Columbano (Columkille en su lengua) nació a inicios del siglo VI, en Gartan, Donegal. Fue descendiente de una de las grandes familias reales de Irlanda, incluso él mismo podría haber reinado. Su madre pertenecía a la familia reinante de Leinster. Estando su madre embarazada tuvo una visión en la cual un ángel le presentaba un velo cubierto de flores, el cubría llanuras, ríos, y montañas. Entonces el ángel le dijo: "serás madre de un hijo que florecerá para los cielos, será contado entre los profetas de Dios, y conducirá a innumerables almas al cielo". Columbano estudió en las mejores escuelas monásticas del momento, donde se formaban el clero y los príncipes y nobles irlandeses. En ellas se formaban en el estudio, la oración y el trabajo manual, todos sin distinción.
Columbano tomó el hábito monástico en Clonard, siendo abad San Finnian (12 de diciembre). Entre sus compañeros estuvieron San Kieran de Clonmagnoise (9 de septiembre) y San Comgall de Bangor (10 de mayo). Una leyenda cuenta que en una ocasión le encomendaron moler una gran cantidad de maíz para la comida del día siguiente, y al otro día estaba tan bien molido que todos sospecharon que había sido asistido por un ángel. Este mismo abad, que también era obispo, le ordenó diácono y presbítero cuando Columbano tenía 20 años. Ciertamente debía ser un monje aventajado en la piedad y las letras, pues antes de cumplir 25 años había verificado la fundación de varios monasterios. Casi 40 recintos monásticos le tienen como fundador. Especialmente el de Derry, donde consta que vivió y tenía un gran hospicio para pobres, en el cual se alimentaban hasta 100 pobres diariamente.
Fue Columbano también un gran poeta, el primero de todos los poetas irlandeses del que se tiene constancia. Lamentablemente solo se conservan unos pocos, uno de ellos dedicado a Santa Brígida de Kildare (1 de febrero y 25 de enero, traslación de la cabeza), a la cual tal vez conoció personalmente. Su interés por la cultura le llevó a transcribir nada menos que 300 libros, para dotar a sus bibliotecas de buenos libros, escasos en la Irlanda del siglo VI. Incluso llegó a "tomar prestado" un salterio a Finnian para pretender copiarlo en solo una noche mientras el abad dormía. Un monje vio lo que pasaba y lo dijo al abad, quien acusó de robo a Columbano, reclamándole su propio libro y la copia hecha sin permiso. Columbano se negó a entregar su trabajo y el asunto fue llevado al tribunal de Diarmid, rey de Tara. Este sentenció con un: "A cada vaca su ternero, y a cada libro su copia", dejando claro que Finnian tenía derecho al original y a la copia. Columbano no quedó tranquilo con la sentencia y juró hacerle pagar al rey su injusticia.
Al poco tiempo el santo do cobijo a un joven príncipe perseguido por Diarmid. Aunque Columbano tenía derecho de asilo en su monasterio, el joven fue sacado a la fuerza y ejecutado. Columbano clamó contra el rey diciéndole: "Denunciaré a mis hermanos y a mi familia tu malvada acción, y la violación, en mi persona, de la inmunidad de la Iglesia. Ellos escucharán mi queja y te castigarán con la espada en la mano. Rey malo, no verás más mi rostro en tu reino hasta que Dios, el juez justo, haya subyugado tu soberbia. Como me has humillado ante tus señores y tus amigos, Dios te humillará el día de la batalla ante tus enemigos". Diarmid intentó retenerlo por la fuerza, pero Columbano escapó y se fue a su provincia natal, Donegal. Siguió un solitario camino a través de colinas y valles desiertos hasta llegar al norte de Irlanda. Columbano organizó la guerra entre sus parientes de la Casa de Niall y Diarmid. Ambos ejércitos se encontraron en el centro de la isla, en Cool-Drewny, y Diarmid fue completamente derrotado y obligado a refugiarse en Tara. Entretanto Columbano había ayunado y orado con todas sus fuerzas para obtener del cielo el castigo de la insolencia real, tomando sobre sí mismo la culpa por el derramamiento de sangre. La leyenda dice que Columbano pudo recuperar su copia, la cual se convirtió en una preciada reliquia para el clan O'Donnell, quien lo llevaba consigo en todas sus batallas.
