Santa Teresa del Niño Jesús, virgen carmelita. 1 de octubre.
En Francia, la rebelde hija de la Iglesia, y durante la segunda mitad del siglo XIX aparecería una de las santas "más grandes de los tiempos modernos" tal y como la describiría el papa Pío XI; y es que su presencia en esta época histórica realmente se puede valorar como una palabra de Dios para el cristianismo que comenzaba a resurgir en Francia. Un cristianismo ahogado y reinterpretado por la corriente jansenista, que negaba la posibilidad de todos a la comprensión y experiencia de la gracia divina y la reservaba para algunos pocos escogidos, o más bien, "predestinados". Este don de Dios para la Iglesia, al que el mundo luego conocería como Santa Teresita, llegaría para romper todos aquellos esquemas y de manera increíble, arrebatar a Dios de esas elites teológicas y esparcirlo por el mundo como mana del cielo, alimento para todos y padre común, muy al estilo del evangelio, acomodado para los pequeños y humildes, y además incendiado con un amor casi seráfico.
María Francisca Teresa Martin Guerin (como fue bautizada) nació el 2 de enero de 1873 en Alençon, provincia de Normandía, Francia, en el hogar de San Luis Martin (29 de julio, 12 de julio) y Santa Celia Guerin (28 de agosto, 12 de julio). Es la novena y última hija del matrimonio Martin. De su unión ya habían nacido previamente cinco niñas: María, Paulina, Leonie, Celina y otros cuatro hijos que murieron a muy temprana edad. Es bautizada en la iglesia de nuestra señora (hoy basílica menor) el 4 de enero de ese año. Sirven como padrinos, su hermana María y Paul Boul, hijo de un amigo de la familia. En sus primeros meses de vida experimenta el primer toque de la enfermedad y su madre, que ya se encuentra muy angustiada después de perder a cuatro de sus hijos en circunstancias similares, decide enviarla al campo, a unos ocho kilómetros de Alençon. Allí la niña empezaría a recobrar la salud paulatinamente y gracias a los cuidados de Rosa Taillè, su nodriza. Cuando ya se encuentra del todo mejor regresa a la casa de sus padres.
Sus primeros cuatro años están marcados por la alegría e inocencia propia de un cálido ambiente familiar. En el hogar de los Martin se respira cariño, respeto, sentido del deber y un profundo y coherente sentimiento religioso, todo en su justa medida. Es por el ejemplo de sus padres y hermanas de quien Teresa aprende a buscar asiduamente a Dios y luego a querer llevarlo a los demás. Como la benjamina de la casa que era, es rodeada de manera especial por el cariño, mimos y regalos de sus hermanas y de entre ellas ve a Celina, solo tres años y medio mayor que ella, como su compañera de juegos. Por su parte, los padres la llenan de bellos recuerdos de excursiones dominicales al campo, y es que entre ellos el domingo siempre se solemnizó por ser el día del Señor, el día en que se celebraba de manera especial la presencia de Cristo en torno a la familia.
Este periodo, que luego Teresa describiría como uno de los más felices de su vida, termino abruptamente con el fallecimiento de su madre, el 28 de agosto de 1877, a causa de un tumor en el pecho. Santa Celia había dejado a sus hijas el testimonio de una mujer virtuosa y de fe inquebrantable, que oró con fe para afrontar la voluntad de Dios y pensó en el futuro de sus hijas, todas aun muy jóvenes como para casarse, y las encargo al cuidado de la esposa de su hermano, Isidoro Guerin, quienes se habían establecido en Lisieux, ciudad de la baja Normandía. Después de los funerales de su esposa, y considerando el encargo que esta le hizo a su cuñada, Luis decide mudarse junto a toda su familia a Lisieux. Allí son recibidos por la familia Guerin y se establecen en una casa acomodada, rodeada por arbustos y algo distante del centro de la ciudad, llamada Les Buissonnets. En esta propiedad Teresa viviría los próximos diez años y por aquellos corredores, habitaciones y jardines, su alma se iría ennobleciendo y disponiendo para afrontar la voluntad de Dios, siempre rodeada por el cariño de sus familiares, en especial de su padre, que la llevaba consigo cada tarde a dar pequeños paseos por la ciudad y a visitar las diferentes iglesias y capillas, ella para él era su reinecita y él para ella su rey querido.
