Fue hija de Santa Balbina (2 de mayo) y de un noble romano cuyo nombre se ignora. Su hermana fue Santa Asela (6 de diciembre). Sobre la infancia de Marcela nada sabemos, así que saltamos hasta su juventud, durante la cual fue casada con patricio romano como ella. El matrimonio no llegó ni al año, pues el marido murió, quedando Marcela viuda y sin hijos. Esta pérdida hizo que la joven comenzase a plantearse una vida entregada del todo a Cristo, alejada del mundo y de sus vanidades. Así vivía ya su hermana Asela desde niña.
Sobre 372 llegó a Roma San Pedro II de Alejandría (14 de febrero), desterrado por segunda vez de su sede. Le conoció Marcela y Pedro le confirmó en su deseo de tomar el velo monástico, poniéndole de ejemplo la vida de los solitarios de la Tebaida, como San Antonio (17 de enero) y San Pablo (15 de enero). Comenzó entonces la santa viuda una vida de recogimiento, austeridad y caridad. En 377 fue solicitada en matrimonio por Cereal, un noble ya entrado en años. Aunque su madre le insistió, Marcela se negó a aceptarlo en aras de continuar su vida recogida.
La posibilidad de adoptar la vida monástica, extraña a Roma en aquel momento, le llegó en 382, cuando San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias) llegó a Roma. Ella quiso ponerse bajo su dirección, y tanto insistió, que el santo así lo hizo, comenzando a llevarla por los caminos de la penitencia y la disciplina monásticas. Ayunaba continuamente, no comía carne, y solo se permitía beber vino por consejo de los médicos. Fue versada en las Escrituras, cosa que San Jerónimo alababa.
Fue Marcela la primera dama romana en profesar los votos de pobreza, obediencia y castidad. Pronto otras mujeres siguieron su ejemplo, como Santa Paula (26 de enero), Santa Lea (22 de marzo), Santa Melania la Joven (31 de diciembre), Santa Principia (3 de septiembre) o Santa Fabiola (27 de diciembre). Su vida era muy discreta y callada. Para vivir mejor en soledad, Marcela se retiró con sus compañeras a una quinta que poseía fuera de la ciudad, en el Monte Aventino. Escribirá San Jerónimo acerca de aquel lugar:
"La quinta suburbana os sirvió de monasterio, y la campiña elegida, de yermo: y allí vivisteis mucho tiempo, de tal suerte, que a imitación vuestra, y por conversión de muchos, nos alegrábamos de ver a Roma hecha una Jerusalén. Ya son muchísimos los monasterios, innumerable la multitud de monjes (…) en este monástico retiro, a más del ejercicio sólido de las virtudes, que es el medio por donde Dios enriquece nuestras almas con sus soberanos dones, se dio toda Marcela al estudio Sagrado, y cuanto mas crecían en ella las luces del entendimiento, iba aumentándosele el ansia y deseo de saber, no por curiosidad vana, sino para progresar más en la virtud".
En 410 el godo Alarico invadió y saqueó Roma los habitantes de la ciudad huyeron intentando salvar sus vidas, otros no lo consiguieron. Marcela y sus monjas permanecieron en su quinta, y allí llegaron los godos, quienes, por milagro, las respetaron. Sin embargo, el sufrimiento por la situación le provocó la enfermedad y finalmente falleció en septiembre del mismo año. San Jerónimo le dedicó un sentido panegírico. Su memoria litúrgica no entró en la Iglesia sino hasta el siglo XVI, cuando Baronio la incluyó a 31 de enero, día de la traslación de sus reliquias.
-"Memorias venerables de los más insignes profesores del Instituto que plantó en la Iglesia su Doctor Máximo, el Gran Padre San Jerónimo". FR. FRANCISCO PI. O.S.H. Barcelona, 1776.
A 31 de enero además se celebra a
Santa Ulpia de Amiens, virgen.
San Vero de Leembek, confesor.