Esta acción de Columbano provocó que un Sínodo de la iglesia de Irlanda le excomulgara por haber promovido el derramamiento de sangre cristiana por causas ajenas a la defensa de la fe. Columbano se presentó en el Sínodo y defendió su derecho a ser oído. Expuso sus razones, pidió perdón y el Sínodo le levantó la excomunión, a cambio de imponerle una curiosa penitencia: debía convertir a tantos paganos a la fe de Cristo, como cristianos habían perdido la vida en la batalla de Cool-Drewny.
Dicha "condena" provocó una conversión en San Columbano, fue su gracia fundante, marcando antes y un después en su vida. Comenzó una peregrinación por algunos monasterios, entrevistándose con santos monjes y abades, quienes en su mayoría le reprocharon su actitud belicosa. Con Abban, santo monje y fundador de piadosos cenobios, Columbano limpió su alma de todo rencor y le entregó su corazón para que lo moldease con penitencias, consejos y mandatos. Abban le reveló un día que aquellos cristianos fallecidos se habían salvado, pero él tenía que cumplir cabalmente lo mandado por el Sínodo si quería salvar su propia alma. Y para hacérselo más difícil, le mandó que abandonara Irlanda perpetuamente, teniendo que vivir entre paganos y convertirlos. Para un patriota como Columbano aquello fue un mazazo, pues en su amor propio era una humillación ser exiliado de su tierra, a la cual tenía cierto derecho de gobernar y dirigir. Sin embago, el santo se resignó y solo respondió a su maestro: "Lo que has mandado se hará".
Columabo se despidió de sus parientes y cuando estaba en ello, el joven llamado Moccha, hijo del rey de Ulster, quiso acompañarle. "Eres tú" – le dijo el joven – "mi padre, la Iglesia es mi madre, y mi patria es el lugar donde pueda recoger la mayor cosecha para Cristo". Columbano, conmovido, intentó disuadirle, pero el joven juró no echarse atrás. Así, a los 42 años de edad Columbano se embarcó con 12 compañeros en una barca. Desembarcaron en una isla desierta llamada Oronsay, desde la cual se veían las costas de Irlanda, por lo cual, volvieron a embarcarse y llegaron hasta otra isla en medio de la península de Caledonia, que marcaba el límite con los feroces y paganos pictos. Era la isla de Iona. Allí subió a la colina más alta y, al comprobar que no se veía Irlanda, la eligió como morada. Era una isla inhóspita, rocosa y con escasas zonas de pastos. Eligieron los trece monjes una zona libre de los vientos del mar y edificaron unas chozas de ramas cubiertas de hiedra. Ese fue el comienzo del monasterio más famoso de su tiempo y la "capital monástica" de las islas de Europa del Norte.
El amor de Columbano por Irlanda nunca se apagó, y algunas composiciones poéticas así lo aseveran. Una mañana llamó a uno de los monjes y le dijo: "Ve y siéntate junto al mar, mirando hacia el norte de Irlanda. Allí llegará a tus pies una pobre cigüeña viajera agotada por la fatiga. Tómala con piedad, aliméntala y vigílala durante tres días. Después de tres días de descanso, cuando esté fortalecida, ella sola volverá a la dulce Irlanda, su querido país natal. Te ordeno que la cuides así, porque ella viene de la tierra donde yo también nací". Y así ocurrió, como Columbano había predicho. En otra ocasión supo por revelación, que una pariente suya estaba pasando un parto muy trabajoso, y lo dijo a los monjes. Hizo oración y al rato anunció que la madre y la criatura estaban bien. Y al llegarle la noticia, se supo todo había sido como dijo Columbano.
Pero esta añoranza no lo apartó ni por un momento de su obra de expiación, así no se instaló con sus compañeros Iona, comenzó a irradiar la luz del Evangelio sobre los cercanos paganos que, poco a poco comenzaron a acercarse a él. Vivía penitente y austeramente, siempre estaba atento a los que hacían escala en la isla para servirles y predicarles. Columbano y sus monjes trabajaban, estudiaban las Escrituras y la fe católica, hacían largos ratos de oración y ayudaban a los necesitados o los peregrinos que pronto fueron frecuentes.