En este nuevo hogar, carente de la presencia materna, las hijas mayores son las que se encargan de suplir el papel de la madre. Paulina, de manera especial, acoge a Teresa como su hijita y comienza a prepararla intelectual y espiritualmente, impartiéndole clases en casa. La niña, que aunque ha dejado su temperamento risueño y alegre por uno un poco más serio, aprende con increíble rapidez sus lecciones. Es tanto su adelanto que en poco tiempo queda lista para comenzar oficialmente sus estudios y a la edad de ocho años Teresa ingresa como semi-interna al colegio/abadía de las benedictinas de Lisieux. Al contrario de lo que todos esperaban, para Teresa el periodo en la abadía se convertiría en uno de los más amargos de su vida, pues aunque era una niña aplicada, al chocar con un ambiente nuevo y completamente distinto, en el que no estaba protegida por sus familiares y se encontraba a la merced de sus compañeras, niñas de sentimientos muy distintos a los suyos, la experiencia se le hacía insufrible. Solo la compañía de Leonie y Celina, la consolaba, pero cuando sus hermanas no estaban cerca prefería quedarse sola o refugiarse en la capilla del colegio, donde hablaba con el único que en aquel lugar le era familiar: Jesús eucaristía.
En los próximos meses, aunque se gana el cariño de sus maestras y de las religiosas, el ambiente no cambia en lo absoluto e incluso empeora cuando recibe la noticia de la decisión de Paulina, su segunda madre, de seguir su vocación al Carmelo, siendo la primera de las Martin en optar por el claustro. A pesar de las palabras de ánimo de su hermana, Teresa queda desconsolada y en octubre de 1882 va a despedir a su hermana, junto al resto de la familia, en la clausura de las carmelitas descalzas de Lisieux. El ambiente en la abadía mezclado con el terrible vacio que dejo Paulina en casa hacen que la salud de Teresita decaiga considerablemente. Logra resistir un poco para poder estar presente en la toma de habito de su hermana en abril de 1883, pero apenas terminada la ceremonia la enfermedad recrudece hasta dejarla postrada de gravedad en cama, sufriendo de temblores nerviosos, crisis de terror y alucinaciones. Varias semanas de incertidumbre y preocupación serian vividas por la familia Martin, que no se despegaba de la cama de la pequeña Teresa. Al mismo tiempo oraban fervientemente por la curación que ningún médico de la tierra podría alcanzar. Luis manda a pagar algunas misas por la curación de su pequeña en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias en Paris y en la fiesta de Pentecostés de ese año, 13 de mayo de 1883, Teresita recobra milagrosamente la salud y expresa llena de alegría y seguridad que ha sido una gracia de la madre de Dios, pues fue al ver la radiante sonrisa de la imagen de la virgen María que se había puesto junto a su cama, que ha sentido su curación.
Aunque se encuentra ya completamente restablecida en el cuerpo, ahora parece empieza a sufrir dolores en el alma, pues la tentación de los escrúpulos y el dudar de la gravedad de su enfermedad y la intervención milagrosa de la virgen la hacen sufrir en silencio. Este periodo de nubes oscuras solo se vería eclipsado durante la fervorosa preparación para su primera comunión y la celebración del sacramento, el 8 de mayo de 1884, que la inundarían de celestial alegría y la marcaría en los años venideros. En junio de ese mismo año recibe el sacramento de la confirmación y de inmediato empieza a avivarse fuertemente en ella un gran deseo de sufrir por amor y de desprenderse del todo de los gozos de la tierra y abrazar por completo los tesoros del cielo. Junto a estos nuevos ímpetus Teresa sigue luchando contra sus terribles escrúpulos, que parecen no querer dejarla. Solo encuentra remedio al confiar las preocupaciones de su alma a su hermana María, "su madrinita", quien la ira guiando, evitándole el dejarse castigar mucho por ella misma. Aun con los avances que logra con la ayuda de su hermana como nuevo confesor, Teresa se hace cada vez más sensible hasta casi tornarse insoportable, bastaría separarla solo unos días de María para que hasta su salud se viera afectada. Sería muy difícil decir lo mucho que le dolería el enterarse por aquellas épocas del deseo de su madrinita de seguir a Paulina en su vocación al Carmelo.
