Beato Camilo Costanzo, presbítero jesuita, y compañeros mártires. 15 de septiembre y 4 de febrero (Todos los Santos Mártires Jesuitas).
Camilo nació en Bovalino, provincia de Calabria en 1572. Estudió Derecho en Nápoles, y allí descubrió su vocación a la misión, por lo que en 1592 entró a la Compañía de Jesús, que era la gran misionera del momento. En 1602 logró su deseo de ir a misionar a China, pero en 1604, luego de un arduo viaje, encontró que los misioneros tenían prohibida la entrada a China, por los conflictos políticos de China y Portugal. Sinceramente, cuanto bien podría haber hecho la Iglesia en Asia de no haber sido por el imperialismo portugués o francés, siempre dejando en mal lugar a los misioneros.
En fin, que Camilo tuvo que seguir hasta Japón, donde llegó el 17 de agosto de 1604. Estuvo un año en el convento de Nagasaki, aprendiendo japonés e impartiendo clases. En un año dominó el japonés de manera asombrosa, casi como si fuera un don divino.
Los superiores le destinaron a la misión de Sacai. Aquí estuvo 6 años evangelizando constantemente. Bautizaba, catequizaba, unía en sacramento a esposos, levantaba iglesias y casas para los enfermos y pobres. En 1614 estalló la persecución contra los cristianos, de nuevo estaban detrás los portugueses intrigando y traicionando a los japoneses, para luego levantar el pie, y dejar expuestos a los misioneros y los cristianos nativos. Nuestro Camilo tuvo que huir de Japón este mismo año, refugiándose en Macao. Allí igualmente evangelizó con discreción, y se concentró en conocer a fondo las religiones y culturas asiáticas, para evangelizarles mejor. En 1621 obtuvo el permiso de volver en secreto a Japón para confirmar en la fe a los cristianos que allí quedaban en lo oculto. Se dirigió a Figen, una zona repleta de islitas habitadas.
A inicios de abril de 1622 se embarcó desde Ikitzuki a Noxima, acompañado por los cristianos japoneses Agustín Ota y Gaspar Cotenda, para visitar a sus misionados. Agustín era viudo y sin hijos; había sido convertido por otros jesuitas, y él mismo sentía esa vocación. Durante años había sido sacristán de la iglesia. Entre tanto, una mujer devota, que pensaba había convertido a su marido a la fe cristiana, le conseguía una entrevista a este con el misionero. Pero era una trampa, el oficial solo quería conocer cuántos misioneros había y quienes de entre los japoneses le socorrían. El 24 de abril fue sorprendido en el islote de Ucu. Siendo interrogado quien era, el P. Camilio no mintió y confesó que había entrado al Japón para evangelizar. Fue apresado y llevado a Ikinixima, donde ya estaban capturados un agustino y un dominico. El mismo padre Camilo cuenta, en una relación que pudo escribir, que no cesaba de hablarles de Cristo a los soldados que les custodiaban. En prisión Agustín Ota le pidió al P. Camilo le admitiera en la Compañía, aunque fuera para morir en ella. El P. Camilo escribió a los superiores, esperando su decisión.
En agosto le comunicaron la sentencia de muerte por fuego, que recibió con alegría. Escribió su profesión religiosa, renovándola, y la envió a su Provincial. En todo momento guardó compostura y se le veía alegre, transfigurado, según testigos. En Nagasaki, sitio del martirio, dijo su nombre bien alto, para que todos supieran quien era y por qué le ajusticiarían: por Cristo. A inicios de septiembre, Agustín Ota y Gaspar Cotenda fueron decapitados, junto a los niños Francisco Taquea y Pedro Xequio, de doce y siete años respectivamente, y cuyos padres ya moraban en el cielo, en el coro de los mártires. Testigos hablaron admirados de la serenidad y gallardía de los niños al enfrentarse al verdugo. Agustín Ota murió más feliz aún, si cabe, pues la víspera de su martirio había recibido el permiso para profesar en la Compañía, y puso hacer sus votos en manos del P. Camilo.
Este, por su parte, llegó a su propio calvario el 15 de septiembre: Le ataron a un poste y en esa posición clamó: "La causa de esta mi muerte es haber predicado a Cristo y su Ley. Los cristianos no tememos a los que matan el cuerpo, pues no pueden matar el alma. La vida presente podrá ser pobre y llena de trabajos, pero llega el día en que se acaba; y la eterna no terminará nunca". Acto seguido encendieron el fuego, y entonando el "Sanctus", expiró nuestro mártir.
Fueron beatificados el 7 de julio de 1867, por el papa Pío IX.
Fuente:
-"Santos y Beatos de la Compañía de Jesús". JUAN LEAL S.J. Editorial Sal Terrae. Santander, 1950.
A 15 de septiembre además se celebra a
Nuestra Señora de los Dolores.
Aparición de Santo Domingo "in Soriano".
San Rolando de Parma, ermitaño.