En un par de años las minúsculas cabañas eran pocas para los discípulos y nuevos monjes, por lo que en las islas vecinas pronto surgieron nuevos monasterios regidos por Columbano. Al menos 90 iglesias hubo ya en el siglo VI, con sus respectivas comunidades monásticas. Desde estos monasterios se predicó a los pictos, terror de los británicos, por su fiereza, no vencida ni siquiera por los romanos. Predicó sin miedo ante Bruidh, hijo de Malcolm, rey de los pictos, quien dio al principio le recibió con frialdad, para luego cambiar a admiración y veneración. No se sabe si se convritió a la fe de Cristo, pero sí consta que, durante toda su vida, fue amigo y protector de Columbano, a quien confirmó el derecho a poseer Iona, impidiendo los escoceses la reclamaran solo para ellos. Convirtió a algunos reconocidos jefes pictos, lo que le trajo la animadversión de los sacerdotes druidas, quienes veían disminuidas sus influencias y venidos a sus cultos naturistas. Sin embargo, nunca osaron enfrentarse a Columbano, ni este les predicaba a ellos.
En Beecham, extremo oriental de Escocia, fue el primer lugar donde Columbano fundó en esta isla, gracias a haber sanado milagrosamente al hijo pequeño del rey del lugar. Columbano fundó, dejando a su fiel discípulo Drostan a cargo del nuevo monasterio, pero cuando se iba, su amigo lloró por separarse de él y Columbano dijo: "Llamaremos a este lugar el 'Monasterio de las Lágrimas'", y luego profetizó que el monasterio seria fecundo, recordando el Salmo 126: "los que siembran con lágrimas cosecharán entre cantares". Y así fue, duró más de mil años de fructuosa vida monástica. También profetizó la victoria del rey Aidan de Escocia sobre los paganos sajones, aún sin saber ni que había batalla. A este rey consagraría y coronaría Columbano en 574, lo cual dice bastante de la ascendencia moral de nuestro santo para aquellos años. Y no solo eso, sino que la piedra sobre la cual fue coronado Aidan, aún se conserva, luego de muchos traslados, en la catedral de Westminster y sirve de pedestal a los reyes de Inglaterra el día de su coronación.
Este suceso permitió a Columbano algo que nunca pensó ocurriría: volver a Irlanda. Aidan pretendió romper el vasallaje escocés a Irlanda y llevó a Columbano consigo como embajador y negociador para la abolición del tributo. En Drumkeith se reunieron ambas partes y gracias a la inteligente diplomacia de Columbano y sus influencias familiares, el rey irlandés Aodh renunció a toda soberanía sobre el rey escocés. Además, en la misma reunión Columbano asumió la defensa de los bardos (poetas, músicos y cronistas populares de Irlanda). La causa a defender era su independencia frente a los príncipes locales, los cuales obligaban a los bardos a cantar alabanzas o historias falsas, siempre buenas, sobre ellos. Con esta situación muchos bardos habían caído en la monotonía y la falsedad, huyendo del favor popular y convirtiéndose en "enemigos" del pueblo. Eso los que habían cedido, pues los que se negaban a renunciar a su libertad padecían destierro o cárcel. Columbano intercedió por su libertad para su arte, impidiendo fueran desterrados o subyugados por los nobles. Recordó que el exilio general de los poetas sería la muerte de una venerable tradición poética tan querida por el país. Y lo logró.
Columba regresó a Iona, aunque se cree que visitó Irlanda otras veces. El resto de su vida la dedicó a evangelizar Escocia y las islas vecinas con celo incansable. No solo fue apóstol, sino defensor de los pobres ante las injusticias, maestro, escritor y formador de los monjes. Se enfrentó con la palabra y al frente de los aldeanos a los saqueadores de los poblados costeros. Excomulgó a los los hijos de Donnell, que patrocinaban este pillaje. Uno de los principales jefes de ladrones intentó asesinar a Columbano mientras estaba de visita a un lejano monasterio, pero un monje llamado Finn-Lugh, previendo algún peligro, tomó prestada la capucha de Columba y se envolvió en ella. El asesino lo apuñaló a él y luego huyó pensando haber matado a Columbano. Pero he aquí que por milagro, la capucha resultó un escudo eficaz contra el puñal, que no hirió al joven monje.