En octubre de 1886 Leonie ingresa al postulantado de las Clarisas de Alençon y María es recibida en el Carmelo de Lisieux. La familia Martin, antes tan numerosa se ve ahora reducida a Luis y sus dos hijas menores. Teresa por su parte, al quedar desolada al perder por tercera vez a su figura materna, no encuentra otro alivio que suplicar al cielo y al pedir la intercesión de sus hermanitos fallecidos es liberada de los escrúpulos que la hacían sufrir, aunque aun tendrá que luchar contra su terrible sensibilidad.
Su última y gran conversión llegaría en la noche de navidad de aquel año. Después de llegar a casa de la misa de gallo, Teresa tiene una crisis emocional al no encontrar los tradicionales regalos junto a la chimenea y al percibir cierto fastidio de parte de su padre por su comportamiento infantil. Sube corriendo las escaleras hecha un mar de lágrimas pero cuando cree que su rabieta va a llegar al clímax siente la intensidad de la gracia interrumpiendo su llanto, haciendo que por fin deje atrás su exagerada sensibilidad y la dispone para emprender de una vez por todas su carrera de gigantes. Su padre y hermana quedan muy sorprendidos al ver regresar tan pronto a Teresa, ya del todo tranquila, sonriente y en paz. No imaginarían el gran milagro que Jesús obro en ella aquella noche bendita cuando él, el fuerte, se hizo débil por nuestro amor.
Después de esta noche para Teresa comenzaría lo que ella llamaría el periodo de su vida "más hermoso y más lleno de gracias del cielo". Los próximos meses crecería en estatura y sobretodo en gracia y aunque acaba de cumplir los 14 años cada día se encuentra más segura en que Cristo ha puesto los ojos en ella por un motivo en particular, al experimentar los frutos de la gracia en su alma entiende que él la desea para sí de manera especial. Ahora que ha superado las distracciones de su extrema sensibilidad y apego a las criaturas, entiende que se ha convertido en un abismo hambriento del amor de Dios y sabe que solo hay un lugar donde tanto amor puede ser colmado: El Carmelo.
Al ser tan joven sus ímpetus de abrazar la vida religiosa tendrían que ser calmados, al menos por un tiempo, permaneciendo en la casa paterna, pero su dimensión apostólica y la necesidad de ganar almas para el cielo le hicieron imposible quedarse de brazos cruzados. De Paris llegan las temibles noticias de Henri Pranzini, un hombre que había sido condenado a la pena capital al encontrarlo culpable del brutal asesinato de tres mujeres en aquella ciudad. Las fotografías de los cadáveres junto a la del asesino aparecen en la primera plana de varios periódicos y la historia conmociona a toda Francia. Teresa se encuentra con la historia de Pranzini, y así como estaba, toda necesitada de exaltar el amor y la misericordia de Dios, decide adoptarlo como "su primer hijo", se propone fulminar el cielo con plegarias para alcanzar su conversión o al menos un pequeño acto de arrepentimiento. En agosto de 1887, cuando las ultimas noticias de Pranzini aparecen en los periódicos, Teresa no podría sentirse más segura de lo que sentía en su corazón. Al leer que aunque Pranzini negó confesarse, besó un crucifijo tres veces antes de subir a la guillotina, sintió que lo había logrado: Dios había tenido misericordia de aquel asesino, sus oraciones fueron escuchadas y ahora el cielo era el límite.
Sintiendo tan profundamente la voluntad divina sobre ella, se decide por completo a confesarle sus intenciones de entrar al carmelo a su padre. En la tarde del día de pentecostés de 1887, Teresita y su padre se reúnen en el jardín de Les Buissonnets y allí ella abre del todo su corazón. Aunque su padre duda un poco al principio, al verla tan joven y sabiendo lo difícil que le fue despegarse de sus dos hermanas mayores que ya eran carmelitas, se termino por convencer al reconocer en las palabras de la más joven de sus hijas un autentico deseo de entregar la vida al Señor. Poco tiempo después, en una de sus cartas, Luis explicaría a sus amigos lo muy bendecido que se sentía al entregar a todas sus hijas a Dios, incluso a la más joven entre ellas. Teresa ya tenía la bendición de su padre, pero solo esa, pues aunque la comunidad del carmelo de Lisieux ya estaba enterada de sus intenciones y le daban su apoyo, eso era todo. Ni su tío Isidoro Guerin, el hermano de su madre y que, junto a Luis, tenía cierta autoridad sobre sus sobrinas, ni los superiores del monasterio veían con buenos ojos su ingreso. Hasta el obispo de Bayeux (responsable por la diócesis de Lisieux) no había aceptado su petición, después de que su padre y ella le hicieran una visita. Al sentir tantas negativas hacia su vocación Teresa no puede dejar de sentirse abatida, pero aun en paz, pues sabe que solo busca la voluntad de Dios.
