En Villanueva de los Infantes todo el mundo es de Infantes, excepto Santo Tomás, que es de Villanueva. Una paradoja que divierte a unos infanteños que, cuando hablan de su preciosa ciudad, sólo se refieren a ella así, como Infantes, como si no fueran Villanueva… salvo el santo.
Santo Tomás de Villanueva, nacido eso sí en la vecina Fuenllana, a donde su madre acudió huyendo de la peste que asolaba su natal Infantes, descuella pronto por sus virtudes cristianas. Perteneciente a una familia acomodada, desde pequeño se entrega en cuerpo y alma a la caridad. Se dice que algún día llegó desnudo a casa por haberlo dado todo.
Ya jovencito, tras estudiar en Alcalá de Henares, toma las órdenes sacerdotales e ingresa en la orden agustina, de la que será prior. Será también profesor de la universidad y hasta confesor del magno Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V.
Todos aprecian en seguida sus dotes pastorales, oratorias y teológicas. Se le propone ser obispo de Granada y su humildad le lleva a rechazar el nombramiento. La jerarquía insiste, demasiado bueno para desperdiciar tanto talento. Se le propone un segundo obispado, ahora Valencia. Quiere rechazarlo también, pero el superior de la orden le obliga a aceptarlo: por humildad no tiene ahora más remedio que ser obispo.
En su nueva diócesis lleva a cabo una obra inmensa, basada sobre todo en la caridad, que le lleva a recibir el apodo de “el limosnero de Dios”, y ese poder embriagador que tienen sus sermones.
Al morir en 1555, con sesenta y ocho años, -en la misma fecha, por cierto, un 8 de septiembre, en que lo hará también, aunque noventa años después, el magno Francisco de Quevedo, que por si ello fuera poco, lo hace en la ciudad de Tomás, Villanueva de los Infantes-, le son en seguida reconocidas sus cristísimas virtudes, y así, en 1618, es beatificado por el papa Paulo V, y en 1658, canonizado por Alejandro VII.
La calidad de sus escritos, recopilados por la Biblioteca de Autores Cristianos en 2015, es tal, que en 2017 la Congregación para la Doctrina de la Fe acepta su candidatura para Doctor de la Iglesia, una selectísimo colegio de santos en la que sólo ingresan aquéllos que imparten e imponen doctrina mediante su obra escrita, y en la que, hasta la fecha, sólo han podido ingresar treinta y siete santos, cuatro de los cuales españoles, a saber, San Isidoro de Sevilla, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y San Juan de Ávila. Tomás haría el quinto español, y el trigésimo octavo de todo el colegio, hallándose, de hecho, su proceso muy avanzado.
La devoción a su persona trasciende nuestras fronteras, y más allá de los muchos templos que le son advocados en España, -así Madrid, Alcalá de Henares, Castellón, su capilla en la catedral de Valencia-, y por supuesto, su bonito oratorio en Villanueva de los Infantes, tiene una preciosa iglesia en Roma, cuyo párroco nos acogió con todo cariño a Mariate y a mi cuando la visitamos, y otra magnífica nada menos que en la ciudad en la que descansan los papas, Castelgandolfo, la Collegiata di San Tommaso da Villanova, así como una preciosa capilla en la Iglesia de San Giacomo en Bolonia, por citar sólo algunos ejemplos.
Gran santo, pues, Santo Tomás de Villanueva, cuya festividad –no se lo he dicho todavía- celebramos hoy, 10 de octubre. Aunque estos infanteños tan cabezotas ellos y tan particulares, se empeñen en celebrarlo el 22 de septiembre, como era en el vetus ordo.
Y ya de paso, no está de más informar a Vds. que esta semana y hasta el próximo domingo, se halla Infantes celebrando su famosa Fiesta de los Patios, en la que la ciudad se engalana y abre muchos de sus más de cien magníficos patios, en los que además, podrá Vd. pasar un ratito agradable con alguna función o algún conciertito.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera
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