San Francisco María de Camporosso, religioso capuchino. 19 de septiembre.
Nació el 27 de diciembre de 1804 en una aldea de la Liguria. Se llamaba Juan, y sus padres se llamaron Anselmo Croese y María Antonia Gazzo. Fue el tercer y último hijo del matrimonio. De niño fue pastor, y muy joven conoció a un fraile conventual que con sus consejos le enamoró de Cristo. Así, muy joven se hizo terciario franciscano y a los 18 años entró como Hermano Donado al convento de los franciscanos conventuales, a cambio de algo de educación y comida. Le costó mucho que su padre accediera a su vocación religiosa, pues necesitaba sus brazos para sostener la economía familiar. Pero las constantes oraciones y penitencias del joven lograron ablandar algo el corazón del padre.
Fue un humilde religioso, penitente y abnegado. Obedientísimo y siempre dispuesto a ayudar. Pero la vida de los conventuales no le parecía lo suficientemente austera, por lo cual en 1825 pasó a los franciscanos capuchinos, a los que conocía en su conventito de Sestri. Tomó el hábito en Righi, llamándose desde entonces Francisco María de Camporosso, pues era habitual en los capuchinos añadir el Dulce Nombre de María y el lugar de procedencia como nombre y apellido religioso.
Como a sus 20 años apenas tiene estudios los superiores deciden quede como Hermano, lo cual agrada al humilde Francisco, que no se ve como presbítero. Terminado el noviciado, le envían al convento de la Concepción de Génova, como limosnero. Primero fue ayudante de un anciano fraile experimentado en la colección de limosnas, sufriendo muchas humillaciones y desplantes del mismo. No por maldad, sino solamente para "templarle en la virtud", como era estilado en la vida religiosa de antaño. Varios años recorrieron juntos el valle del Bisagno. Sobre 1830 su superior le nombre limosnero de Génova, dándole la posibilidad, sin pretenderlo, de hacer una grandísima obra de apostolado que aún se recuerda.
Francisco se desvive en su labor. Pide limosna, pero también la da a los más pobres que él. Con gran caridad, amonesta, previene, da ejemplos. A los ricos les hace ser más caritativos, a los pobres ayuda empleándoles. Visita todas las iglesias que puede, donde ora largamente. Lleva a los niños al Sagrario y a la Madre de Dios, les regala estampas y les enseña el camino del cielo. Atiende a enfermos y paralíticos. Hace milagros y reparte amor, siempre. Su consejo será muy preciado por todos, pues tiene los dones de conciencias, consejo y profecía. Le llaman “el santo del pueblo”. Evangeliza en los puertos, saca a prostitutas de la mala vida, bendice los lugares con solo su presencia, reconcilia enemigos, hace que se perdonen deudas. Y siempre lleva los nombres de Jesús y María en los labios.
En 1859 le ataca una epidemia que le deja las piernas llenas de llagas, pero el santo fraile no se detiene por ello. Sigue su labor de evangelización y caridad. La fama no le gana y su humildad no se resiente. Ni aplausos ni premios le envanecen, sino que sigue sintiéndose el último de los hijos de San Francisco. En 1866 una epidemia de cólera asola Génova, muchos huyen, frailes incluidos, mas Francisco María permanece junto a los enfermos. Se hace presente en el Lazareto de la ciudad, consolando, curando, socorriendo. Allí cae enfermo del mismo mal, se prepara piadosamente al encuentro con Cristo y fallece santamente el 17 de septiembre de 1866, fiesta de la Impresión de las Llagas de su Padre San Francisco, como un auténtico mártir de la caridad.
Fue beatificado por Pío XI el 30 de junio de 1929 y canonizado por San Juan XXIII el 9 de diciembre de 1962, luego de verificarse numerosos y estupendos milagros. Su cuerpo se venera incorrupto.
A 19 de septiembre además se celebra a:
Santa María de Cervelló, virgen mercedaria.
San Rodrigo de Silos, abad.
San José María Yermo y Parrés, presbítero fundador.
Otros muchos santos.