Aunque el superior del carmelo sigue oponiéndose, su tío, después de escucharla una vez más, cambia de opinión y se convence de la legitimidad de su vocación. Poco después de su encuentro con el obispo de Bayeux, en noviembre de 1887, Teresa, Luis y Celina se unen a una peregrinación francesa con rumbo a Roma, para celebrar las bodas de oro sacerdotales del Papa León XIII. Una de las primeras paradas de la peregrinación seria París, allí la familia Martin visitaría el santuario de Nuestra Señora de las Victorias y en este lugar, a los pies de María santísima, Teresa seria liberada de todas las dudas que conservara sobre la naturaleza sobrenatural de su curación en 1883. El viaje a Roma sería de casi un mes de duración, pasando por varias ciudades italianas que eran punto de frecuente peregrinación, como Asís o Loreto, hasta llegar por fin a la ciudad eterna y participar allí en una audiencia privada con el Sumo Pontífice. Teresa se había estado armando de valor durante todo el recorrido, pidiendo la intercesión de los santos, para ella misma pedirle al santo padre su bendición para entrar al convento siendo tan joven.
El 20 de noviembre de aquel año, la peregrinación francesa se encuentra con el Papa en la basílica vaticana, entre ellos, nuestra santa. Aunque se había indicado no dirigirle la palabra al Papa por su desgaste físico, Teresa lo apuesta todo y se arroja al regazo del pontífice con lagrimas en los ojos pidiendo su ingreso al carmelo. León XIII la exhorta a confiar en la voluntad de Dios y seguir en obediencia a los superiores, pero eso es todo. Teresita es casi arrebatada de la presencia del Papa por dos guardias suizos y así termina su encuentro, luego regresaría a Francia, con el corazón en pedazos y en las semanas venideras sufriría fuertes pruebas hacia su fe.
Aún con la profunda decepción después del viaje a Roma, Teresita y su familia, tanto fuera como dentro del convento no se rinden y siguen buscando los medios para que ingrese lo antes posible como postulante. Todos esperaban verla en la puerta del claustro para antes de navidad pero la aprobación del obispo de Bayeux no llegaría sino hasta el 28 de diciembre y a Teresa se le informaría el 1 de enero de 1888. Una alegría inmensa la desborda al saber las buenas nuevas, pero aun tendría que esperar algunos meses, pues por recomendación de la hermana Inés de Jesús (Paulina), su entrada se prolongaría hasta la Pascua de ese año. El 9 de abril de 1888, a solo unos meses de haber cumplido los 15 años, Teresa Martin es acompañada por toda su familia al Carmelo de Lisieux. Allí, junto a la puerta de la clausura se daría la tierna pero sentida despedida entre Teresa y su padre, quien como un nuevo Abraham subía de nuevo a este monte para inmolar a otra de sus hijas, sin saber que pocos meses después, la última de ellas, Celina, también le confesaría su deseo de ingresar al Carmelo.
Teresa es recibida con entusiasmo por sus hermanas y el resto de la comunidad, pero los superiores no pueden ver en ella más que a una niña caprichosa que opto por una vida que no sabe si será digna de llevar. La puerta se cierra y Teresa sella allí mismo su destino para siempre. Todo en aquel lugar le parece hermoso y fascinante, pero en especial la gran austeridad de su celda, para ella no podría haber mejor desierto donde cosechar flores para Dios. Aquellos primeros meses en el monasterio también serian tocados por el sufrimiento al enterarse de la progresiva desmejoría en la salud mental de su padre. Estas angustias tendrían su descanso en enero de 1889 cuando se da su toma de hábito. Esta importante celebración la había encontrado con fuertes dudas sobre su vocación, pero al llegar el gran día no puede sino sentir alegría y belleza en todos lados, en el claustro, que su esposo se digno vestir con manto de nieve para festejarla y en su padre, que al estar un poco mejor, esperaba para verla vestida de novia ingresar a la capilla. Después de la ceremonia Teresa ingresaría al monasterio ya vistiendo el hábito de nuestra señora y allí, en la portería, la esperaba la imagen del niño Jesús con vestido rosa, que a ella tanto le encantaba y a quien había decidido poner en su nuevo nombre de religiosa junto a su devoción personal de la pasión de Cristo, de ahí en adelante seria conocida como Sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Con esta ceremonia se daba por iniciado su año de noviciado, al final de este realizaría su profesión solemne puesto que en aquel tiempo no existía las profesiones temporales.