En otra ocasión un criminal de la misma familia, llamado Ian, pensó asesinar a un gran amigo de Columbano, como advertencia al abad. Este era un hombre que aunque había juntado cierta riqueza, era piadoso y caritativo con los pobres. Ian le había robado dos veces animales o saqueado sus graneros. La tercer vez pensaba, además, asesinarle. Pero he aquí que al llegar a la propiedad del buen hombre, encontró a Columbano, a quien suponía lejos. Columbano le reprendió por sus crímenes, conminándole a renunciar a su objetivo. Pero Ian no le hizo caso y tomó una barca para cruzar; apenas lo hizo comenzó burlarse e insultar a Columbano. Este hizo una profunda oración y en unos minutos se formó una terrible tormenta que hizo hundirse el barco de Ian y sus malhechores.
Un día, mientras estaba en la costa, un marino se le acercó para quejarse de su esposa, que le había tomado aversión. El abad la llamó y le recordó los deberes que le imponía la ley del Señor. "Estoy dispuesta a todo" - dijo la mujer - "te obedeceré en las cosas más difíciles que puedas ordenar. Iré incluso, si se desea, en peregrinación a Jerusalén, o me encerraré en un convento; en resumen, haré todo excepto vivir con él". San Columbano le respondió que no podía irse en peregrinación ni a un convento, mientras viviera su marido; pero le pidió ayunar rezar a Dios los tres, pidiendo una solución. "Oh" – dijo la mujer – "sé que puedes obtener de Dios lo que parece imposible". Los tres ayunaron, y Columba pasó toda la noche en oración sin cerrar los ojos. A la mañana siguiente le dijo a la mujer: "Dime, ¿a qué convento irías, según decías ayer?" "A ninguno" – dijo la mujer –"mi corazón ha cambiado esta noche. No sé cómo he pasado del odio al amor". Y desde ese día hasta la hora de su muerte, vivió en una unión tierna y fiel con su marido hasta el final de su vida.
En otra ocasión dijo a los monjes "que nadie me siga hoy" y salió a hacer oración a una pequeña llanura al oeste de la isla. Solo un monje joven, muy curioso, le siguió y vio al santo erguido e inmóvil, con las manos y ojos levantados a cielo, rodeado por una multitud de ángeles que hablaban con el santo abad. Y no sería la única vez, pues los ángeles venían a menudo a consolarle y revelarle ciertas cosas del futuro.
Fue amigo de San Kenneth de Kilkenny (11 de octubre) desde que juntos se formaron con Finnian. Gustaba Kenneth visitar frecuentemente a Columbano en Iona. Una tradición narra que un día de terrible tormenta Columbano mandó preparar la celda de invitados, a lo que los monjes le replicaron que nadie se acercaría habiendo tal borrasca. Pero el Columbano replicó: "El Todopoderoso nos envía un santo varón que vendrá a nosotros antes de la noche, al cual abrirá un canal de calma en medio de la tormenta". Y así fue, al anochecer desembarcaba Kenneth, que había atravesado la tormenta en paz, aunque los marinos confesaron que habían visto la tormenta de lejos y a ambos lados del barco. Otra leyenda dice que, al despedirse, Kenneth olvidó su báculo en Iona y Columbano lo llevó a la iglesia abacial y mandó a los monjes entonasen oraciones. Entretanto, Kenneth llegó a su monasterio y solo allí notó con vergüenza la falta de su báculo. Hizo oración y en ese momento, el báculo se posó ante él. Pues claro, había volado desde Iona ante los ojos de los monjes que le habían visto salir por una ventana de la iglesia.
La edad no fue óbice para que Columbano continuara sus austeridades y mortificaciones. Cada noche se sumergía en agua fría y permanecía allí recitando todo el salterio. Un día que vio a una pobre anciana buscando ortigas para comer, se avergonzó de haber mejorado algo su comida a causa de la salud y en adelante no comió más que hierbas amargas.
