente correcto". La primera edición se publicó en 2007, coincidiendo con la Cuaresma en la que Biffi predicó los ejercicios espirituales a la Curia por encargo de Benedicto XVI.

Esta edición tiene casi cien páginas más, en las que se incluye un recuerdo de 1938 (en las páginas 360 a 362), cuando él tenía 10 años, y la Iglesia combatía las doctrinas racistas de los nazis en Alemania y, en este caso, de los fascistas italianos, que amenazaban con cerrar el diario católico "L´Italia" por difundir los sermones antirracistas del cardenal Schuster en Milán (hoy es beato de la Iglesia Católica)..

El cardenal Biffi lo explica así:

El 4 de noviembre de 1988 los judíos de Boloña pensaron que era su obligación hacer una conmemoración pública, en el 50º aniversario, de las infames y vergonzosas leyes antisemitas de 1938. Con toda el alma y con pleno convencimiento he querido manifestar en esa ocasión, en nombre de toda la Iglesia de la ciudad mi total adhesión, asegurando la presencia personal en el rito conmemorativo en la sede de la sinagoga, donde he sido recibido con viva cordialidad y he tomado parte en la oración.

En esa circunstancia me volvieron a la mente los hechos de ese lejano 1938, que ya entonces me habían golpeado particularmente, si bien no tenía en ese entonces ni siquiera once años de edad.

En esos días, las normas antijudías – precedidas por diferentes publicaciones sobre la “raza”, de naturaleza pseudocientífica, avaladas si no directamente encargadas por el régimen – llovieron varias veces sobre la atónita nación italiana.

Por citar sólo aquéllas de las que tengo alguna noticia, el 1° de septiembre un decreto-ley del consejo de ministros comenzó a prohibir a los extranjeros de origen judío la residencia estable en nuestro territorio.

El 2 de septiembre otro decreto-ley despojó, en todas las escuelas del reino, de todo orden y grado a los docentes y a los alumnos de raza judía.

El 10 de noviembre, siempre con un decreto-ley, se excluyó a los judíos de todo empleo en la administración pública, en los entes paraestatales y en las administraciones municipales. Y no estábamos sino en el comienzo de las vejaciones, que luego se hicieron cada vez más punzantes y devastadoras.

Nuestro pueblo, golpeado por sorpresa, estaba desorientado y asustado, cuando imprevistamente se elevó en Milán una voz – era la primera y fue la única – que tuvo la valentía de tomar abiertamente distancia de tanta locura.

El 13 de noviembre, desde el púlpito del Duomo de Milán, el cardenal Schuster pronunció una homilía por el comienzo del Adviento ambrosiano, la que desde las primeras palabras, en vez de recordar el contexto litúrgico, afrontó inmediatamente el argumento que más lo preocupaba:

«Ha nacido en el exterior y se propaga de a poco por todas partes una especie de herejía, que no solamente atenta contra los fundamentos sobrenaturales de la Iglesia Católica sino que, al materializar en la sangre humana los conceptos espirituales de individuo, de nación y de patria, niega a la humanidad cualquier otro valor espiritual, constituyendo así un peligro internacional no menor al del mismo bolchevismo. Es el llamado racismo».

Es difícil hoy darse cuenta de la impresión suscitada por esas palabras de crítica frente al pensamiento y comportamiento de un gobierno que, durante décadas, no toleraba ni siquiera la más tenue expresión disonante.

Esas palabras no quedaron confinadas dentro de la solemne atmósfera de una catedral llena de gente: fueron publicadas en la "Rivista Diocesana Milanese" y, dos días después que fueron pronunciadas, fueron divulgadas por "L’Italia", el diario católico que se entregaba en nuestras casas.

En Roma, desde los ambientes fascistas, se comenzó a pedir una retractación o al menos un cambio evidente de orientación del diario, con la amenaza (en caso contrario) de una clausura inapelable.

Pero el cardenal no fue abandonado a su suerte. De parte del Papa llegó un mensaje con la firma del secretario, monseñor Carlo Confalonieri: «El Santo Padre exhorta al cardenal de Milán que sostenga con valentía la doctrina católica, porque no se puede ceder en este punto, ni el diario "L’Italia" tampoco puede cambiar su orientación. “Aut sit ut est, aut non sit” [O de este modo, o nada]. En caso que fuese obligado a cesar las publicaciones, que se pasen a “L´Osservatore Romano” los nombres de los suscriptores».

La última frase nos recuerda que Pío XI no abandonó jamás su “capacidad de tomar decisiones concretas, típica de los milaneses”, ni siquiera en los momentos más decisivos y dramáticos de su actuación pontificia.

Yo era solamente un chico, pero a partir de esa experiencia comprendí qué ventura “laica” y racional es, cuando sobreviene la hora de la general timidez y del conformismo condescendiente, la presencia en nuestro país de la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad (cf. 1Tm 3, 15).

Pero ha habido alguien que recientemente en Italia (desde la cima de uno de los máximos cargos del Estado), en una intervención pública totalmente inmotivada, ha hablado de un deplorable silencio de la Iglesia en esas circunstancias. Ciertamente, al ser él del año 1952, tiene el atenuante de no haber nacido en esa época, pero tiene el agravante de haber querido, no obstante ello, de hablar a fondo del tema, revelando al mismo tiempo sus preconceptos gratuitos y su particular desinformación.