Para Teresa el período del noviciado en el exterior sería vivido con mucha paz, alegría y diligencia, pero en el interior estaría repleto de pruebas, sufrimientos y angustias. La enfermedad de su padre regresaría más fuerte que antes, sus capacidades mentales se verían rápidamente disminuidas y pronto el Sr. Martin se volvería un peligro hasta para el mismo por lo cual se decide internarlo en una casa de salud, donde Celina y Leonie, que había desistido de su vocación de clarisa, lo cuidaban día y noche. Teresa realizaría con profunda fe y en espíritu de total abandono su profesión solemne el 8 de septiembre de 1890. Ella ofrece el dolor por la ausencia de su padre en la ceremonia y no le pide más a Jesús que: "la paz y también el amor, un amor infinito, y sin más fronteras que él mismo".
En los meses siguientes, y ya siendo parte oficial de la comunidad, Teresa encuentra luz del cielo para los primeros años de su vida contemplativa en la lectura asidua de las sagradas escrituras, en especial de los evangelios y los escritos de San Juan de la Cruz (14 de diciembre y 21 de mayo, la Traslación), a quien toma por maestro en la disciplina del deshacimiento interior. Así mismo empieza a mover una provechosa correspondencia con sus hermanas en el exterior, en quienes percibe con claridad el mismo llamado que Jesús le ha hecho a ella y que está dispuesta a cuidar por ellas con los afanes de una madre por sus hijas. En diciembre de ese año, la llegada del invierno es acompañada por una temible gripa que contagia a casi todo el monasterio y en menos de unos días se cobra la vida de tres hermanas. Solo tres religiosas permanecen sanas y en pie para atender las necesidades de las demás y cuidar del monasterio, entre ellas Teresa, que después de esta gran prueba termina por desvanecer cualquier duda de sus superiores hacia su persona al ver lo diligente y responsable de su comportamiento.
En 1893 Sor Inés de Jesús es elegida priora y con esto se empieza a hacer campo a Celina, que aunque cuida de su padre, no pierde su esperanza de entrar al Carmelo. Un año más tarde Luis Martin muere, el 29 de julio de 1894, rodeado de sus hijas y familiares queridos y al Carmelo no llegan más que palabras de felicitación para sus hijas, de sacerdotes y amigos que ven en el Sr. Martin un candidato seguro a los altares. Celina ingresa al Carmelo seis semanas después, aun después de presentarse cierto malestar entre el resto de la comunidad que no veía con buenos ojos que tantas de la misma familia escogieran el mismo monasterio para entregarse a la vida religiosa. Teresa logra conquistar el corazón de las hermanas más reacias con oraciones y su cándida personalidad, a la que parece que ni Dios puede negarse. Durante el priorato de su hermana Paulina, la espiritualidad de Teresita comienza a asentarse y robustecerse rápidamente y su doctrina comienza a tomar forma.
Al término del mandato de Sor Inés y el regreso como priora de la Madre María de Gonzaga, esta, por consejo de Paulina le pide a Teresa que deje por escrito sus memorias autobiográficas, memorias que terminaría apenas unos meses antes de su muerte y que nuestra santa creyó que nunca traspasarían los limites el convento, pero que no mucho después se esparcirían con el viento por toda Francia, Europa y el mundo, atrayendo a cientos de peregrinos que querían venerar y recorrer los mismos caminos que la "santita" de Lisieux.
Junto a su biografía, Teresa prosigue un amplio trabajo epistolar para con sus familiares y hermanas de comunidad a par de varias oraciones, poesías y hasta algunas piezas teatrales que fueron presentadas durante fechas especiales ante la comunidad. Una de sus inspiraciones favoritas fue otra santa, con la que llegará a compartir el patronato sobre Francia: Santa Juana de Arco (30 de mayo) a quien Teresita se encargaría de interpretar, guardándose para sí el mismo ardor de la doncella de Orleans, buscando encender el mundo con el amor del Dios que siempre buscaba servirse de vírgenes para hacerlas sus testigos. Junto a su labor de escritora y poeta, en la comunidad fue encargada en oficios tales como sacristana, pintora y encargada de la ropería. Se ve profundamente estremecida en su interior al encontrar pasajes en la escritura que la invita a lanzarse a Dios con la confianza de los niños, específicamente en el libro de los proverbios (9,4) y el libro de Isaías (66, 12-13).