Según se acercaba el momento de su partida a los cielos, una misteriosa luz comenzó a rodearlo, haciéndose más radiante cuando hacía oración, y este fenómeno duró unos años. Un día, estando en compañía de dos monjes, de pronto Columbano iluminó su rostro con una gran sonrisa y luego cambió en profunda tristeza. Pasado unos minutos, dijo a los monjes: "Queridos hijos, no quiero afligiros. Sabed que hoy hace treinta años que inicié mi peregrinación en Caledonia. Por mucho tiempo he rogado a Dios que mi exilio termine en este trigésimo año, y que me devuelva a la patria celestial. Cuando me visteis tan alegre, fue porque pude ver a los ángeles que vinieron a buscar mi alma. Pero de repente se detuvieron, como si quisieran acercarse para llevarme y no pudieran. Y en verdad, no podían, porque el Señor había prestado menos atención a mi ardiente oración que a la de las muchas Iglesias que han orado por mí, y que han obtenido en contra de mi voluntad, que yo habite todavía en este cuerpo durante cuatro años. Esta es la razón de mi tristeza".
Y pasaron esos cuatro años, durante los cuales el santo no dejó de evangelizar, consolar y dirigir sus monasterios. El último año de su vida visitó a los monjes más lejanos, sin poder hacerlo a pie, sino en una carreta tirada por bueyes, para su pena. El sábado de la Octava de Pentecostés de 597 reveló a su querido monje Diarmid: "Hay un pequeño secreto que te diré si juras de rodillas que no se lo dirás a nadie antes de que me vaya. Hoy es sábado, el día que las Sagradas Escrituras llaman el Sábado o el descanso. Y será verdaderamente mi día de descanso, porque será el último de mi laboriosa vida. Esta misma noche entraré en el seno de mi Padre. Tú lloras, querido Diarmid, pero consuélate; es mi Señor Jesucristo quien se digna a invitarme a reunirme con Él; es Él quien me ha revelado que mi cita será esta noche". En ese momento el viejo caballo blanco que servía en el monasterio se acercó a él y puso su cabeza sobre el hombro de su amo. Los ojos del viejo caballo tenían una expresión tan triste que parecían bañados en lágrimas. Diarmid quiso echar al animal, pero Columbano se lo prohibió diciéndole. "El caballo me ama, déjalo conmigo; que llore por mi partida. El Creador le ha revelado a este pobre animal lo que te ha ocultado a ti, un hombre razonable". Y, acariciando al caballo, le dio una última bendición.
Entonces Columbano subió a la cima de una colina desde la que podía ver toda la isla y su monasterio, y levantó las manos para pronunciar una bendición profética sobre el santuario que había creado: "Este pequeño lugar tan pequeño y bajo, será muy honrado no sólo por los reyes y el pueblo escoceses, sino también por los jefes extranjeros y las naciones bárbaras; y será venerado incluso por los santos de otras Iglesias". Después de esto bajó al monasterio, entró en su celda y comenzó a trabajar por última vez. Estaba ocupado en transcribir el Salterio y cuando llegó al Salmo 33 y al versículo "Inquirentes autem dominum non deficiicient omni bono", se detuvo y dijo: "Debo detenerme aquí. Baithen escribirá el resto". Baithen era suprior de Iona, y se convertiría en su abad posteriormente. Después de este anuncio, Columbano se fue a la iglesia y permaneció callado durante todo el oficio litúrgico de las Vísperas del domingo.
Esa tarde se acostó sobre su lecho de piedras y dijo al monje que le acompañaba, para que lo trasmitiera a todos: "Querido hijo, esto es lo que ordeno con mis últimas palabras; que reinen siempre entre vosotros la paz y la caridad. Si actuáis así, siguiendo el ejemplo de los santos, Dios, que fortalece a los justos, os ayudará, y yo, que estaré cerca de Él, intercederé por vosotros, y obtendréis de Él no sólo todas las necesidades de la vida presente en cantidad suficiente, sino también las recompensas de la vida eterna, reservadas a los que guardan su ley". Al rezo de maitines aún vivía Columbano, por lo cual al llamado de la campana, se levantó y llegó el primero a la iglesia. Cuando la comunidad llegó con sus velas, halló al santo viejo agonizando de rodillas ante el altar. Columbano los miró con dulzura, les bendijo y cayó en éxtasis, desde el cual entró al cielo, el 9 de junio de 597.
-"Monjes de Occidente". Vol 1. CHARLES DE MONTALEMBERT. W. Blackwood and Sons, 1867.
-"Vidas de los Santos". Tomo VI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
-https://www.heiligenlexikon.de
A 9 de junio además se celebra a:
Beata Diana de Andallo, virgen dominica.
Santos Primo y Feliciano, mártires.
Santa Pelagia, virgen y mártir.