A raíz de sus meditaciones y la lectura de la carta de San Pablo a los Corintios encuentra no solo la clave de su vocación: El amor! Un amor incendiario que lo consume todo en todos y por el cual ella sería capaz de unir la austeridad y anonimato de su vida a las obras apostólicas mas temerarias, sino que también siente definido su camino de unión total con Cristo, o mejor dicho "caminito". Una vía sencilla, corta y que cualquiera puede seguir. Tan apta para todos que más tarde conmocionaría a fieles de todas las naciones y épocas, fieles que reconocerían en su doctrina una sabiduría inspirada y que terminarían por pedir a la Iglesia que incluyera su nombre en la lista de los grandes pedagogos de la Fe.
En junio de 1895, en fiesta de la Santísima trinidad, Teresa, primero de manera personal y luego acompañada por su hermana Celina, profesa "el acto de entrega como holocausto al amor misericordioso de Dios". Una consagración, un compendio detallado y esmerado para expresar las profundas aspiraciones de Teresa para con su Dios. Allí pone toda su alma y corazón, su necesidad inmensa de verlo conocido y amado por todos y su entrega total, un abandono tal que la empuja a ser un cordero que salte al fuego devorador antes de que si quiera sea sacrificado. Unas semanas más tarde en efecto, mientras meditaba en la capilla los pasos de la pasión de Cristo, se vio herida en el pecho por un fuego divino. De esta gracia solo sus superioras se verían enteradas.
En 1896 es reelegida priora la madre María de Gonzaga y ella le permite a Teresa empezar a tener correspondencia con un joven seminarista, próximo a ordenarse, el abate Bellière, quien se convertiría en el primero de sus hermanos sacerdotes, poco después también acogería como tal al padre Roulland. Además de esto, también la priora, convencida de las cualidades excepcionales que Teresita tenía como religiosa, le encarga el delicado cargo de maestra de novicias. La santa, de 23 años, se siente profundamente indigna para servir en tal labor, pero la llevaría adelante con humildad y paciencia hasta que las fuerzas la abandonasen. En el triduo pascual de ese año, exactamente entre la madrugada del jueves y el viernes santo, Teresa experimenta una hemoptisis, señal innegable de la terrible tuberculosis, a la que ella recibe sin una gota de miedo o preocupación más que con alegría y agradecimiento por sentir comenzar su calvario el día en que Cristo moría en la cruz. El resto de ese año logra hacer convivir la rapidez con que la enfermedad la consume con la vida silenciosa en medio de la comunidad, hasta abril de 1897, cuando la tuberculosis se recrudece a tal punto que ya no se le permite seguir el ritmo de las demás religiosas.
Junto al progreso de la enfermedad que poco a poco la acerca al encuentro con el amado, Teresa, por el contrario se siente progresivamente cada vez mas lejos del cielo hasta llegar a ser rodeada de unas profundas tinieblas espirituales que la sumergen en lo que su padre, san Juan de la Cruz, llamaba la noche oscura o noche de la fe. Ahora para ella levantar su alma a lo divino, a las delicias del cielo, es imposible y cualquier consuelo espiritual para ayudarla a llevar su progresiva des mejoría le es negado. Pensar en lo de arriba le causa un profundo dolor y hasta llega a sentirse aterrada de lo voraces de sus dudas acerca de Dios y la eternidad, tanto que se niega a ponerlas por escrito para no escandalizar a nadie con sus blasfemias. Solo Dios sabría la terrible batalla dentro de ella porque si, Teresa luchaba! Y en medio del fuego, sin saberlo, su alma se purificaba para pronto adornar el cielo. Un cielo que con dificultad podía creer como cierto.
En junio de 1897, Teresa es trasladada a la enfermería del Carmelo, allí, ya en brazos de su hermana Paulina e incapaz de sostener una pluma por sí sola, la santa escribirá sus últimas cartas dirigidas a sus hermanas de comunidad, algunos familiares y sus hermanos sacerdotes, que por la época ya se encontraban de misión por Asia. Por su parte, sus hermanas empiezan a recoger con esmero los últimos pensamientos y palabras de la santa en unos cuadernillos, que años después serian publicados bajo el título de "Últimas Conversaciones".
Sus últimas semanas las pasa en medio de profundos dolores, que ahora ya no solo ofrece en silencio, sino que es incapaz de poner en palabras por su extrema debilidad. Antes de que entrara en el silencio, promete a sus hermanas que si llega al cielo no descansara ni un día, que trabajaría por la salvación de las almas hasta que el número de los bienaventurados estuviera completo y junto a esto les deja también la promesa de su segura intercesión, que ella expresa en el símbolo de una lluvia de rosas que enviaría desde el cielo. Cuando le preguntan que como deben invocarla para recibir su ayuda ella responde: "La petite Thérèse" (Teresita). Su última oración escrita se la dedica a su reina y madre, pero más madre, la virgen María.
Recibe con dificultad los últimos sacramentos y en la tarde-noche del 30 de septiembre de 1897, después de ser consumida por una terrible agonía, Teresa, rodeada por toda la comunidad pronuncia sus últimas palabras: "Oh si, le amo, Dios mío, te amo!" Entra en un breve éxtasis que dura por el espacio de un credo, luego se recuesta apaciblemente en la almohada y entrega su espíritu. Tenía 24 años y 9 de vida religiosa. Es sepultada cuatro días después en la parcela de las carmelitas en el cementerio de Lisieux. A su funeral no habían asistido más que algunos amigos y familiares, encabezados por su hermana Leonie que ya confiada de la intercesión de su hermana se decide ingresar de manera definitiva a la visitación de Caen, donde muere ya en su ancianidad con aroma de santidad.
Exactamente un año después de su muerte su autobiografía es publicada bajo el titulo "Historia de un alma". De inmediato se convierte en una sensación y cientos de peregrinos empiezan a llegar a Lisieux, buscando su tumba, pidiendo y dando gracias por los milagros recibidos al invocarla. En 1914 es finalmente introducida su causa de beatificación, después de escuchar los ruegos de sus cientos de devotos. Sus hermanas de sangre, todas en la vida religiosa, son las primeras en presentar sus testimonios ante el tribunal eclesiástico. En 1921 son reconocidas sus virtudes heroicas y en 1923, unos meses antes de su beatificación, los restos, pronto reliquias, de Teresa regresan al Carmelo. El ataúd es acompañado por voces de júbilo, en medio de una gran procesión que anunciaba el "huracán de gloria" que pronto se desembocaría en toda la Iglesia.
Después ser presentados y corroborados los respectivos milagros para la necesidad, sor Teresa del niño Jesús y de la santa faz es beatificada el 29 de abril de 1923 y canonizada el 17 de mayo de 1925, en ambas ocasiones por el Papa Pío XI, que nunca escondió su fervorosa devoción por la santa de Lisieux. Para la última de estas dos celebraciones la basílica de San Pedro es adornada con cientos de cirios, que de noche anuncian a la ciudad y al mundo el gozo por la nueva santa. En Lisieux y el resto de Francia las celebraciones no son menos y ya se habla sobre la construcción de una imponente basílica en su honor, templo que sería consagrado en 1951 y terminado en 1954.
En 1927, Pío XI la declara patrona universal de las misiones, junto al gran evangelizador de Asia, San Francisco Javier (3 de diciembre) y Pío XII la declara co-patrona de Francia en 1944. Finalmente es proclamada Doctora de la Iglesia Universal por el papa San Juan Pablo II (22 de octubre) el 19 de octubre de 1997, durante las celebraciones por el primer centenario de su muerte. Con ello la convirtió en la más joven entre los santos que llevan este título y la tercera mujer, después de Santa Teresa de Jesús (15 de octubre, 26 de agosto, la Trasverberación, y 13 de julio, la Traslación) y Santa Catalina de Siena (29 de abril y 1 de abril, la Impresión de las Llagas).
Fuentes:
-"Historia de un alma". Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Laicos carmelitas descalzos de Colombia, Medellín, Colombia, 2015.
-"Santa Teresa de Lisieux". Obras completas. Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2010.
Jhonatan Alarcón.
A 1 de octubre además se celebra a:
Santa Sidonia de Georgia, virgen.
San Suliau de Bretaña, abad.
San Remigio, obispo.